
Un encuentro con su propia sombra
Mientras los políticos sigan más preocupados del rating que de estudiar los proyectos de ley, más probable es que la sombra de Jiles continúe creciendo a costa de ellos.

A Pamela Jiles sus colegas la critican por disfrazarse e interpretar a un personaje. Dicen que se trata de un show comunicacional y que solo busca transformarse en el centro de la atención. Pero si Joaquín Lavín se disfrazó de Aymara en el lago Chungará o de Bernardo O´higgins en un matinal, ¿por qué ella no puede disfrazarse de un personaje de animé japonés? La vara sería distinta por ser el Congreso una institución republicana que merece un especial respeto. Es decir, su baile de Naruto en el hemiciclo de la Cámara sería algo inapropiado y fuera de lugar. Pero eso es justamente lo que ella busca: parecer que no forma parte del Congreso, que es distinta a sus pares, pues no quiere que asocien su figura a la institución peor evaluada del país. Y lo logra con éxito.
Los congresistas la acusan de desplegar un show permanente, basado en descalificaciones y declaraciones rocambolescas. Pero si en la última primaria presidencial, Ossandón trató al entonces candidato Piñera de “reo”, ¿por qué Jiles no puede referirse a sus pares como “candados chinos” o “políticos miserables”? Desde hace años que los parlamentarios, de todos los colores, emplean la práctica de competir por la cuña más estridente para copar titulares, ganar notoriedad y subir sus bonos en el termómetro electoral. No debiesen mostrarse sorprendidos (u ofendidos) porque Jiles esté dispuesta a sacrificar el clima de convivencia a costa de ganarse unos cuantos likes.
Sus antiguos socios del Frente Amplio la califican de egoísta y ambiciosa, pero esas palabras suenan a lamentos de un animal herido. Es comprensible que estén dolidos con ella, pues en el lapso de dos años fue capaz de maquiavélicamente tensionar el Frente Amplio y comerse a Giorgio Jackson con papas fritas y bebida extra grande. Hoy sus dardos apuntan a Gabriel Boric, a quien le refriega que no ha logrado juntar las firmas para su candidatura porque “los nietitos lo detestan”. Pero, por muy aborrecible que sea la conducta de Jiles, ¿en qué difiere de cuando Jackson bajó por secretaria a Alberto Mayol del distrito 10? ¿O de cuando canceló a Javiera Parada por representar una alternativa diferente a su visión?
Todo lo anterior no justifica el actuar de Jiles. Muy por el contrario, confirma que es una versión condensada de todos los males que aquejan a nuestra clase política. Ella es la caricatura del fanfarrón, el símbolo palpable de la arrogancia, el reflejo resplandeciente del narcisismo. Y cuando los honorables se miran en ese espejo les produce impotencia. Se reconocen con temor en una imagen que les muestra su lado oscuro. Es un encuentro con su propia sombra.
En este contexto, pensar que ella representa una solución es tan absurdo como creer que un alcohólico se rehabilitará a punta de cervezas. Ella es la cristalización del problema. O mejor dicho, ella vive a costa del problema. Por lo que, mientras los políticos sigan más preocupados del rating que de estudiar los proyectos de ley, más probable es que la sombra de Jiles continúe creciendo a costa de ellos.
No nos confundamos: la farandulización de la política comenzó hace ya bastante tiempo atrás. La única diferencia es que ahora llegaron los profesionales.
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