La difícil receta que encierra encontrar (o no) un nuevo ministro del Interior para Piñera

El Presidente se reúne con el ministro del Interior
Gonzalo Blumel, reunido con el Presidente. FOTO: SEBASTIAN BELTRAN GAETE/AGENCIAUNO

Que contenga el incendio con sus partidos y parlamentarios que votan a su antojo. Que encarne una señal de rearme a la derecha sin sembrar decepciones. Que permita enrielar al sector que en tres meses más necesita asegurar el piso de un tercio de votos en el plebiscito constituyente. Que pueda entenderse con el Presidente sin generar conflictos. Que esté dispuesto al campo minado que enfrentará ese cargo y el probable peligro de una nueva acusación constitucional. Que a cambio de todo esto -y más- quiera dejar casi todo lo que tiene. La lista de requisitos pone cuesta arriba la búsqueda de un nuevo o nueva Número Dos de La Moneda.


El casting está tan difícil por las condiciones que exige el momento y el futuro, que esto podría terminar con el Presidente sin hacer nada. Ni reemplazando a Gonzalo Blumel ni a otros ministros; si hasta algunas de las personas a las que escucha Sebastián Piñera se oponen a sacar el bisturí de nuevo porque creen que el dilema -que se materializó en la dura derrota en el Congreso por el retiro del 10%- va más allá del incesante sube y baja de nombres que circulan entre hombres y mujeres de La Moneda y de los partidos. Con el proceso ya en marcha, una cosa asoma clara: si alguien va a asumir en el Ministerio del Interior en las próximas horas o días, tiene al frente una lista de requisitos que tal vez sean casi incompatibles entre sí.

Los trascendidos se van actualizando casi a cada rato según a quien se le pregunte. Y puede que el nombre elegido, si lo hay, no esté mencionado en esta nota. Todavía hay voces que sugieren que en los anillos de poder más cercanos al Mandatario hay gente partidaria del diseño “Blumel 2.0″: un rostro joven, con discreto vuelo propio. En las antípodas, se ha instalado con fuerza en el sector la idea de hacer un cambio profundo, que toque áreas políticas clave del gobierno, y que lleve a Palacio a alguien que pueda entenderse con Piñera -si no de par a par por sus historias en común-, que tenga margen para encarar lo que viene.

También, y en esto se sigue insistiendo, que ponga otra gente a cargo de carteras productivas para tratar de recuperar empleos y actividad económica. Sobre todo si en algunas sus titulares “han casi desaparecido”, como han recalcado parlamentarios y asesores. Es más: ayer en Palacio hubo voces que responsabilizaban de la aplastante derrota en el veto presidencial a la ley que suspende el cobro de servicios básicos a los tres sectoriales, dicen, que estaban a cargo de defenderlo: Transportes, Obras Públicas y Energía.

Pero mientras el gobernante no decida y qué decide, como siempre, la última palabra no estará escrita.

Para eso, sugieren muchos, hay que mirar tanto el mapa actual como el que había sobre la mesa y que mutó tantas veces y en tan poco tiempo antes de que el mismo Blumel jurara en el cargo ese 28 de octubre pasado. Nadie olvida que él no quería ese ministerio (y que aceptó “con valor”, dicen los suyos), y que su nombre fue la última opción después de que al menos cuatro personas declinaran o fueran bajadas a última hora. Dado eso, el primer requisito es estar dispuesto.

Esa vez dijo que no Evelyn Matthei, quien entonces contestó que no era la indicada para ser la Número Dos del Presidente. Hasta ahora no se tienen certezas de si mantiene esa misma disposición, más allá de los peros que le ponen varios en su sector y en su partido por temor a su estilo y carácter. También hay quien recuerda que de alguna forma se habría mostrado reacio a asumir el canciller Teodoro Ribera (fundador de la Universidad Autónoma, condición poco aconsejable en un teórico escenario con desórdenes en unos meses más).

Hay también quien recuerda que otra opción habría sido el entonces subsecretario y hoy ministro UDI Claudio Alvarado; sus compromisos familiares en Castro, su tierra, le impiden radicarse a tiempo completo en Interior.

Pero también -insisten quienes vivieron de cerca aquello- entonces declinó el ministro de Energía, Juan Carlos Jobet. Lo que se recuerda es lo siguiente: que esa mañana, Piñera echó mano a esa carta al tener que bajar la nominación del UDI Felipe Ward cuando el implacable Twitter recordó una entrevista en que había dicho que ”los Derechos Humanos son una especie de cajero automático que usa la izquierda para sacar plata”. Muy poco antes de la ceremonia en el Montt Varas, que se retrasó casi media hora por esto mismo, el dueño de casa le dijo a Jobet que entonces el elegido era él. Pero éste, insisten dos versiones, contestó que no podía porque había sido presidente de AFP Capital.

Por eso mismo, cuando hoy se promulga la ley de que permite el retiro anticipado de pensiones, el dato extraña entre quienes han escuchado que su nombre circula hace dos semanas como una de las opciones del diseño “Blumel 2.0″. Sería regalar un argumento a la oposición y encender la calle antes de tiempo, argumentan.

Un veterano UDI asegura que lo llamaron hace no muchos días sondeando qué opinión tiene de su actual cometido. Su respuesta fue una negativa. Y en La Moneda hay gente con y sin cargo que estima que no tiene redes en el sector que permitan cumplir con el requisito de ordenarlo.

Un apartado acá. En el sector también circula con vigor la tesis de que un cambio profundo podría alcanzar al equipo de asesores presidenciales del Segundo Piso, derivando en salidas. Hubo ministros que ya lo pensaban en octubre, y hoy varias voces lo ven necesario, al punto de que hay dirigentes aseguran que al menos uno de los nombres que más se mencionan lo habría puesto como requisito para decir sí.

Volviendo a lo de “estar dispuesto” a asumir en Interior, eso en estas condiciones también implica poner el pecho a las balas y asumir que en unos meses más, después del plebiscito, si vuelve a haber desórdenes, hacerse cargo del orden público será un riesgo para el ministro. En la UDI piensan que aunque se tomen todas las medidas para evitar violencia contra las personas, eso no garantiza evitar -tesis que comparten mentes del gobierno y hasta algunos de los posibles candidatos más mencionados- una futura acusación constitucional y causas penales. Si aplica mano blanda, insisten allá, al menos el ala dura de la derecha se le irá encima.

Pero, recalcan otras voces, las circunstancias imponen el bien superior de rearmar la conducción del gobierno, y en esa óptica ese “sacrificio” -para alguien valiente- tiene como reverso que un nuevo brazo derecho de Piñera puede terminar siendo “el rostro de la salvación del sector”.

Varios sostienen que Andrés Allamand estaría dispuesto a todo eso. Pero si es que el Presidente se lo pide, cosa que hasta ahora se desconoce; para Piñera implicaría ceder poder y tratar con un par. Pero también ahí entra a otro requisito: pacificar y unir a la derecha. Con la pugna que el senador y líder histórico de RN libra con el presidente de su partido, Mario Desbordes -ayer tuvieron un round en un matinal- muchos lo ven improbable.

Otros sugieren que eso podría tener remedio: que el Presidente se encierre con ambos a solas y que no salgan hasta que hayan firmado un tratado de paz que sobreviva. ¿Su abanderización con el “rechazo” y el riesgo de que eso amarre a La Moneda a una derrota? Hay recetas, partiendo por asumir declarando que en adelante es ministro de Estado y punto, y que no hablará más del tema; tendría que aguantar semanas de polémica hasta que la noticia pase. Pero todo eso es teoría, de momento.

Como sea, entre los partidarios del rechazo del sector creen que parte de las misiones del nuevo ministro deberían incluir enrielar a su huestes para enfrentar una probable derrota en el referéndum con la meta de alcanzar al menos 1/3 de los votos, pensando en ese piso para el órgano constituyente. Lo ocurrido en las últimas semanas, insisten esas voces, hacen más urgente ese punto.

Tratar de unir a la derecha tiene varias capas, como se ve. En el apartado del trato a los partidos, algunos dirigentes no lo ven demasiado complicado porque “basta con que nos respeten”, y porque en estas condiciones hasta piensan que tampoco hay demasiado espacio para luchar por los cuoteos políticos en un nuevo gabinete. De hecho, un parlamentario de Evópoli sostiene que si cae Blumel, lo lamentarán o se quejarán delante de una grabadora, pero en privado asumirán que “tener a él y Briones en Hacienda fue un regalo desde el comienzo, nunca nos lo habríamos imaginado”.

Pero también, anotan dos actores del sector, un nuevo ministro requiere que los partidos lo escuchen, punto en que ven cumpliendo a las cartas históricas de la derecha, como Allamand y Matthei. ¿Juan Antonio Coloma? Hasta ahora no se sabe si ha recibido la llamada presidencial, pero hace dos o tres semanas su argumento dentro de la UDI era que le quedan cinco años y fracción por delante en el Senado (y el gobierno perdería allí a uno de sus últimos espadachines con experiencia).

A propósito, si Piñera llega a hacer un cambio, casi nadie ve al ministro del Interior saliendo del gobierno. Fuera de la dúctil frase de que “no deja botado a nadie” (que en rigor no se ha cumplido en todos los casos), el Jefe de Estado le tiene aprecio, y hasta la Primera Dama dijo una vez que lo veía como presidenciable. ¿Posibles destinos? Unos lo ven de vuelta en el Segundo Piso, que dirigió cuando caían los créditos finales del cuatrienio 2010-2014. Otros, en una cartera sectorial.

Mientras sigue el suspenso, hay voces cerca del Presidente que se oponen a un cambio así porque ven muy difícil cumplir con todos estos requisitos. Y que incluso si existiera la persona indicada, creen que el problema va más allá de eso y que es mejor que el Mandatario “enfríe” el ambiente y no alimente un clima de confrontación si es que opta por un ministro de perfil más duro.

Con todo esto, ¿por qué alguien quisiera asumir en Interior? Hay una última consideración, tal vez incomprensible para cualquiera que no viva de la política y que en este mapa parece marginal, pero que en la tribu pesa porque ahí pesan los símbolos: ser Vicepresidente de la República aunque sea por 24 horas.

No hay quien no mencione este punto y un veterano que estuvo en esos zapatos lo recalca porque aún guarda copia del decreto que dice “asumo el mando de la Nación”. En Piñera I lo fueron, entre otros, Andrés Allamand (entonces Defensa) y Cristián Larroulet (entonces Segpres); en ambos casos la lista de prelación ministerial corrió hacia abajo. Ese cargo subrogante y transitorio asegura dos cosas. Uno, el derecho a saludo de la Guardia de Palacio los lunes en la mañana. Dos, el “derecho a cureña”, una norma consuetudinaria y casi mítica, según la cual al fallecer, en su sepelio acompañan el ataúd, cubierto con la bandera tricolor y montado en una cureña, un compacto destacamento militar y quizás hasta una salva de honor. Casi un funeral de Estado.

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