La historia de Lucy Letby: de enfermera “normal” a la peor asesina infantil serial de la historia británica moderna
Declarada culpable este viernes de asesinar a siete bebés recién nacidos y de intentar matar a otros seis, Lucy Letby, una enfermera de 33 años, pasó a la historia como una de las peores asesinas del Reino Unido. Con un modus operandi de inyecciones de aire e insulina, parecía ser todo lo contrario a sus predecesores seriales, pero su aparente normalidad contrastó con un mensaje escrito por ella donde aseguraba ser “malvada”.
Difícilmente en la vida de un ser humano existe un momento de mayor vulnerabilidad que el de los recién nacidos, especialmente cuando se dan partos complejos o prematuros. Esa fragilidad, sin embargo, se convirtió en el foco de cruentos asesinatos de bebés recién nacidos –de incluso un día de vida– en el hospital Countess of Chester, al noroeste de Inglaterra, que culminaron con una enfermera, Lucy Letby, siendo declarada culpable este viernes de matar a siete de ellos, además de intentar hacer lo mismo con otros seis de manera infructuosa.
Así, la mujer de 33 años se inscribió de forma infame en la historia del Reino Unido como la peor asesina serial de infantes en los últimos años. Su frialdad, descrita por los investigadores como una serie de asesinatos “persistentes, calculados y a sangre fría”, contrasta con una historia personal que da pocas luces de una persona dañada o con problemas previos, como sí ocurrió en casos anteriores de asesinas seriales británicas.
Entre sus víctimas, cuyas identidades han sido resguardadas, destacan unos trillizos, donde dos de ellos fueron asesinados con 24 horas de diferencia, un niño recién nacido que medía menos que la palma de la mano de un adulto y que pesaba menos de 1 kilogramo, y otra niña de 10 semanas que, tras cuatro intentos, fue finalmente asesinada. Los delitos habrían sido cometidos entre junio de 2015 y junio de 2016, cuando la mujer trabajaba en la unidad neonatal de Countess of Chester. Pero recién en 2017 fue denunciada por la policía, para ser detenida en 2018.
Lucy Letby transformó, de ese modo, la, en teoría, tranquilizadora imagen de una joven enfermera con su traje azul clásico del NHS (National Health Service, o Servicio Nacional de la Salud), en una imagen de terror y angustia para una veintena de padres y madres, quienes vieron, entre lágrimas, la declaración de culpabilidad de la asesina de sus recién nacidos bebés. Se espera que el próximo lunes se dicte cadena perpetua en su contra, convirtiéndola en la tercera mujer viva del Reino Unido en obtener dicho castigo.
Las cifras que la delataron
Según estudios británicos sobre muertes de recién nacidos de forma prematura en los centros de salud del país, por cada 1.000 llegados a este mundo en Reino Unido cada año, menos de dos fallecen. El rango promedio de muertes de la propia unidad neonatal del hospital Countess of Chester, lugar en el que los dramáticos crímenes ocurrieron, oscilaba entre uno y tres. O así ocurría hasta 2015, cuando las autoridades hospitalarias notaron un repentino aumento en el número de bebés que morían o sufrían un abrupto deterioro de su salud, sin aparente razón.
Mientras algunos experimentaban “graves colapsos catastróficos”, salvados solo por oportuna intervención médica, otros simplemente fallecían en extrañas circunstancias. “Se le veían las venas azules, brillantes, de distintos colores. Parecía que tenía calor punzante. Podías ver algo rezumando por sus venas”, dijo el padre de los trillizos durante su declaración ante el tribunal. Luego entenderían que se trataba de aire introducido intencionalmente a través de una vía intravenosa, en un patrón que se repetiría varias veces más.
Mientras el padre relataba la dramática situación, Letby miraba fijamente hacia el frente, para luego descartar el testimonio. “No puedo comentar su verdad. Yo misma no vi nada de eso”, detalló The Guardian.
A través de la inyección de aire, en algunos casos la enfermera provocaba que los recién nacidos sufrieran rompiéndoles el diafragma, o en otros casos les introducía un tubo por la garganta, pese a que algunos de ellos solo pesaban 535 gramos y habían nacido 15 semanas antes de lo recomendado. En ese caso, puntualmente, Letby intentó matar a la niña dos veces. La primera ocurrió horas después de que su familia –como todas las presentes en el lugar, que celebran cada aliento, cada respiro y fecha relevante– conmemorara los 100 primeros días de vida. Falló en ese intento, pero no sería el último.
De modo cruel, el día en que la prematura niña debía nacer según el calendario ideal, volvió infructuosamente a la carga, explicaron los fiscales en el juicio. La pequeña se salvó y actualmente tiene ocho años, pero le diagnosticaron parálisis cerebral tetrapléjica y requiere de cuidados las 24 horas del día.
Para cuando los puntos se empezaron a conectar, su nombre fue rápidamente descartado. ¿Por qué una joven veinteañera, trabajadora y con una vida social activa, se narraría en el juicio, y sin aparentes daños psicológicos visibles o una infancia dura, cometería un acto tan vil?
En busca de razones
“A Lucy Letby se le confió la protección de algunos de los bebés más vulnerables. Poco sabían los que trabajaban a su lado que había una asesina entre ellos”, dijo a los medios Pascale Jones, fiscal superior de la Fiscalía de la Corona. “Hizo todo lo posible por ocultar sus crímenes, variando las formas en que dañaba repetidamente a los bebés a su cuidado. Intentaba engañar a sus colegas y hacer pasar el daño que causaba por un empeoramiento de la vulnerabilidad de cada bebé”, continuó.
Esa aparente inocuidad –la misma que el aire, la leche o la insulina, las armas que utilizó para su cometido– también era compartida por sus compañeros de trabajo.
Cuando Stephen Brearey, jefe de pediatría de la unidad neonatal, notó un patrón común en las muertes, llevó de inmediato la información a Alison Kelly, directora de enfermería. Solo había una enfermera de guardia presente en cada muerte inesperada, reveló The Guardian: Lucy Letby. Pero el propio Brearey matizaría la situación. “No puede ser Lucy. No la buena Lucy”, dijo. La idea de una enfermera de neonatos que se había especializado precisamente en el cuidado de niños nacidos con problemas era inconcebible, por lo que la sospecha fue rápidamente descartada.
Luego, ya en junio de 2016 y cuando el patrón continuaba, el propio Brearey dijo a BBC que exigió a los directivos del hospital que hicieran algo tras los dos últimos asesinatos, lo que habría sido denegado por las autoridades. Según el medio británico, los máximos responsables incluso retrasaron el llamado a la policía cuando se detectó una repetición en el modus operandi, pero, al contrario, exigieron a los médicos que escribieran una disculpa a Letby. Tampoco se habrían informado de manera correcta las muertes en el sistema del NHS, por lo que la alta tasa de mortalidad no fue detectada, dijo un gerente que asumió el control del hospital tras la crisis.
Pero pese a estas preguntas y posibles fallos en el conducto regular, una pregunta seguía –y sigue– sin respuesta: ¿Por qué lo hizo? Según los fiscales a cargo, uno de los motivos podría ser que disfrutaba “jugando a ser Dios” y que se divertía con la “emoción” de resucitar bebés. Otro fiscal, Nicholas Johnson KC, sugirió que Letby simplemente se aburría cuando atacaba a sus víctimas. Enviaba frenéticamente mensajes por WhatsApp a sus dos mejores amigas, y hacía numerosas búsquedas en Facebook, incluso a familiares de los niños asesinados.
Esa aparente desconexión emocional quedó plasmada en un fallido intento de asesinato de un gemelo durante un turno de sábado en el que, tras inyectarle aire y presenciar el posterior colapso sufrido por el niño, vio cómo se salvaba por la intervención médica. Sin embargo, se limitó a escribir a un amigo: “El trabajo ha sido una mierda, pero... ¡Acabo de ganar 135 libras en el Grand National!”, sumado de un emoji de un caballo, relató The Guardian.
“En realidad, no hemos encontrado nada en su historial que no sea normal”, dijo a la prensa la inspectora Nicola Evans, de la policía de Cheshire. “Ha actuado de una forma realmente normal, pero ser normal le ha permitido pasar desapercibida. Y le ha permitido operar a plena vista”.
Pero un mensaje escrito por ella misma –y luego negado, tal como todos los asesinatos– develaron su lucha interna. Según The Associated Press, la policía encontró una nota Post-It en 2018, tras ser arrestada, en la que se leía: “Soy malvada, hice esto”.
Otras, rezaban frases de la misma índole. “No merezco vivir”, se veía en una. “Los maté a propósito porque no soy lo suficientemente buena para cuidarlos”, continuaba. “SOY MALVADA, YO HICE ESTO”, escribía, esta vez, en mayúsculas. Su abogado aseguró que eran las palabras angustiadas de una mujer que había perdido la confianza en sí misma, mientras que Letby dijo estar “destrozada” por las acusaciones, y que “solo hice lo que pude para cuidar de ellos. Estoy aquí para ayudar y cuidar, no para hacer daño”.
La mujer vivía sola en una casa de Chester, en una calle tranquila donde mayoritariamente habitan jubilados o familias con niños. Rara vez veían deambular a la joven rubia que llegó en marzo de 2016, luego de que sus padres –quienes acompañaron y defendieron a Letby durante todo el proceso judicial– le ayudaran a comprar la casa.
Esa faceta de normalidad, siendo la primera profesional de la familia y con padres presentes durante toda su vida, desconcertó a los investigadores. “Era una enfermera normal. Era lo que se diría una veinteañera normal... pero claramente había otra faceta que nadie vio y que hemos desentrañado durante esta investigación”, reveló Nicola Evans, quien pasó seis años investigando y analizando a Letby.
Lo mismo cree Paul Hughes, detective superintendente que dirigió la investigación y que habló con Reuters. “Desgraciadamente, no creo que sepamos nunca (sus motivos), a menos que ella decida contárnoslo”.
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