Una radio, una hija y una crisis emocional: los años de José Secall en la URSS
Llegó tras el golpe militar al país europeo en compañía de su entonces pareja, Viviana Corvalán. Pero el golpe emocional de saber que ella años después se había enamorado de un actor ruso le afectó tanto que debió internarse en un hospital siquiátrico. Antes de retornar a Chile en 1984, se enteró que tenía una hija con una colega. Una historia digna de un guión teatral. Y no exageramos, puesto que Secall llevó esas vivencias a las tablas en la obra Esto (no) es un testamento, cuya última función fue en mayo.
Era algo así como “Buenos días Vietnam”, pero en vez de la tupida selva de la Indochina, a través del micrófono la voz del actor chileno José Secall (fallecido en la jornada de ayer) se oía desde las heladas estepas de la Unión Soviética. A través de los programas Escucha Chile y Radio Magallanes (ambos de radio Moscú), el intérprete hacía las veces de locutor.
Los programas no eran sólo un trabajo de conducción: eran las plataformas que le permitían al actor estar conectado con lo que sucedía en el país, a pocos años de iniciarse el régimen militar. En ellos producía, escribía libretos, reporteaba lo que estaba sucediendo más al sur, impulsaba contenidos. Cuando le preguntaban por esa función, quien interpretara al “amigo Pepe” en el ciclo noventero de Pin Pon, declaraba incluso haber sido feliz.
“Fui muy feliz en mi labor de locutor. Me tocaba transmitir noticias muy dolorosas. Muchas veces paramos las grabaciones porque la emoción te ganaba”, dijo en declaraciones a la revista Sábado, en 2017.
Los años 70
Llegados como exiliados a mediados de los 70, tras el golpe militar, José Secall y su entonces pareja, Viviana Corvalán Castillo, se establecieron en la URSS. Se habían conocido en 1972, cuando él tenía 24 años y una hija -María- y ella, 17, y era estudiante de Pedagogía y danza. Además, ella era hija del reputado dirigente del Partido Comunista, Luis Corvalán, uno de los hombres ancla al interior de la UP.
Pero esos años de la revolución con sabor a vino tinto y empanadas habían terminado. En la URSS, gobernaba Leonid Brézhnev, un hombre que por entonces lideraba un proceso conocido como el Détente, el que aspiraba a aflojar las tensiones con Estados Unidos.
Pero las tensiones políticas internacionales poco tenían que ver con los chilenos recién llegados. Secall y Corvalán se casaron en Moscú, en 1976. Tres años después, nació la segunda hija del actor, Adela, quien también se convirtió en actriz. Hasta ahí, todo funcionaba más o menos bien, con las turbulencias propias del desarraigo -según han contado con los años sus protagonistas-, hasta que la pareja decidió separarse.
El hospital y una hija
Hacia 1983, Secall logró una autorización para volver a Chile. Se atrevió a plantearle a Viviana mantener una relación a distancia, y ahí ella le confesó que se había enamorado de un actor ruso. El golpe fue devastador y el intérprete lo purgó a punta de noches de bar y de abundante coñac. Por entonces, vivía en un departamento de soltero que la propia radio Moscú le había facilitado y donde todos los días lo esperaba Liuda, quien era su compañera en la estación radial.
Fueron tantas las noches ahogando su pena negra en alcohol, que finalmente Secall debió internarse en un hospital siquiátrico, el Hospital Central del Partido Comunista, en Moscú. Con la posibilidad de darle una mano a su exmarido, Viviana Corvalán colaboró en todo eso. “Efectivamente, lo ayudé a internarse. No era fácil, pero en las condiciones en que estábamos, era lo que mejor que él podía hacer”, dice en la mencionada publicación.
Consultada para esta nota, Corvalán declinó hacer declaraciones.
Pero Secall quería mejorarse a toda costa para volver a Chile. La nostalgia por el terruño tiraba y no estaba dispuesto a ceder en eso. Hasta que el empeño pudo más y logró mejorarse.
Y estaba por hacer las maletas cuando Liuda, su compañera que lo había acogido, le entregó una noticia. Estaba embarazada y él era el padre. Eso, por un momento, complicó los planes del actor. “Cuando supe, por casualidad, quise quedarme -dijo Secall en la citada entrevista-. Me quedaban pocos días para venirme. Pero entre ella [Liuda] y mi exjefe en la radio me insistieron en que me hiciera cargo de mi vida. Con el tiempo desarrollaríamos la relación con la niña”. Así nació Masha, su tercera hija.
Con Secall ya de vuelta en Chile, en 1984, el vínculo entre el padre y su hija menor no se rompió pese a los 14.122 kilómetros de distancia entre Santiago y Moscú. A través de cartas, dibujos, fotos, regalos, el lazo no se cortó, según comentó Secall con los años.
“La madre creó el vínculo desde siempre. Y así lo hicimos de forma muy cariñosa y lo más cotidiano posible. Nos tocó eso y así lo hicimos”, recordó Secall.
Cuando Masha cumplió 15 años pudo encontrarse frente a frente con su padre chileno, quien le pagó un pasaje para que viniera al país. Ahí conoció a sus otras hermanas. Años después, Masha se convirtió en monja, hasta hoy, vive en un monasterio ortodoxo de la Orden de San Serafin, en la ciudad de Nizhni Novgórod. Como hombre de izquierda, Secall se declaraba no creyente, pero respetaba la decisión de su hija.
De vuelta en Chile, Secall se incorporó a la compañía de teatro Ictus, una de las más destacadas del país. El resto es historia conocida. En las tablas de la Sala La Comedia, ahí en Merced, en barrio Lastarria, Secall actuó en varios montajes. De vez en cuando interrumpía sus participaciones debido al trabajo en las teleseries durante los 90, las que lo hicieron un rostro visible para el gran público. Pero siempre volvía al teatro.
Tanto fue así, que una de las últimas obras que lo vieron ejercer las labores de actor en las tablas de Merced fue Esto (no) es un testamento, en 2017, un montaje realizado por la compañía La Laura Palmer, donde precisamente repasaba sus años en la Unión Soviética. En esta obra, compartía escena con María Elena Duvauchelle y Paula Sharim, quienes también evocaban su pasado, en conjunción con los acontecimientos que marcaron la última parte del siglo XX chileno. En la dirección estaba la dupla de Ítalo Gallardo y Pilar Ronderos, unos nombres importantes de la nueva generación de realizadores teatrales nacionales.
En mayo pasado, y como ha ocurrido con el teatro durante la pandemia, Esto (no) es un testamento tuvo una función digital, mediante la plataforma del GAM. Fue el sábado 8 de ese mes, de manera gratuita y se inició a las 21.00 horas. Esto mientras Secall luchaba contra un cáncer que fue lo que quitó la vida durante la jornada de ayer.
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