La Tercera PM

La historia: el bosque sumergido

Debería decir que en este momento preciso, cuando el lugar de las humanidades (y lo que involucran) aparece amenazado desde demasiados frentes y donde todo hecho puede ser reescrito como una fake news; la idea de huir de la Historia (porque eso es lo que pasa: se escapa de la enseñanza del pasado con la excusa de que hay que solo concentrarse en el presente) es escandalosa y, sobre todo, peligrosa.

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Pasa en Gales. La tormenta llegó la semana pasada y se llamaba Hannah. Nada nuevo: la vieja costumbre ponerle nombre a las catástrofes. Hannah pegó fuerte en un lugar llamado Ceredigion, en la bahía de Cardigan, y dejó a la vista un bosque sumergido y luego se fue o desapareció o hizo lo que sea que hacen los frentes de mal tiempo. Los árboles entonces quedaron a la vista. Llevaban miles de años ahí, petrificados bajo el agua y la arena. Ya los habían visto antes, ya habían aparecido otras veces en invierno después de otras lluvias fuertes pero nunca de modo tan nítido. De este modo, pinos, robles y abedules quedaron expuestos a la luz de la mañana, desnudados por la marea baja luego de que la tormenta hubiese desecho los límites que alguna vez había tenido la playa. Ninguno tenía ramas ni se elevaba hacia ninguna parte. Los troncos casi mochos se hundían en la arena y se presentaban como el fantasma de una espesura perdida, como si el mar nos recordase lo que había devorado para mostrarnos alguna vez cómo había sido el mundo.

Pero había recuerdos ahí, memorias olvidadas que sobrevivían como la leyenda de Cantre'r Gwaelod, el Reino Hundido de Gales. El mito dice que el sitio estaba protegido por un dique. Por supuesto, como todo reino estaba condenado indefectiblemente a perderse: una noche, un cuidador borracho dejó abierta la compuerta del dique y se inundó todo. En ciertas versiones del relato, el cuidador es amigo del príncipe del lugar; en otras se trata de otro príncipe. Casi siempre se llama Seithenyn. Todo esto está narrado en un manuscrito que se conserva en la Biblioteca Pública de Aberystwyth, un volumen llamado el Libro Negro de Carmathen.

He mirado de modo intermitente las imágenes del bosque sumergido todo el fin de semana. No sé por qué hablo de ellas en esta columna. En realidad, debería escribir sobre el desastre que entraña saber que Historia dejará de ser un ramo obligatorio para 3º y 4º medio. Debería decir que las explicaciones de la ministra Cubillos y el Consejo Nacional de Educación son menos que insuficientes; y que el debate -más allá de las explicaciones técnicas- de los especialistas y políticos no parece estar ni de lejos a la altura que el tema requiere. Debería decir que ese debate, por lo menos ahora mismo en el espacio público, ha sido paupérrimo. Debería decir que en este momento preciso, cuando el lugar de las humanidades (y lo que involucran) aparece amenazado desde demasiados frentes y donde todo hecho puede ser reescrito como una fake news; la idea de huir de la Historia (porque eso es lo que pasa: se escapa de la enseñanza del pasado con la excusa de que hay que solo concentrarse en el presente) es escandalosa y, sobre todo, peligrosa. Debería decir que todo esto es penoso y que es otra señal triste de los tiempos que corren. Debería decir que todo esto es más que coherente con el modo en que el gobierno de Piñera insiste, por ejemplo, en los méritos intelectuales de personajes como Mauricio Rojas o Roberto Ampuero, dos conversos expertos en hacer una épica de los arrepentidos, acomodando una y otra vez los hechos de la historia de Chile para hacerlos calzar con su picaresca privada.

Debería seguir con esto pero prefiero volver al bosque sumergido de Gales. Las fotos tienen algo inquietante que creo que se relaciona con lo anterior. En algunas podemos ver una pequeña ciudad portuaria detrás; hay personas caminando a lo lejos. En otras son simplemente pequeños montículos que se le elevan apenas sobre la superficie del agua negra, como jorobas de animales sin sombre o acaso la piel de un monstruo secreto del que nunca veremos el rostro. Todas proyectan una peculiar fascinación. Las raíces del bosque perdido aparecen expuestas y dobladas sobre la superficie de la playa; exhibiendo su curvatura anciana como si la luz pudiese devolverlas a la vida. Hundidas en la arena, parecen exponer la geometría de lo desaparecido; son las formas que tenían las cosas antes de que existiese una mirada humana que las registrase. Ahí está todo: el pasado que vuelve sin aviso y se presenta como una tormenta para dejar a la vista los fragmentos de algo que nadie sabía que había olvidado.

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