La Momificación del Estado

Notable es, entonces, que nuestra Constitución Política consagre justamente que el fin del Estado es estar al servicio de la persona humana y que el objetivo de toda la función estatal se encuentre sometida al fin primario y principal de promover el bien común y permitir que los ciudadanos encuentren su mayor realización espiritual y material.



En la entrada del edificio principal del University College London se puede encontrar una notable rareza. El artículo en cuestión se trata de una momia - impecablemente vestida- de los restos del filósofo Jeremy Bentham, quien es considerado como uno de los padres del utilitarismo.

Esta corriente filosófica, hoy superada en parte por uno de los discípulos de Bentham, John Stewart Mill, tuvo en su momento propuestas que resultaban revolucionarias e innovadoras. Para Bentham el Estado es "un grupo de personas organizadas para la felicidad de la gente" y que el objetivo principal de la ley "debería ser la felicidad del pueblo".

Notable es, entonces, que nuestra Constitución Política consagre justamente que el fin del Estado es estar al servicio de la persona humana y que el objetivo de toda la función estatal se encuentre sometida al fin primario y principal de promover el bien común y permitir que los ciudadanos encuentren su mayor realización espiritual y material. El objetivo de Bentham, Mill y compañía parece haber logrado influencia en el Estado liberal moderno, consagrando que éste existe con el propósito principal de estar al servicio de las personas.

Sin embargo, la realidad se aparece en el recodo del camino como un bandido: la conciencia de que algo anda mal con la estructura del Estado ya es generalizada. Hoy, nuestro leviatán se encuentra con una mochila y ataduras tan pesadas y estrechas que fuerzan una ineficiente gestión de los asuntos públicos, resultando en que éste no pueda satisfacer con las expectativas de los ciudadanos y cumplir con su objetivo principal. En muchos casos los plazos, tramites, requerimientos y fiscalizaciones implican que los ciudadanos vivan más al servicio del Estado que viceversa.

Los datos son alarmantes y anecdóticos. En "Desiguales", informe elaborado por el PNUD, se observa que la población percibe importantes desigualdades de trato por parte de los servicios públicos. En efecto, un 41% de la población afirma haber sido alguna vez victima de malos tratos y, en un 34% de aquellos, el causante de éste fue un funcionario público, el cual, probablemente, sólo obedecía un instructivo, una resolución o un protocolo elaborado por directivos.

Por otro lado, el aforismo caricaturesco -pero no por eso menos representativo- de que en el derecho público sólo se permite hacer lo que la ley autoriza expresamente, ha implicado que la administración se encuentre de manos atadas para iniciativas piloto o experimentales y que, en definitiva, la aversión al riesgo o miedo a la fiscalización evite cualquier grado de innovación. El "acá siempre se ha hecho así" es válido, pero si es ad eternum a la larga se transforma en ad absurdum.

Lo anterior implica que la misión que se le ha encargado al Estado liberal moderno, no se está logrando de forma satisfactoria.  Por lo mismo, se agradecen grandemente las iniciativas del ministro Gonzalo Blumel, la creación y funcionamiento del Consejo Permanente de Modernización del Estado, y las otras tantas gestiones de organismos estatales y de la sociedad civil.

Sin embargo, ninguna de las anteriores será suficiente si no van aparejadas de un sentido de urgencia, que haga que tales medidas, todas muy bien inspiradas y diseñadas, logren desempolvar y agilizar la gestión del Estado. De este modo, la única forma que logremos evitar que el Estado se transforme en una momia de las glorias pasadas, es tomar conciencia de la urgencia de la necesidad de modernizarlo, llevándolo a una nueva etapa en su desarrollo.

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