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La derecha coñac

Lo que cada uno de estos autores ha creado –y que irrita a los críticos de derecha– es un lenguaje que los identifica. Leerlos implica conocer una serie de referencias y de códigos que pasan por la filosofía, la literatura, el arte y el pop. Son autores que además de ideas y conceptos poseen una lengua, muchas veces heredada o articulada por ellos mismos.

La portada de la revista Atomo, que dirige Fernando Claro (FPP).

Podríamos decir que tal como existió una "izquierda whisky", hoy lo que hay es una "derecha coñac". La derecha coñac estaría compuesta por diversos jóvenes con afanes intelectuales que se articulan en torno al Instituto de Estudios para la Sociedad (IES) y a la Fundación para el Progreso (FPP). Lograron un espacio en un sector que excluía a las humanidades. Llegaron a debatir y realizar publicaciones, seminarios y a traer invitados internacionales. Son cultos, viajados, desconocen los problemas económicos. Casi todos estudiaron en Londres. Tienen oficinas, salas de reuniones, presupuestos amplios, y un deseo en común: intervenir en el medio cultural. Son gramscianos. Saben que la hegemonía de la izquierda es el territorio a conquistar. Los ensayos y columnas de Daniel Mansuy y Pablo Ortúzar son un símbolo de esta nueva derecha que se abre paso con sagacidad. La revista Átomo, dirigida por Fernando Claro, es otra prueba ejemplar de este empeño. Ellos son los que piensan el poder desde el poder. Quienes los sustentan están dentro de los más ricos del país. Por eso mismo, tienen un tremendo desafío, ya que son observados con atención, por novedosos y cómodos. Nadie ha tenido las posibilidades para elucubrar sobre los temas públicos con tanta libertad. Reviso las web de las instituciones que los amparan y están llenas de energía. Los leo en la prensa en calidad de habituales. Han conquistado públicos nuevos y traen una estética y una moral distante del pinochetismo estridente asociado al sector. Son visualmente clásicos los del IES, y de vanguardia los de la FPP.

Uno de los gestos recurrentes de la "derecha coñac" es ningunear al progresismo y a la izquierda señalando que no tienen autores que expliquen los fenómenos que estamos viviendo. Ya sea el populismo de Bolsonaro o lo que pasa con Trump. Descuidan, de partida, la visión del populismo del filósofo argentino Ernesto Laclau. También dejan pasar la presencia de autores del calado de Slavoj Zizek, Giorgio Agamben, Alain Badiou y Judith Butler. Estos han hecho reflexiones sobre el presente que han repercutido, no solo en la academia. Ninguno de ellos ha encontrado la verdad, ni explicado el futuro, ni goza de la seguridad de los quienes tienen fe. No obstante, siguen haciendo interrogantes que remecen y entregando interpretaciones de lo que sucede. Todos en plena vigencia.

Lo que cada uno de estos autores ha creado –y que irrita a los críticos de derecha– es un lenguaje que los identifica. Leerlos implica conocer una serie de referencias y de códigos que pasan por la filosofía, la literatura, el arte y el pop. Son autores que además de ideas y conceptos poseen una lengua, muchas veces heredada o articulada por ellos mismos. Una lengua significa no solo una forma de comunicarse, sino que también un universo de connotaciones, una sensibilidad y un estilo que implica sus biografías, sus cuerpos. Nada de esto es fácil de encontrar en los intelectuales de derecha, casi todos agresivos y draconianos en sus sentencias. Basta leer o ver un video de Niall Ferguson o Jordan Peterson como para saber que la piedad no está de ese lado. Al menos eso expresan sus movimientos y palabras.

La izquierda chilena actual está a la deriva, sin agenda ni deseos. A la intemperie. Están secos. Perdieron las elecciones. Siguen igual que en los años de la dictadura, en los intersticios, al borde, en medio de la sobrevivencia.  Esta situación los convierte en catalizadores de lo que está vigente en la sociedad, en particular de la injusticia y la rabia; y los hace ciegos a los desplazamientos de capas aspiracionales. Insisten en negar que las elites que deploran puedan llegar a tener tanta influencia que, al final, obtengan el poder. En la calle está la diversidad y el entusiasmo, pero no es el lugar único donde se discuten y forjan nociones. La calle se pronuncia y es necesario trabajar sobre eso. Pero hay que tener distancia, y condiciones materiales que permitan dedicarse a analizar esta sociedad y los paradigmas que la asisten y sostienen. No han sido capaces de armar un centro de pensamiento influyente. Una izquierda política sin conocimientos apropiados, ni sitios de encuentro y, sobre todo, sin hacerse las preguntas pertinentes, seguirá boqueando. Mientras, la "derecha coñac" consigue experiencias, vínculos y prestigio.

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