Los Profetas

Siches Jackson Boric
Foto: Agenciauno

Muchas de las acciones y declaraciones del gobierno en curso y, en particular, de su Presidente huelen a acción profética. Pero hay algunas que llaman particularmente la atención. La primera es la estrategia de llevar toda respuesta a planteamientos teóricos.



La palabra profeta tiene un claro origen etimológico. Derivado del griego “profetes”, alude a aquel que opera como mensajero o portavoz. El profeta nada tiene que ver con la figura del adivino o del mago. Lo suyo no es la visión, sino la Palabra (usando la mayúscula con propiedad). Lo anterior resulta vital para comprender el rol del profeta. Su tarea no se agota en describir, sino aspira a develar.

¿Es posible ser profeta en un mundo laico? La pregunta aceptaría respuestas múltiples, pero si nos enfocamos en la gestión democrática y laica una respuesta positiva entrañaría enormes riesgos, entre otros, el dogmatismo. La literatura griega nos entrega un extraordinario ejemplo en la figura de Procusto, un maligno posadero que ajustaba los cuerpos de sus visitantes al tamaño de su cama. Si resultaban más largos los cortaba y, si por el contrario, eran más cortos los estiraba rompiéndoles los huesos a martillazos. El era la medida de todas las cosas.

El asunto en cuestión no es patrimonio de izquierdas ni derechas. Existen ejemplos para ambos lados y la derecha tiene un innegable saldo al debe. Sin embargo, lo anterior no inhabilita para sindicarlo o encender las alarmas cuando corresponda.

Muchas de las acciones y declaraciones del gobierno en curso y, en particular, de su Presidente huelen a acción profética. Pero hay algunas que llaman particularmente la atención. La primera es la estrategia de llevar toda respuesta a planteamientos teóricos. Por ejemplo, en el contexto de una sequía sin precedentes que se extiende por más de trece años, Boric sostuvo que el país debe avanzar hacia un “modelo que permita garantizar el derecho humano al agua”. Sus declaraciones, nada dicen acerca de cómo enfrentar concretamente el problema, pero exaltan la épica subyacente.

La segunda es la figura omnipresente del Presidente, pero fuera de toda contingencia. El diseño otorga a los ministros -particularmente a los más cercanos- la tarea de transmitir “el mensaje”. Entonces nos encontramos con la Ministra del Interior y, donde la gente ve violencia y delitos, ella ve presos políticos. Donde los ciudadanos se preguntan por qué los autores de un crimen atroz obtienen beneficios penitenciarios, ella ve una compensación por un sistema de justicia de clase que deja libres a los rubios con apellido. Procusto nos adapta a las medidas de su cama.

La última, es la estrategia de diluir permanentemente la responsabilidad. “Este camino será difícil, pero lo recorremos juntos”, “El camino hacia una solución no va a ser fácil ni rápido, pero quiero que sepan que estamos haciendo todos los esfuerzos…”. Suena formidable y es altamente inspirador, pero también es posible acercarse a estas declaraciones con una segunda lectura: ustedes me eligieron, pero nuestros logros dependerán de que todos se sumen y si no es así, no será culpa mía ni de mi gobierno. Visto así, estas declaraciones operan como una suerte de letra chica, con olor a publicidad engañosa y justifican los resultados ex ante. La caricatura de la “elite” (en sentido amplio) como piedra de tope endémica, es absolutamente funcional a este logro. “No espero que las élites estén de acuerdo conmigo, pero sí que dejen de tenernos miedo”.

La historia nos muestra que en política sentirse profeta es peligroso, pues aleja de la sana autocrítica e instala como verdades incuestionables visiones no los son. Gobernar para todos los chilenos (o al menos para un gran número de ellos) fuerza a salir de este esquema.

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