¿Lista o partido?
Las reglas para ser un partido político pueden parecer molestas, pero están ahí para proteger al sistema de vergüenzas como las vividas en los últimos días.
¿Debiera la Lista del Pueblo convertirse en un partido político? Sin duda es una pregunta que deben resolver sus miembros, ya sea los oficiales, en resistencia u otras denominaciones. Pero probablemente, de ser partido, se podrían haber ahorrado el bochorno de los últimos días en su definición de candidatura presidencial. La legislación en el tema establece mecanismos de democracia interna regulados y transparentes, que habrían evitado una pelea entre el dueño de la marca y sus potenciales militantes. Por su aversión a los partidos políticos existentes, han optado por un camino que replica sus peores prácticas.
Los partidos políticos nacen como agrupaciones voluntarias que permiten coordinar demandas ideológicas durante y entre procesos eleccionarios. Son plataformas que pueden competir por la obtención del poder y de cargos públicos. Su rol es poder plantear organizaciones más o menos estables que aseguren representación y rendición de cuentas en la política y, por ello, tienen un lugar protegido en los sistemas democráticos (y también en algunas dictaduras). Podemos ponerle otros nombres, pero la clave es esa protección que les otorga el sistema.
Chile ha construido, como plantean desde la ciencia política, una partidocracia. En ella, el rol de los partidos se reduce a su supervivencia y han abandonado, con algunas excepciones, su función de coordinación de preferencias y representación de la sociedad. Eso está en la base de lo que se conoce como la crisis de intermediación, y ha llevado a que sean las organizaciones peor evaluadas por la ciudadanía. En ese contexto, el surgimiento de listas de independientes exitosas ha sido celebrado como un avance, aunque en verdad es un síntoma de retroceso.
Porque una cosa es tratar de ganar una elección específica, en un contexto acotado como el proceso constituyente, y otra muy distinta es querer coordinar preferencias con miras a la obtención del poder de forma permanente. En eso último, es necesario contar con las herramientas legales e institucionales para poder asegurar mínimos de democracia interna, transparencia y rendición de cuentas. Las reglas para ser un partido político pueden parecer molestas, pero están ahí para proteger al sistema de vergüenzas como las vividas en los últimos días.
Ahora, las reglas que existen tampoco son las mejores, y ahí es donde el rol de la Convención Constitucional es clave. En el afán de mantener un orden y un monopolio del acceso al poder, los partidos han creado una regulación demasiado exigente y poco flexible a las realidades subnacionales. Uno de los pocos avances en la materia, y empujado por la inscripción de Gabriel Boric, es que los partidos ya no controlan sus planillas de militantes, pues las personas pueden afiliarse sin más trámite con Clave Única.
La Lista del Pueblo, con una representación decreciente en la Convención, tiene un rol privilegiado para modernizar nuestro sistema de partidos. Pero para eso, primero tienen que decidirse a jugar el partido como un equipo y no como una montonera.
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