Je Suis Socialdemócrata
Chile, independiente de quien lo ha gobernado, todavía no ha sido expuesto a un proceso socialdemócrata (o algo que se le parezca), y eso abre la interrogante de si en la actualidad existe al menos la intención de sectores políticos relevantes de implementar uno.
En columnas anteriores reconocía mi dificultad para entender a qué se refieren cuando en Chile hablan de "liberalismo" o "capitalismo". En esta ocasión -demostrando que esto quizás tiene más bien que ver con un problema de quien escribe y no una variable externa-, les confieso que también me cuesta entender a qué diablos nos referimos cuando en Chile hablamos de "socialdemocracia".
Uno asume que la socialdemocracia, al igual que cualquier otra ideología política, es un concepto que permite más de una interpretación. Pero pareciera que un elemento esencial para cualquier definición es el entendimiento acerca de que combatir la desigualdad, no es solo deseable desde un punto de vista ético sino que también es altamente eficiente en términos económicos.
En términos aplicados, el "modelo nórdico" es recurrentemente citado como la máxima expresión de esta manera de entender las cosas: un estado de bienestar que se preocupa de generar altos estándares en sus múltiples servicios públicos para todos (no solo para quienes "más lo necesitan"), a la vez de corregir las distorsiones de distribución inherentes al mercado a través de una política progresiva en impuestos y transferencias. Esto ha generado no solo una sociedad igualitaria sino que también altos ingresos y un alto estándar de vida.
En el caso chileno la franquicia de la socialdemocracia, al menos como rótulo, pareciera que se la adjudicó hace tiempo el laguismo. Entonces para evaluar la existencia y efectividad de esta ideología a nivel local uno pensaría que tiene sentido partir por ahí. La paradoja es que, si bien el laguismo en su momento tuvo altos grados de poder tanto cultural como ejecutivo, rápidamente se ve que no es tan fácil conectar el rótulo "socialdemócrata" a un paquete de políticas públicas concretas y coherentes.
Si uno le pregunta directamente al propio laguismo por su legado, por lo general la respuesta la dividen en tres ámbitos.
En primer lugar, están los que podríamos llamar "temas de transición" como el fin a los senadores designados, subordinación de las FF.AA. a la autoridad política, etc. En este punto estaremos de acuerdo en que este era un esfuerzo civilizatorio urgente, pero más bien básico. O sea, no particularmente "socialdemócrata" (si uno le pregunta a un noruego cuál es el secreto del éxito de su modelo, probablemente no te va a decir "no tener senadores designados"). En este sentido se puede destacar a Lagos simplemente como un gran demócrata, quien se tuvo que hacer cargo de un sistema institucional precario. Recordemos además que en esa época nuestra derecha aún no había sufrido esta abrupta conversión pro-democracia que exhibe hoy, lo que hacía aun más difícil esta agenda democratizadora encabezada por Lagos esos años.
Como segunda parte del legado, podríamos considerar la apertura a una agenda de temas relacionados a derechos civiles básicos, como lo fue en su momento la ley de divorcio. Pero si bien esto fue un gran avance local, es difícil describir esta medida siquiera como particularmente progresista (al momento de hacer esto había algo así como solo tres países en el mundo sin una ley de divorcio).
La tercera parte del legado se podría describir como la económico-social: reducción de la pobreza, crecimiento económico, ampliación de la matrícula universitaria, desarrollo del sistema de concesiones, etc. Sin duda muchos de estos son logros importantes, mientras otros quizás pueden ser más debatibles. Pero incluso si aceptáramos todos como logros, sigue siendo difícil conectar estos con la idea de un proyecto socialdemócrata propiamente tal. Eliminar la pobreza siempre ha sido un objetivo tan urgente como noble, pero difícilmente se puede entender como exclusivo de la socialdemocracia (de hecho, entre 1990 y el 2015 la extrema pobreza cayó de 35% a 10% en el mundo). Además, si eliminar la pobreza fuera un objetivo particular de la socialdemocracia, por ejemplo Singapur (del que ya hablamos en la columna anterior) bajo ese parámetro sería un país cuatro o cinco veces más socialdemócrata que Chile, pero imagino que es poca la gente que está dispuesta a describir a Singapur como una socialdemocracia. Ampliar la matrícula universitaria también podría ser considerado como algo positivo, pero si esto se hace a través de endeudamiento individual, subvención a la banca y con escaso fortalecimiento del sector público, también es difícil entenderlo dentro de un proyecto socialdemócrata. "Concesionar todo aquello que es concesionable", como alguna vez dijo el propio Lagos, quizás es lo mejor que le podría pasar a Chile, pero por definición (al menos como fueron diseñadas), estas concesiones privilegian el interés privado por sobre la posibilidad de construir una institucionalidad pública eficiente, capaz de generar además recursos extras para el Estado. Nuevamente esto no suena exactamente muy socialdemócrata.
Probablemente el gobierno de Lagos y en general los de la Concertación fueron todos, en condiciones difíciles, buenos gobiernos, sobre todo si los comparamos a nivel regional (a todas luces una vara no muy alta). Pero lo anterior sigue sin resolver la interrogante acerca de si Chile ha tenido efectivamente un proceso socialdemócrata.
Para contestar la pregunta, habría que partir por identificar cuál es la variable esencial para incluir en la métrica. Y si recordamos lo señalado al principio –esto es: crear las condiciones necesarias para poder distribuir de manera justa el poder (partiendo por la riqueza material), a la vez de entender que esto no es solo éticamente deseable, sino que económicamente virtuoso-, tanto la Concertación como el laguismo marcan más bien bajo en la tabla. Como sabemos, a 30 años del retorno a la democracia no solo seguimos siendo uno de los países más desiguales del planeta, sino que más sintomático aun, la variación del "GINI mercado" y el GINI post impuestos y transferencias es casi imperceptible (el "GINI mercado" de Suecia es similar al nuestro, luego de impuestos y transferencia son una de las naciones con mejor distribución del mundo).
No es claro si esto fue por falta de convicción, de capacidad, o simplemente una prueba más de la efectividad del neoliberalismo como tecnología de poder, ya que por mucho tiempo ni siquiera necesitó ganar elecciones para seguir en gran medida gobernando. Esto para nada quiere decir que hubiese dado lo mismo si en esos años la derecha hubiera además ganado las elecciones, un error de apreciación que usualmente cometen algunos de los actores políticos en las nuevas izquierdas. Esto solo quiere decir que entre las múltiples virtudes que tuvo el proyecto concertacionista en general, o el laguista en particular, la aplicación de un proyecto socialdemócrata evidentemente no fue una de ellas.
Chile, independiente de quien lo ha gobernado, todavía no ha sido expuesto a un proceso socialdemócrata (o algo que se le parezca), y eso abre la interrogante de si en la actualidad existe al menos la intención de sectores políticos relevantes de implementar uno. Para esto quizás sea necesario abstraerse de los rótulos, sobre todo de los autoimpuestos y, en vez, partir por identificar quiénes realmente están proponiendo políticas tendientes a generar las condiciones para que una socialdemocracia efectiva pueda implementarse: sistema público de pensiones, énfasis en políticas redistributivas, garantía de derechos sociales, mayor proactividad del estado en sectores estratégicos de la economía, etc. Queda abierta la pregunta.
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