Una depresión, dos portonazos y una enfermedad implacable: las vallas que venció Alberto Abarza antes de Tokio 2020
El nadador, quien hoy celebra su momento más glorioso, tuvo que lidiar con dificultades adicionales a las que están vinculadas a la neuropatía que padece desde niño. También luchó contra una depresión juvenil y dos portonazos violentos, el último en 2020.
La primera vez que Alberto Abarza ingresó a una piscina tenía apenas dos años. Al nadador, quien hoy alcanza su esplendor deportivo al obtener la segunda medalla de oro de la historia para el deporte paralímpico chileno, le habían diagnosticado el síndrome de Charcot-Marie Tooth, una neuropatía degenerativa que atrofia los músculos. La natación aparecía, entonces, como la mejor terapia para atenuar los efectos de la enfermedad. Por esos días, naturalmente, Beto ni siquiera imaginaba que la relación con el agua lo transformaría en un deportista de excepción. Ni menos que alcanzaría lo más alto del podio en el principal evento deportivo a nivel mundial, como consiguió en Tokio. Inquieto, como cualquier niño de esa edad, el pequeño Alberto se lanzaba al agua con un solo afán: pasarlo bien.
Abarza hoy se codea con el éxito, una palabra que suele diferenciar de la felicidad, que asocia más a lo íntimo, a lo familiar. Su reciente logro deportivo no solo lo inscribirá en las páginas gloriosas del deporte chileno. También le dará una mayor estabilidad económica. El oro obtenido en Tokio le reportará 800 UTM, vale decir $ 41,8 millones, el premio que le entrega el gobierno a quienes consigan el sitial de privilegio en los Juegos. El estímulo es idéntico para quienes compiten en los Olímpicos y los Paralímpicos.
Pero, como en toda su vida, antes de los festejos, volvió a tener que lidiar con las dificultades. Las económicas llegaron a ser tan complicadas como las de su salud. Ni siquiera su condición de triple medallista dorado en los Parapanamericanos de Lima le garantizó las condiciones que requería su preparación. No recibió financiamiento para realizarla idealmente, según lo que aconsejaba su diagnóstico. “Tuve una suerte de encontrón con el Comité Paralímpico, que es el que administra los recursos, porque ellos no creyeron necesario que saliera del país para entrenar. Les dije que sí lo era, ya que la piscina del Nacional estaba en ese tiempo a 19°C, pero por mi discapacidad no puedo entrenar en una piscina con esa temperatura, sobre todo cuando la FINA dice que debe estar sobre los 24°C. Les dije que no podía entrenar en Chile bajo esas condiciones, que al menos me pagaran los pasajes, pero me dijeron que no. Así que tuve que correr con todo. Nunca he sido mucho de pelear con el comité”, decía a El Deportivo en una entrevista en marzo del año pasado.
La necesidad de financiar los costos de una preparación que incluía pasos por Europa llevó a uno de sus seres más queridos a adoptar una drástica decisión. “Estaba entrenando en España, Austria e Italia. Todos los días, practicando bien. La verdad es que nosotros pasamos por una situación muy complicada. Nos costó negociar la concentración en estos países. Mi mamá tuvo que vender la casa para que yo pudiera entrenar”, explicaba. Hoy, Millaray Díaz celebra y extiende el logro de su hijo. “Es la felicidad de toda una familia, de un país. No hemos dormido nada. Todavía tiemblo. Todavía no lo puedo creer. El mensaje para todas las madres que tienen un hijo con discapacidad es que ellos lo pueden lograr todo”, dice, después de reunirse con la ministra del Deporte, Cecilia Pérez. Y añade cómo vivió el especial momento. “Fue como recorrer desde las instancias más básicas. Desde que lo acompañé en la primera vez que entró a una piscina”, compara.
Para Abarza, la falta de dinero es un aspecto inquietante. “El 90% de los deportistas de alto rendimiento en Chile, o incluso más, son de altos recursos. No creo que haya deportistas olímpicos de bajos recursos. No veo deportistas que hayan salido de La Pintana, Maipú o Cerrillos. Si ves a las hermanas Abraham, los hermanos que tienen la laguna, Tomás González, Kristel Köbrich; todos tienen recursos. Y es porque hay que tener recursos en este país para hacer deporte. ¿Cuándo un niño de La Pintana va a ir a arrendar una cancha de tenis?”, graficaba, de modo de plasmar una más de las dificultades que ha tenido que vencer.
La delincuencia también se le cruzó en el camino. Dos veces fue víctima de portonazos: en 2018 y en 2020. En el segundo, obligado a bajarse de su vehículo, les tuvo que explicar a los delincuentes que demoraría en hacerlo, por los impedimentos propios de su condición física. También les dijo que necesitaba la silla y que el vehículo, adaptado, difícilmente podrían operarlo. Lo más traumático, en todo caso, fue ver en apuros a su pareja, de 35 semanas de embarazo, y a su hermana. “Pensaban que no quería soltar el volante, nunca entendieron mi discapacidad. Se subieron al auto, lo pudieron hacer andar, pero lo chocaron, porque el freno es adaptado a mis necesidades. Un tipo luego se devolvió a decirme: ‘discúlpame, hermanito, discúlpame’”, relató después del primer incidente. El segundo fue más angustioso aún. “A mi novia le pegan en la guatita, esa parte la veo muy clara, a la altura del estómago entonces ella queda tirada y empieza a decir ‘mi guagüita’ (esperaba la segunda hija del nadador). Dentro de mi ignorancia veo líquido y pensé que era sangre”, dijo tras el segundo.
Un juego que se transformó en su vida
“Me empiezo a acordar de eso, de lo de atrás, de cuando mi mamá me llevaba a jugar solamente. Creo que eso es lo lindo que me enseñaron siempre, fue a jugar. No fue buscando el alto rendimiento, fue ir a disfrutarlo”. En una entrevista a la Teletón, poco antes de viajar a Tokio. Abarza recordaba cómo comenzó su fructífera relación con la natación. La entidad benéfica es un pilar fundamental de su vida. “Sin la Teletón no sería nada, no sería papá, nadador, no iría a trabajar. El amor que te entregan, que te enseñan a dar…”, valoraba a El Deportivo. Ciertamente, un defensor acérrimo de la obra solidaria.
Sin embargo, no fue hasta la adolescencia cuando su vida experimenta un giro que termina siendo determinante para su futuro. Por esos días, el joven Alberto se llenaba de cuestionamientos y contradicciones. Su cuerpo acusaba las consecuencias del mal que lo afecta, pero lo que más sufría era su cabeza. Se le quitaron las ganas de levantarse y de salir de su casa. A los 15 años, abandonó el colegio y no salió de casa por dos años. No le veía sentido a la vida. Años después, cuando ya tenía 21 y seguía sumido en la crisis, que lo había llevado a fumar dos cajetillas de cigarrillos al día, se produjo un diálogo decisivo para su futuro personal y deportivo. Su padre fue el encargado de remecerlo. Fue el click que necesitaba. Volvió a estudiar, consiguió un trabajo y fue padre. Sin embargo, poco antes de que naciera su hija, estuvo a punto de morir. La paternidad le dio fuerzas para aferrarse a la vida y para, en cierta medida, renacer.
El agua, por cierto, volvió a cruzarse en su vida. Ahora, ya con el afán recreativo de la infancia, aunque todavía vinculada a los fines terapeúticos. Abarza, estimulado por un entrenador del instituto Teletón, le añadió el afán competitivo. Y no paró hasta que en 2017 se convirtió en el número uno del mundo en su especialidad. Un año antes había asistido a sus primeros Juegos, en Río de Janeiro, donde terminó octavo en la categoría S3. El COCh lo distinguió como el mejor deportista paralímpico en 2017. Al año siguiente, el Círculo de Periodistas Deportivos de Chile lo reconoció como el Mejor Deportista del país y el Estado le adjudicaría el Premio Nacional del Deporte.
En 2019 fue el abanderado chileno en los Parapanamericanos de Lima y fue triple medallista de oro, en 50 metros espalda, 100 metros espalda y 200 metros libre. Un presagio de la gesta que hoy lo pone en el centro de atención.
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