Las penurias de Guarequena y otros relatos: Cómo se vive la pandemia siendo inmigrante

La población migrante residente en el país enfrenta la crisis sanitaria sin redes y con dificultades para encontrar trabajo y acceder a la salud.


Desde hace un mes, Guarequena Gutiérrez (36), representante del presidente encargado de Venezuela, Juan Guaidó, no sale del departamento que comparte con su pareja en el centro de Santiago.

Si su labor ya era atípica antes del Coronavirus -al no contar con una oficina diplomática formal, ni personal, ni recursos-, después de que Chile entró en la fase cuatro de la pandemia, todo se tornó aun más extraño... y precario.

Gutiérrez cambió las reuniones en embajadas y los contactos que tenía con la comunidad migrante en las salidas del Metro, en cafés o casas particulares, por contactos vía teleconferencia que se extienden hasta las 22 horas. Hace un mes fue la última vez que tuvo contacto en vivo con algún representante del gobierno chileno, aunque asegura que mantiene nexo virtual permanente con la Dirección General Consular.

Desde el 29 de enero de 2019, cuando fue nombrada embajadora, Gutiérrez renunció a su trabajo en una importadora y dejó de contar con remuneración. De ahí que hoy enfrenta la cuarentena en condiciones económicas extremadamente adversas que le impiden ayudar a su familia en Venezuela .

“Yo, particularmente tengo más de un año sin salario. Me ayuda mi pololo, un primo y una persona venezolana-chilena. La labor diplomática ha sido con ayuda externa escasa. Nunca he llegado a 500 mil pesos mensuales, siempre son 200 o 300 mil”, asegura.

En estas semanas de crisis sanitaria, Guarequena ha estado abocada a la situación de los venezolanos migrantes en el país y también a las noticias que recibe de su familia en Venezuela. “Pienso en los que están en Venezuela que no tienen ni bencina para moverse en carro. Mi mamá, todos los días se queda sin electricidad por varias horas y no tiene agua potable desde hace dos meses”, asegura.

La situación de Gutiérrez no es aislada. José Tomás Vicuña SJ, director Nacional del Servicio Jesuita a Migrantes apunta a cómo las dificultades se redoblan cuando se enfrenta una crisis sanitaria en calidad de inmigrante, muchas veces solo y con la incertidumbre de que ante la enfermedad o fallecimiento de un familiar no será posible estar.

“Estamos experimentando temporalmente una incertidumbre que los migrantes experimentan de por vida. Si ya se nos hace difícil este nuevo modo de vida, más difícil se nos haría sin tener redes de contacto”, recalca.

Según el Instituto Nacional de Estadísticas y el Departamento de Extranjería y Migración, hasta diciembre se contaban en Chile 1.492.522 personas extranjeras residentes habituales, que se suman a la cifra negra de indocumentados que han llegado al país.

Las dificultades de acceso a la salud, la inestabilidad laboral se redoblan en un contexto de cuarentena. Tal como describe Vicuña, quienes no quedaron sin trabajo en el último mes hoy están en la primera línea de entrega de servicios básicos. Son quienes reparten comida por delivery, retiran la basura y también prestan colaboración a equipos de salud.

“Tuvimos que llegar a una pandemia mundial para ver la labor crucial que realiza la población migrante”, insiste el sacerdote jesuita.

Darwiun Londoño: “Me echaron a la calle”

Hace unos días Darwiun Londoño (25) quedó literalmente con sus maletas en la calle. Producto de la crisis económica que arrastró el coronavirus, el joven venezolano fue desvinculado de la cafetería en la que trabajaba en Algarrobo desde que llegó a Chile en mayo del año pasado.

Debido a la demora en los trámites del finiquito y el consiguiente desfase en el pago de su arriendo, lo desalojaron de la residencia donde vive.

“Yo tengo contrato y nos estaban inscribiendo para el pago del seguro de cesantía. No tenía con qué pagar para estar al día. Pero logré pagar y quedarme. Conseguí dinero, pagué y compré comida”, cuenta.

A la espera de que pueda volver al trabajo, Darwuin permanece recluido en la residencial que comparte con otros venezolanos. “Me da miedo salir porque es más difícil acceder a la salud y sabemos que por acá cerca hay un contagio", dice.

Doris Delgado: “Vendía agua en los semáforos, pero la gente se aterrorizó”

Doris Delgado (42) tiene un título de licenciada en Administración de Venezuela, que no ha podido convalidar en Chile. Llegó al país junto a sus dos hijos (4 y 12 años) en julio del año pasado, justo en medio de la oleada de inmigrantes que estuvo en la frontera norte por varias semanas esperando un permiso para entrar. Le tocó quedar varada en Arica por 25 días. Les robaron las maletas y tuvo que vender golosinas para conseguir el dinero para el pasaje a Santiago.

Tres meses después de instalarse vino el estallido social y ahora la pandemia. “Yo vendía agua en los semáforos, pero ahora la gente se aterrorizó y no tengo cómo sustentar. Estoy muy preocupada por el pago del arriendo que este mes pude pagar con un préstamo y dejando el pasaporte de los niños en garantía. Estoy muy asustada, aunque no pierdo la fe", asegura.

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