Marilyn Manson, Manu Chao y casi Robert Smith: las mejores historias de La Batuta en sus 30 años
En agosto, el clásico bar de Ñuñoa festeja tres décadas, convertido en los 90 y parte de los 2000 en el mayor epicentro de la escena musical chilena. Aquí, algunos de los mejores relatos que guardan sus paredes.

En agosto de 1989, hace casi ya 30 años, La Batuta inició su despegue. Desde esos días, el tradicional bar de Ñuñoa escaló como eje y epicentro de la música chilena, el espacio ineludible para todos los artistas que editaban discos, inauguraban nuevas etapas creativas o incluso para astros foráneos que deseaban pasar por un reducto más íntimo, intenso y bohemio.
Aunque en la última década ha perdido el fuego de sus años de gloria –hoy su cartelera se concentra mayoritariamente en las bandas tributo-, en sus registros aparecen algunas de las mejores historias de la escena local en el retorno de la democracia. Aquellas que tienen protagonistas tan dispares como Manu Chao, Marilyn Manson, Jorge González, Los Ratones Paranoicos, Fiskales Ad-Hok o El Macha.
¿Es Robert Smith?
En marzo de 2005, el cantautor de ascendencia uruguaya Gonzalo Yáñez llegaba como un incipiente crédito del pop local a presentarse en el escenario de la calle Jorge Washington. Todo era aplausos y euforia, hasta que el artista hizo una pausa para presentar a… Robert Smith.
¿Estaba el cantante de The Cure entre las paredes del lugar? No: era el cantante de Los Pisioneros. Jorge González apareció caracterizado como el británico, con maquillaje pálido, labios pintados, vestido de negro riguroso y el pelo enmarañado según enseñó Smith en los 80. De hecho, se atrevió con el cover de Just like heaven.
"Era una humorada, un momento muy lindo", rememora Yáñez, aunque González se lo tomó más en serio. No sólo como un invitado. No sólo como un comensal sorpresa de uno de sus mayores aliados escénicos hasta hoy.
En camarines, el sanmiguelino recibió a un puñado de periodistas y dijo: "Los Cure son una banda amada por los chilenos. Acá los grupos más populares no son ni los Stones ni los Who, sino que son los ingleses de los 80, los que más nos identifican. Hay algo ahí especial. Por eso lo pensé como un homenaje a eso".
Pero también la blanca palidez Gonzaliana tenía otro guiño: meses después de se iría a vivir a México, en un peregrinaje global que se extendería por una década, por lo que también sirvió como una despedida de su tierra. Esa que ama a los Cure, pero mucho más a Los Prisioneros.
https://www.youtube.com/watch?v=aaF8M8H1Vgc
Ahora sí: es Marilyn Manson
Robert Smith nunca pasó por La Batuta, pero sí lo hizo otro tipo de semblanza andrógina, rasgos tétricos y cosméticos que parecían rescatados del sótano de un set de grabación de una cinta gore. En 1996, antes de presentarse en el festival local Crazy Rock, Marilyn Manson pidió salir a relajarse. Estaba hastiado de las horas de ensayo y del encierro en el hotel, por lo que deseaba escapar a tomar un poco de aire.
Por esos años, le recomendaron lo obvio: La Batuta era el mejor lugar para digerir el Santiago nocturno. Y un hombre adscrito a la oscuridad, como Manson, aceptó. Sobre todo porque esa noche tocaba Criminal, emblemas criollos del metal.
Hasta ahí arribó con Sara Ugarte, guitarrista y cantante de Venus, quizás la primera banda chilena de rock y punk integrada sólo por mujeres. Junto a su staff de seguridad, estuvieron en un rincón de La Batuta, eludiendo el acoso, zafando de los curiosos, aunque la pregunta esa noche era una sola: "Hay un tipo ahí muy parecido a Marilyn Manson. ¿Será él?". Y sí. Lo era.

Thrashers unidos: si nos nos quieren acá, nos vamos para La Batuta
Otros estadounidenses vinculados al alto voltaje dijeron presente en La Batuta. Pero no se pasearon entre el humo y las cervezas de la barra; ellos llegaron a montarse en el escenario para tocar. Aunque tal desenlace no estaba en su guión.
A principios de 2005, Anthrax, uno de los emblemas del thrash metal junto a Megadeth y Slayer, tenía programado un concierto a gran escala en el Estadio Víctor Jara. Era el gran reencuentro con su fanaticada local.
Pero apenas tres horas antes, con el público ya haciendo la fila, la previa y el aguante –todos los clásicos ritos de cualquier espectáculo que se precie de tal-, las autoridades municipales anunciaron que el estadio no contaba con los permisos exigidos y que la cita debía cancelarse.
El anuncio desató la furia, casi una batalla campal que semejaba una horda de vikingos cerca de destruirlo todo. Para apaciguar la rabia y apagar el incendio, varios integrantes de Anthrax se fueron esa frustrada noche a La Batuta y armaron una improvisada tocata que incluso incluyó al baterista de Chancho en Piedra.
Lágrimas de metal: fue un pequeño consuelo para una comunidad rockera que se quedó sin reverenciar a una de sus divinidades.
Manu Chao, anda a esperar micro
A fines de los 90, también había otras deidades en el país. Como Manu Chao, cantautor franco-español y por años eterno símbolo de retórica latinoamericanista, la vida nómade y la actitud combativa.
Con ese estatus llegó en 1998 a Santiago. Cristóbal González, periodista y músico por esos días del grupo Santo Barrio, lo había conocido un par de años antes. "Yo viví en Madrid entre el 93 y 94, la época que Mano Negra sacó el disco Casa Babylon, y se fueron a vivir a España. Allí entrevisté a Manu Chao para la Extravaganza el 94, aún existía Mano Negra. El 98 el vino a Chile a promover el disco Clandestino y lo entrevisté de nuevo", comenta.
En ese encuentro en la capital explotó la química y hubo sincronía pura, por lo que González lo invitó al show que un par de días después darían en La Batuta, atendiendo a que Santo Barrio también abrazaba el ska, el reggae, el rock y los ritmos latinos, la fusión también propia de Manu Chao. Además, en reuniones informales con artistas como Tiro de Gracia o Joe Vasconcellos, todos le recomendaban ir a ver a ese grupo chileno.
Y José Manuel Arturo Tomás Chao Ortega, su verdadero nombre, dijo sí. Llegó hasta un ensayo de Santo Barrio en los días previos, participó de él y nuevamente recalcó que los iría a ver a Ñuñoa. Cuando llegó esa jornada, el cantante apareció sin aspavientos, puso música como DJ, vio a la banda que se presentó primero (Sandino Rockers) y casi de modo inadvertido tocó percusiones en el show que concluyó la noche, el de Santo Barrio.
Pero lo mejor estaba preparado para el final. Tomó una guitarra y se puso a hacer un improvisado recital de casi 40 minutos. Fue su inesperado debut en Chile. Los presentes no lo podían creer. "La Batuta estaba llenísima", recuerda González.
Y claro: Manu Chao se había encargado de contarle a medio mundo que esa noche tenía ganas de tocar en vivo en el local. En esos años no se necesitaba de Twitter para que una noticia se propagara rápido hasta explotar de la manera más intensa.
Después de todo ese jolgorio, Manu Chao junto a su equipo salieron del lugar de madrugada y se fue a tomar una micro en la Plaza Ñuñoa.
"Solo voy con mi pena/ Sola va mi condena/ Correr es mi destino/ para burlar la ley", canta simbólicamente en su hit Clandestino.

Es Charly
El destino de La Batuta está marcado por esos trances epifánicos: estrellas de multitudes, habituadas a los grandes estadios y teatros, llegaron hasta el sitio para poder sentirse como en sus inicios, con la gente, el sudor y la euforia irrumpiendo en sus narices. Y sobre todo cuando nadie lo esperaba.
Charly es el paradigma mayor. El nombre que todos recuerdan. Siempre que tocaba en Santiago –en sus años de mayor estabilidad física y vigencia artística- terminaba en Ñuñoa. El aguante en su mejor expresión.
Sucedió tras sus visitas de 2002, 2003 y 2006: la noche posterior a sus conciertos, sentía ganas de tocar, sugería a sus representantes que llamaran a los propietarios de La Batuta y, bueno, ¿quién se iba a negar al gran referente del rock hispanohablante?
Según recuerda Jorge Toro, productor que lo trajo en esos años, su idea siempre era asumir esas tocatas imprevistas con un relajo mayor al de los grandes espectáculos de corte más promocional y masivo. Por eso, hacía lo que quería: cantaba temas de The Beatles, de Lennon, de Sui Generis, algunas rarezas, se tomaba fotos y hablaba con el público. Todo muy Charly. Say no more.

"El Flaco" también tiene ganas
Spinetta siempre se ha levantado como un contrapunto de su coterráneo García: donde uno es pausado, reflexivo e intelectual, el otro es visceral, vehemente y extremo. Pero La Batuta los unió en las ganas de tocar en Chile lejos de los escenarios gigantes.
En 1992, el "Flaco" concretó una serie de presentaciones en otro epicentro ñuñoíno, el teatro California. Tras la primera de esas fechas, se fue con su equipo a cenar al restaurante Casa de Cena, en Plaza Italia. Como los shows estaban agotados, el músico comentó: "¿Y si hacemos algo en un lugar pequeño donde pueda ir la gente que se quedó fuera?".
Obviamente todas las miradas giraron hacia La Batuta. Un par de días después, llegó con toda su banda y su equipo hasta el recinto, armando una performance casi de la nada. La reacción fue la misma que con García y Manu Chao: todos los presentes, boquiabiertos, no lo podían creer.

Fiesta con los Rolling Stones. O casi.
Hubo otro rockero argentino que pasó por La Batuta. De mucho menor impacto e influencia en Chile, pero que algunos también recuerdan como un instante explosivo: Juanse, líder de Ratones Paranoicos, emblemas de ese rock trasandino que replica y fotocopia los modales, gestos, formas, tics, cánticos, vestuarios, poses y sonidos de los Rolling Stones.
De hecho, todo sucedió en una fiesta local consagrada a la agrupación inglesa. En 2006, bajo esa motivación, la banda argentina tocó en el lugar, acompañados por créditos locales como The Ganjas y Guiso, nuestros propios emblemas del rock and roll de vieja cuna.
Cuando los chilenos tocaban, ya muy entrada la noche, Juanse sale de la nada y empieza a improvisar al micrófono una muy aguardentosa y sucia versión del clásico Jumpin' Jack Flash. Moviéndose a lo Jagger, se bajó del escenario, se metió en medio del público, bailó en las primeras filas, y todo fue caos y fiesta como en los 60.
Pero esta era Ñuñoa y Juanse estaba lejos de su Argentina natal, el país donde es genio y figura.
https://www.youtube.com/watch?v=QVq_iJOTW_Q
El Capitán empieza su marcha
Pero sí las estrellas internacionales tuvieron su minuto de fulgor en La Batuta, los artistas chilenos también acumulan anécdotas para enmarcar. Incluso antes que fueran celebridades: en el invierno de 1991, varios instrumentistas salidos de distintas entidades capitalinas vinculadas al jazz se subieron al bar La Batuta para jamear. De la nada, sin aviso previo.
Muchos de ellos integraban el germen de lo que más tarde sería La Banda del Capitán Corneta, como Francisco Rojas, Pedro Rodríguez y Mauricio Rodríguez. Se armaron de valor, tocaron, sumaron a Álvaro Henríquez que estaba entre el público, detonaron una guerra de guitarras bluseras y también invitaron al festín al bajista Juan Cabello, que luego integraría el conjunto.
Ese día quedó sellado el destino de La banda del Capitán Corneta, un recordado grupo local adscrito al rock, el blues y el jazz, y que con los años ha tenido diversas reencarnaciones. Esa noche se dieron cuenta que debían formar una banda que con los años ha adquirido el carácter de "esencial" para el catálogo chileno de los 90. "Fue una gran noche, estábamos todos muy jóvenes", rememora y se resigna el cantante "Pancho" Rojas.
Señor cabo, escuchó mal
Pero las historias entre La banda del Capitán Corneta y el bar ñuñoíno no terminan ahí. Menos en esos años y, claro, con ese nombre tan singular.
En 1993, cuando ya eran un crédito reputado en la escena, la agrupación se presentó en un período complejo: La Batuta estaba en plena batalla con el alcalde de esos años, Jaime Castillo Soto, quien culpaba al local de estimular el caos durante las noches en la comuna y de ser "un aporte cultural cero", como alguna vez definió. En rigor, estaba empecinado con su cierre.
En esa tocata, Carabineros llegó al lugar bajo mandato municipal. Le preguntaron a uno de los sonidistas "¿quién está tocando?", a lo que el profesional respondió lo obvio: "La banda del Capitán Corneta".
Las autoridades policiales pensaron que se estaba burlando de Carabineros. Hubo forcejeos, retos, amenazas de detener al pobre sonidista que simplemente había expresado la palabra prohibida. Al final, todo se calmó.
"Los pacos juraban que los estaba agarrando para el hueveo", contó el mismo "Pancho" Rojas en una entrevista a Wikén en 2009.
Ídolos a escena
En agosto de 2000, la banda González y los Asistentes (liderada por Gonzalo Henríquez, hermano de Álvaro, un grupo además habitual de La Batuta) llegó hasta el reducto. Cuando terminaron de tocar, dos personas que estaban entre el público se acercan al escenario y dicen "oye, queremos tocar". Eran Jorge González y el propio Álvaro Henríquez.
Se suben a improvisar el tema Sudamerican Rockers y los fans quedan tumbados antes las dos mayores glorias rockeras locales de las últimas dos décadas juntas en un escenario. Todo un hito justo en días en que consolidaban una amistad que se extiende hasta hoy.

Punks con contrato
Por años La Batuta fue el lugar donde ejecutivos de los sellos chilenos iban a sondear bandas para sumarlas a sus filas, en años en que las disqueras tenían en su radar a músicos del país. También era un espacio de encuentro donde periodistas de esos años conocían o veían consolidarse a los más diversos nombres. Durante muchas noches, parecía que todo se concentraba ahí, que todo pasaba ahí.
Hacia 1995, Fiskales Ad-Hok agitaban el lugar y entre el público estaba Oscar Sayavedra, por ese entonces ejecutivo del sello multinacional BMG. Tras el show, impresionados por su rudeza, pero también por lo agudos que eran para observar la realidad chilena, el profesional se acercó al cantante Álvaro España, se conocieron y forjaron una amistad que culminó con la edición del disco Traga esa misma temporada.
Gracias a su paso por La Batuta, el emblema del punk local había logrado uno de los tratos más relevantes y particulares de su trayectoria. "Tuvimos mucha buena onda desde ese momento", puntualiza hoy Sayavedra.
En 2008, Chico Trujillo también explotó ahí para las masas e hizo sus primeras armas entre sus fieles adeptos capitalinos. El Macha, por lo demás, era un personaje habitual entre quienes repletaban el sitio cada fin de semana.

Pura Pozze
Como La Batuta era un epicentro, un imán que atraía a casi todos, algunos de los grandes anuncios de la industria eran lanzados entre esos rincones.
En 1993, con el casete de su debut, Pozzeídos por la ilusión, ya en la calle, La Pozze Latina presentó en el lugar sus nuevas composiciones. En una suerte de intermedio, su sello, Alerce, anunció frente a todos que el álbum también tendría su versión en CD. Ovación generalizada y la juerga continuó hasta la madrugada. Era un hito mayúsculo para esos años.
Y también un relato que hoy suena a prehistoria. Arqueología musical pura.
*Muerte y resurrección
Pero los anuncios de peso no sólo se remiten a bandas de hace 20 años. También hubo insignes de la nueva generación que aprovecharon la estatura histórica de La Batuta para impulsar sus propios cambios de piel.
Fue el caso de Ases Falsos: en 2011, cuando la banda encabezada por Cristóbal Briceño decidió sepultar su antiguo nombre, Fother Muckers, la ceremonia de funeral y resurrección la hicieron precisamente en el espacio de Jorge Washington.
"He muerto Fother Muckers, bienvenidos Ases Falsos", era la frase redentora con que publicitaron la tocata, justo en los días de Semana Santa, en un guiño al sufrimiento y la crucifixión, pero también al renacer de una nueva existencia. Amén.
"La idea es que haya un cambio completo", dijo Briceño por esos días, en una promesa cumplida hasta hoy.
Punk batutero
Hay un show que, para los que tienen más memoria, años y noche, simboliza el gran espectáculo en que La Batuta ardió de sudor, empujones y alta temperatura.
Una combustión que casi se pasa de la raya: el debut de Marky Ramone, histórico baterista de Ramones en Santiago, el 9 de febrero de 2005. Era casi imposible respirar. Un desafío a la paciencia y los nervios.
Pero daba igual: era la primera vez en años de un miembro de los Ramones en suelo capitalino. Además, en un espacio minúsculo como La Batuta, quizás como lo fue alguna vez el CBGB neoyorquino. Una noche imborrable.
Otra más de las tantas arrojadas por La Batuta en tres décadas.

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