Volver a Watchmen
"Doomsday Clock" es un cómic perfecto de la era de Trump (y por lo tanto es algo tan vacío como grandilocuente) que nos obliga a releer a Moore y a volver al "Watchmen" original y enfrentarnos a sus viejas páginas, ahora amarillas.
Hace un par de semanas, mientras ordenaba los libros, encontré mi vieja edición de "Watchmen", el cómic de Alan Moore y Dave Gibbons. Es la edición de Zinco, un tomo que contiene los primeros seis números de los doce que tuvo la serie. No está en buenas condiciones. Es de 1987, un año después de la publicación original, pero llegó a Chile como saldo a mitad de los noventa. El papel se puso amarillo, los colores se ven extraños, sus páginas tienen el olor de los libros viejos, que nos recuerda cuánto tiempo ha pasado para nosotros, sus lectores. Para mi generación, leer el relato completo de Moore y Gibbons fue una odisea extraña. De hecho, gran parte del cariño que le tenemos a la obra de Moore quizás tiene que ver con la dificultad con la que accedimos a ella por primera vez, siempre a cuentagotas y de modos más bien bizarros. De hecho, el número 12 nunca llegó y con mi hermano terminamos leyendo una fotocopia que alguien se había conseguido no sé dónde. Pero la tardanza valió la pena y sí, mientras Alan Moore cortaba todo lazo con DC Comics (que nunca ha querido concederle los derechos sobre los personajes que creó) con el tiempo también llegaron mejores ediciones de cómic (recopilaciones con la tapa dura, ediciones de lujo, variantes digitales animadas), vino la película de Zack Snyder (malísima) y las precuelas de "Before Watchmen" (innecesarias) y más, pero nada pudo reemplazar el ansia detectivesca de quienes fuimos lentamente coleccionando las revistas sueltas de Zinco, rastreándolas en quioscos y librerías de segunda mano como si juntásemos piezas de un rompecabezas que aumentaba aún más la complejidad narrativa de la trama del cómic.
Anoto esto porque el miércoles pasado se publicó el número 7 de "Doomsday Clock", la continuación oficial de la obra de Moore y Gibbons. Escrita por Geoff Johns y dibujada por Gary Frank se trata de una completa idiotez: los personajes del cómic original llegan al mundo de Superman y pelean contra Batman, Lex Luthor y el Joker. Hay además unos personajes nuevos que son ¡mimos!, lo que vuelve aún más penosa la historia, llenándola de un patetismo involuntario, al modo de un fan fiction triste y tardío donde toda la mordacidad política de la obra original ha desaparecido.
Esa mordacidad era quizás lo que más nos gustaba de la historia, la sorna íntima de un mundo donde los héroes iban siendo asesinados mientras la guerra fría escalaba hasta llegar al borde de un desastre nuclear. Puro no future. Con eso, Moore y Gibbons hablaban de la década en la que vivían, un mundo oscuro al que ellos respondieron colocando en su relato todas las referencias posibles hacían posible entenderlo: uno de los personajes de hablaba como el Travis Bickle de "Taxi Driver", otros usaban usaban la violencia como fetiche que terminaban asumiendo mientras tenían sexo en auto volador con Billie Holiday de fondo; otro -que era una especie de Dios- entendía el tiempo tal y como lo hacía Kurt Vonnegut en "Matadero cinco"; y si la trama inicial del relato se ajustaba a una vieja canción de Elvis Costello ("I should be drinking a toast to absent friends instead of these comedians", decía), los momentos finales dependían del "All along de watchtower" de Dylan ("Outside in the distance a wild cat did growl, two riders were approaching, the wind began to howl").
Así, "Watchmen" era un cómic de superhéroes pero también un resumen del presente que habitaba, algo que permitía comprender cómo funcionaba la cultura en 1986. Moore y Gibbons trataban de darle sentido al mundo oscuro y extraño, lleno de amenazas, al punto de que el villano -que se revelaba de la mano de un poema de Lord Byron- justificaba sus actos por medio de una filantropía del exterminio pues buscaba salvar a la raza humana de la destrucción. Pero aquello era una trampa. Moore era un escritor astuto pues en el momento exacto en que la historieta adquiría un tono grandilocuente, nos revelaba la condición camp de su conspiración. La solución del personaje para acabar con el inminente conflicto nuclear era teletransportar una especie de calamar espacial gigante al centro de Nueva York para fingir una invasión extraterrestre que uniría a la raza humana.
¿Demasiado? No tanto pues quizás ese era el sentido de lo que leíamos: parecía que "Watchmen" iba en serio aunque en realidad era una parodia. El supuesto realismo del relato estaba atado a un imaginario psicotrónico; los discursos del poder total solo podían revelarse como un montaje de una mala película de monstruos de la década del cincuenta. Con eso, Alan Moore indagaba en el tema que desarrollaría más adelante en obras como "From hell", "La Liga de los caballeros extraordinarios" o "Providence": la pregunta sobre cuál era lugar de los géneros populares en la construcción de la tradición. Mal que mal, el imaginario del héroe/villano de la serie provenía de ahí del imaginario del cine clase Z y de sus delirantes derivas argumentales con las que el cómic sintonizaba a la perfección. Esa era su utopía, de ahí dependía la trama que se equilibraba sobre el apocalipsis. C0mo en "Los Gremlins 2" donde una de las criaturas de Joe Dante citaba a Susan Sontag, Moore parodiaba los discursos grandilocuentes del poder en su afán redentor mostrándonos que cualquier fantasía sobre un mundo de superpoderes y vigilantes armados no podía engendrar otra cosa que no fuese una mala broma hecha de pura cultura pop, algo que Dave Gibbons se aplicaba al dibujar al monstruo en cuestión con un indudable afán verosímil. "Watchmen" terminaba con las calles llenas de los cuerpos de las víctimas, mientras veíamos al monstruo incrustado en los edificios de Manhattan. No eran viñetas cómicas pero representaban la paradoja feroz que el cómic suponía; el modo en Moore hacía chocar sus referencias para terminar dejando al lector inquieto, con una sonrisa quizás amarga.
Nada de esto existe ahora. "Doomsday Clock" es un cómic perfecto de la era de Trump (y por lo tanto es algo tan vacío como grandilocuente) que nos obliga a releer a Moore y a volver al "Watchmen" original y enfrentarnos a sus viejas páginas, ahora amarillas. Ahí sus paradojas siguen resultando tan lúcidas como feroces y crueles, al preguntarse sobre cuál es la relación entre entretención y política pues en ella está cifrado otro mapa secreto del mundo que habitamos.
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