Mauro Entrialgo: “Trump ha manejado con soltura la estrategia del malismo”

Los periodistas hacen preguntas al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a bordo del Air Force One durante un vuelo desde Las Vegas, Nevada, a Miami, Florida, el 25 de enero de 2025. Foto: Reuters

Frente a la “ostentación del mal” y un panorama con cada vez más "bravucones" en la política internacional, la llegada de Donald Trump al poder parecería ser la coronación de una “época malista”, según afirma el humorista gráfico español.


“El matonismo elevado a virtud”. El año pasado, cuando el ganador de las elecciones presidenciales estadounidenses era aún un misterio, la editorial Capitán Swing publicó “Malismo, la ostentación del mal como propaganda”, del humorista gráfico español Mauro Entrialgo. En el libro se hablaba del “antiintuitivo mecanismo propagandístico que consiste en la ostentación pública de acciones o deseos tradicionalmente reprobables”.

En 2016, recuerda Entrialgo, el candidato Donald Trump contaba que, de tan popular que era, “podría dispararle a alguien en la Quinta Avenida y no perdería ni un voto”. En entrevista con La Tercera, el artista español comenta el aspecto político de este tipo de actitud, por lo bajo soberbia, y cómo ha ido permeando en las campañas de los últimos años.

Malismo
Portada del libro "Malismo", de Mauro Entrialgo.

Luego de la ceremonia de asunción de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, su libro gana actualidad. Con el prisma de la idea del “malismo”, ¿qué puede decir de Trump? ¿Qué podemos esperar del futuro de este término?

Trump es un experto malista que ha manejado con soltura la estrategia del malismo junto a otras como los bulos, los sobornos o la difamación del contrario para conseguir llegar al poder. Que la persona con más poder del planeta haya llegado a esa posición en gran medida, gracias a esa forma de comportarse, ha abierto los ojos a muchos otros agentes. Los grandes bancos y fondos buitre han abandonado la Alianza Climática, las empresas ya no tienen que recurrir al pinkwashing o al greenwashing para disimular su naturaleza, Mark Zuckerberg anuncia que modifica el sistema de moderación de Facebook para acoger a los acosadores ultras porque quiere ser tan malote y estar tan de moda como Elon Musk.

Ser malo es cool. Ser bueno es de pringados (incautos). Los chavales de los institutos en Occidente adoptan un malismo aspiracional. La ropa de marca para aparentar pertenecer a una clase social superior queda en un segundo plano: ahora ser muy maleducado o insultar a las minorías es lo que triunfa, porque se asocia a los millonarios que los chavales aspiran a ser de mayores. Intentar ser buena persona parece ser de pringados sin porvenir.

Donald Trump y Elon Musk viendo el lanzamiento de un cohete SpaceX. Foto: Reuters

En su libro define el malismo como “la ostentación del mal como propaganda”. ¿Qué casos de esto se pueden ver en la política internacional de los últimos años?

Es algo que podemos ver absolutamente todos los días. Milei, Bukele o Meloni, en distinto grado y con distintas modulaciones requeridas por sus distintos entornos, han llegado al poder en gran medida por su manejo del malismo. Y las derechas tradicionales, que en su momento fueron conservadoras, se acercan cada vez más descaradamente a esas formas de propaganda de la regresía.

Las recientes declaraciones de Trump, en que confiesa que pretende hacerse con el poder de Groenlandia, Canadá o el canal de Panamá porque le interesa económica y estratégicamente, son puro malismo. Nos sorprenden no porque no sepamos que EE.UU. lleva décadas siendo la principal potencia colonial del mundo, sino porque por primera vez deja de disimular. Si EE.UU. invadía Irak y producía una guerra con cientos de miles de muertos, sus representantes hablaban de que querían llevar la democracia a un país cuyo régimen -nos aseguraban- disponía de armas de destrucción masiva. No confesaban que lo que quería EE.UU. era su petróleo. Ya no hace falta mentir siempre para obtener el aplauso de la opinión pública.

El polémico gesto de Elon Musk durante su discurso para celebrar la toma de posesión de Donald Trump.

A su parecer, ¿qué “pone de moda” el malismo? ¿Qué contexto o qué factores podrían hacer que mostrarse como una persona bravucona o matona, hoy, entregue rentas políticamente?

No tengo claros todos los factores que nos han llevado a este escenario, pero hay uno bastante evidente: internet. Durante años, de forma casual, el comportamiento trol fue testeado desde el anonimato: en canales de IRC, en los comentarios de los blogs y en las redes sociales. Se comprobó que los beneficios en forma de relevancia que proporcionaba eran mayores que sus desventajas. Entonces, aquellas personas que se dedican a vendernos cosas -como los políticos o los publicistas- detectaron el fenómeno y decidieron probar el sistema dando la cara y en la vida real. Los presentadores maleducados, los políticos bravucones y la propaganda comercial malota comenzaron a proliferar y, desde entonces, el fenómeno no ha dejado de crecer.

Si hoy, al menos en política, hacer cosas reprobables o “ser matón” es cool, ¿es posible que en el futuro haya una respuesta en la opinión pública, o algo que detenga eso?

La visión optimista es que la mayoría de las modas que tienen un éxito desmesurado se desactivan ellas solas debido a su saturación. A medida que el componente de novedad se apacigua y la estrategia se hace evidente, pierde atractivo popular. Por poner un ejemplo, en España llevamos una década con la proliferación de nombres de establecimientos comerciales malistas. En especial en el sector de la hostelería, todos los nuevos bares y restaurantes se llaman cosas como “El Canalla”, “El Bandido”, “El Bastardo”, “La Lianta” o “La Malcriada”. En este momento, la sobredosis de este tipo de denominaciones ha conseguido que empiecen a percibirse como lo que son: una moda ridícula.

Algo así puede pasar en sectores como la televisión, en cuyos programas de competición ahora es casi obligada la participación de figuras de autoridad muy maleducadas que humillan a los concursantes, y en sus debates políticos o rosas (de farándula) es imprescindible algún sinvergüenza que no pare de soltar chismes dudosos o bulos evidentes. No descarto que este cansancio por las bravuconadas y la desfachatez moral pueda llegar también a la política, pero quizás creo demasiado en la capacidad de interpretar la realidad del ser humano.

La visión pesimista, por otro lado, es que la bola de nieve malista sea cada vez mayor e imposible de parar hasta desembocar en la destrucción de los Estados nación y el advenimiento de una sociedad tecnofeudal con componentes de Mad Max.

Donald Trump en la Catedral Nacional en Washington. Foto: Reuters

El malismo, desde luego, suena a una respuesta al término del “buenismo”, sobre todo en un sentido despectivo del término, que lo asocia más a la ingenuidad. ¿Cómo se relacionan ambos fenómenos?

El término “buenista” fue una creación neoliberal nacida con la intención de hacer frente a la tan traída y temida superioridad moral de la izquierda. Se empleó en un principio para señalar a aquellos partidarios de solucionar conflictos con excesiva buena voluntad que, debido a su ingenuidad o su excesiva confianza en el alma humana, no los arreglaban o incluso los agravaban.

Con posterioridad, se fue utilizando para descalificar a cualquiera que afronte los problemas con buena voluntad, con independencia de si sus métodos aportan soluciones efectivas o no. Se trataba de estigmatizar el bien, de asociarlo a la ñoñería o incluso a la estupidez. De tal forma que la ostentación del mal se asocie a la sinceridad, la corrupción a saber jugar bien tus cartas y la falta de escrúpulos a la experiencia.

Ha llegado el momento de estigmatizar el mal. El término “malista” señala al practicante de una estrategia de éxito ya muy extendida y que todos hemos percibido, pero que quizás hacía falta delimitar y denominar para comenzar a desactivarla.

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