“Si bien tenía 12 años cuando colapsó la UniónSoviética, recuerdo que había mucha emoción en la gente, aunque también una sensación de mucha sorpresa y confusión; no sabíamos qué iba a pasar con nosotros, qué iba pasar con el país. Entonces era una mezcla de sentimientos. Recuerdo que habían muchos reclamos contra Mijaíl Gorbachov. Por entonces teníamos muchas dificultades, las filas para comprar alimentos era algo muy estresante”, comenta a La Tercera Irina, proveniente de la ciudad rusa de Sochi.

Cuando se cumplen 30 años del colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), los rusos se encuentran sumidos en una profunda crisis económica producto de las sanciones, pero también a causa de la crisis provocada por el Covid-19. Además, el país se encuentra en medio de una escalada de tensión con Ucrania y Occidente.

Fue el 25 de diciembre de 1991 cuando el entonces líder soviético, Mijaíl Gorbachov, anunció algo que parecía imposible: el fin de la Unión Soviética. “A causa de la situación que se ha creado con la formación de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), pongo fin a mis funciones de Presidente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Los acontecimientos han tomado un giro diferente. Ha ganado la línea de desmembramiento del país y de dislocación del Estado, y es algo que no puedo aceptar”, sentenció.

Gorbachov hacía referencia a la desintegración de las estructuras políticas federales y del gobierno central de la URSS, que culminó con la independencia de las 15 repúblicas de la Unión Soviética, entre el 11 de marzo de 1990 y el 25 de diciembre de 1991. El proceso en sí comenzó con el tratado de Belavezha, firmado el 8 de diciembre, por el que se declaró la disolución de la URSS y se estableció en su lugar la CEI. Media hora después de la alocución, la bandera soviética de la hoz y el martillo fue sacada del Kremlin e izada en su lugar la tricolor de la Federación de Rusia.

Moscú en agosto de 1991. Foto: ANATOLY SAPRONENKOV / AFP)

Cuando Gorbachov asumió al poder total en 1985, el país se encontraba en medio de un severo estancamiento debido a los graves problemas económicos y políticos que atravesaba. Haciendo frente a esta situación, el líder soviético introdujo, en 1987, un plan de reformas en estas áreas, lo que le valió el elogio de los países occidentales por su sus compromisos reformistas. El cambio económico se conoció como perestroika o reconstrucción, mientras que la glasnot fue la política de transparencia o apertura democrática.

El líder soviético “democratizó” las finanzas mediante reformas que permitieron la impresión descontrolada de rublos. La inflación se disparó, los productos desaparecieron de los negocios, los ahorros de las personas se convirtieron en montones de papel y la estabilidad financiera soviética, que durante mucho tiempo fue precaria, se desvaneció.

La descentralización política de Gorbachov también resultó contraproducente. Esto, porque forzó al Politburó y a los jefes de los partidos regionales a ceder el poder político a un complicado sistema de “consejos populares” que esperaba se convirtiera en una “escuela de democracia”. Pero estos cuerpos, muy difíciles de manejar, se convirtieron en vehículos del separatismo nacional y el populismo, lo que hizo que el país fuera ingobernable.

La desintegración comenzó en la periferia, siendo los países de la región del Báltico los primeros en manifestar su deseo de separarse: el gobierno de Estonia fue el que encabezó el pedido de autonomía en 1987. Los movimientos independentistas de ese año significaron un gran desafío para Gorbachov, que no los quiso reprimir severamente.

“No creo que el colapso de la Unión Soviética fuera totalmente inevitable, es decir, como sistema económico, como sistema político y como Unión de Repúblicas Nacionales. Creo que lo que era inevitable fue la independencia de las repúblicas bálticas, así como la profundización de las reformas políticas hacia la democracia. La transición a lo que algunos investigadores llaman ‘bolchevismo de mercado’, en mi opinión, fue causada únicamente por los estrechos intereses de clase de los capitalistas emergentes, que estaban profundamente vinculados con los burócratas gobernantes”, indicó a La Tercera Alexander Reznik, doctor en historia rusa de la Universidad de San Petersburgo.

Mijail Gorbachov y Boris Yeltsin, el 23 de agosto de 1991. Foto: AFP

A juicio de Orysia Lutsevych, investigadora y directora del Foro de Ucrania, del Chatham House, “Gorbachov estaba haciendo todo lo posible por reformar el partido y el sistema económico. El problema es que la glasnost y la perestroika le abrieron un torrente de problemas que no pudo contener. El sistema era tan frágil y colapsó. También estaba en minoría y gente como (Boris) Yeltsin aprovechó el momento para desvincular a Rusia de la Unión Soviética”. “El quiebre ocurrió cuando Rusia dejó de pagar dinero al presupuesto de la URSS y Gorbachov se quedó sin fondos y débil”, dijo a La Tercera.

“El colapso fue el resultado de una convergencia de los actores políticos adecuados en el momento histórico adecuado. Gorbachov tenía una educación occidental y tenía una visión más amplia de su país que los políticos nacidos y criados en la Unión Soviética. Trató de reformar el sistema comunista, de salvarlo; en cambio, colapsó. Para cualquiera que todavía piense que el comunismo puede funcionar como lo entienden e interpretan los políticos, esto debería ser una lección al respecto”, explicó a este diario Georgeta Pourchot, directora asociada del centro CEUTTSS de Virginia Tech.

Nostalgia soviética

El trigésimo aniversario de la caída de la URSS se produce en medio de una suerte de nostalgia por el poderío soviético alimentado, según los expertos, por el mismo Presidente Vladimir Putin. Un ejemplo de lo anterior ocurrió la semana pasada, cuando la selección rusa de hockey sobre hielo recibió a su par de Canadá -en el marco de la Channel One Cup de cara a los Juegos Olímpicos de invierno- vistiendo los uniformes de la Unión Soviética (con la sigla CCCP en cirílico). Esto, en protesta por la sanción del Comité Olímpico Internacional que le prohibió el uso de la bandera de su país.

Ya en 2005 el mandatario ruso había señalado que el “colapso de la Unión Soviética fue el mayor desastre geopolítico del siglo XX”. Y, de cierta forma, muchos de sus compatriotas están de acuerdo con él.

“Este sentimiento tan patriótico nunca desapareció. Por supuesto, preferiría tener la Unión Soviética y un país más grande en términos de diferentes nacionalidades viviendo juntas”.

Elena Vavilova, ex agente del KGB

Una encuesta publicada en septiembre por el Centro Levada indicó que alrededor del 49% de los consultados dijo que “preferiría el sistema político soviético”, la cifra más alta desde principios de la década de 2000. Sólo el 18% eligió el sistema político actual, mientras que el 16% favoreció “el modelo occidental de democracia”. El sistema económico soviético fue aún más popular, con un 62% manifestando su preferencia por políticas de “planificación y distribución estatales”. Este índice marca un récord, ya que es el “máximo en toda la historia de observaciones”.

Foto: DIMA TANIN / AFP

La creciente nostalgia por la época soviética se produce cuando los resultados de una encuesta aún más reciente del Centro Levada mostraron que la popularidad de Putin va a la baja, con un 63% de aprobación y un 35% de rechazo hasta el mes pasado.

“La nostalgia por la URSS es una ideología rusa actual. Se presenta como la época de la grandeza rusa y se habla poco sobre las atrocidades del estalinismo, las represiones, la hambruna artificial en Ucrania y partes de Rusia. En este último país, más del 65% de la población siente nostalgia por la URSS. En Ucrania solo el 30%. En Rusia, el 60% tiene una opinión positiva de Stalin; en Ucrania solo el 20%. Esa nostalgia es el tipo de legitimidad de Putin, ya que tiene poco que ofrecer en términos de futuro”, indicó Lutsevych.

En la misma línea, Reznik señala que “hay nostalgia por el pasado soviético, aunque depende de la generación e incluso del entorno cultural”. “Se trata de una nostalgia por el bienestar social y familiar, es decir, es conservadora y no política. Pero también hay una nostalgia politizada por la URSS como gran potencia, que es utilizada activamente por las fuerzas pro-Kremlin”, añadió.

“Llegar a una Rusia moderna que, en cierto modo, no era como la Unión Soviética, fue algo extraño y nos tuvimos que acostumbrar. Pero cuando ocurrió el colapso estábamos en el extranjero y también fue una especie de evento inesperado y nos cuestionamos nuestro futuro y lo que sería nuestra organización (KGB). Y luego entendimos que no importa el tamaño del país, sigue siendo el tuyo y tienes que proteger la seguridad de tu país. Este sentimiento tan patriótico nunca desapareció. Por supuesto, preferiría tener la Unión Soviética y un país más grande en términos de diferentes nacionalidades viviendo juntas”, comentó a La Tercera la exagente del KGB, Elena Vavilova.

“Se trata de una nostalgia por el bienestar social y familiar, es decir, es conservadora y no política. Pero también hay una nostalgia politizada por la URSS como gran potencia, que es utilizada activamente por las fuerzas pro-Kremlin”.

Alexander Reznik, doctor en historia rusa de la Universidad de San Petersburgo

Tensiones con Ucrania

Para los expertos, es justamente este contexto el que podría servir de pretexto para la actual escalada de tensión con Kiev, algo que para muchos analistas es un ejemplo de que el colapso de la URSS aún no decanta. “Todavía se está resolviendo el caso en el que Ucrania puede luchar por su independencia. Rusia no cree que Ucrania deba existir como un Estado independiente en sus fronteras actuales. La razón por la que hay una guerra se debe a la divergencia de sistemas políticos y valores sociales en Ucrania y Rusia. No es la OTAN a lo que teme Putin, es a la democracia llegando a las puertas de Rusia y que la democracia está establecida en la nación eslava. Esto amenaza el sistema de capitalismo cleptocrático de Putin”, indicó Lutsevych.

Manifestación en recuerdo del nacimiento de Stalin, el pasado 21 de diciembre en Moscú. Foto: AFP

“No se ha resuelto nada en Ucrania y me temo que el resultado final será la anexión de Ucrania a Rusia. Putin y muchos rusos nunca aceptaron que Ucrania es por derecho una cultura diferente, un país completamente diferente. Estuve en San Petersburgo cuando se estaba gestando la crisis de Crimea (2014). Hablé con los rusos comunes sobre lo que pensaban al respecto, y todos estuvieron de acuerdo en que Crimea como mínimo, y Ucrania en general, eran parte de su identidad rusa. Hablaron de la incomodidad y la ira que sintieron cuando intentaron viajar a Crimea para sus vacaciones y tuvieron que viajar con pasaporte. Sintieron que Putin estaba haciendo lo correcto al tratar de traer a Crimea al redil. Es probable que Putin no se arriesgue a un incidente internacional al invadir Ucrania ahora. Pero creo que ese es su final”, concluyó Pourchot.