A 30 años de los acuerdos de Oslo: Una herida abierta en Medio Oriente
El 13 de septiembre de 1993, el entonces primer ministro israelí Isaac Rabin y el líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasser Arafat, bajo la atenta mirada de Bill Clinton, firmaron un acuerdo que se entendió como un avance político que constituiría el comienzo de una nueva era para la paz en la región. Tres décadas más tarde, el pacto está en punto muerto.
Quiero empezar diciendo que este no es un acuerdo fácil”, advirtió el entonces primer ministro israelí, Isaac Rabin, al inicio de una reunión de gobierno realizada dos semanas antes de la firma de los Acuerdos de Oslo en 1993, cuyo fin era normalizar la compleja relación entre israelíes y palestinos. “Amigos míos, el asunto es muy complicado… Hay cosas que no tienen solución fácil. Toda la idea de autonomía, el acuerdo interino, es complicado”, dijo Rabin. “Los asentamientos judíos, particularmente en las zonas densamente pobladas, complicaron nuestras vidas; ese era su objetivo político. Fue un acuerdo político y no relacionado con la seguridad. Sin ningún beneficio de seguridad”, agregó.
Los dichos de Rabin forman parte del acta de la histórica reunión gubernamental en Israel -celebrada el miércoles 30 de agosto de 1993 y cuyos detalles fueron revelados recién la semana pasada por el diario Haaretz- en la que el gabinete aprobó el proyecto de declaración de principios con los palestinos.
Estos documentos dan cuenta de las reticencias del lado israelí. Durante la discusión, Rabin les imploró a sus ministros que aprobaran el acuerdo y les advirtió que “hay muy poco compromiso por parte de ellos (palestinos)”. Además les subrayó que no era seguro que la contraparte estuviera a punto de renunciar al terrorismo.
Pero los ministros tenían muchas dudas. Shimon Peres, el canciller, puso sobre la mesa la posibilidad de un escenario en el que “Irán podría convertirse en Hamas”, mientras que Ehud Barak, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa, habló sobre “el daño más profundo” a la capacidad de Israel para luchar contra el terrorismo y proteger a los colonos.
Pese a los cuestionamientos, el 13 de septiembre de 1993, el mundo fue testigo de un apretón de manos histórico: Isaac Rabin y el líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasser Arafat, bajo la atenta mirada del Presidente de Estados Unidos, Bill Clinton y en medio del aplauso de los invitados que se encontraban en los jardines de la CasaBlanca, firmaron una declaración de principios que estableció un acuerdo marco para ofrecer una solución permanente al conflicto palestino-israelí. A ambos, el pacto les valió el Nobel de la Paz al año siguiente, por sustituir “el odio por la cooperación”.
La firma del Acuerdo fue considerada de forma transversal como un triunfo de la paz. Esto, porque el pacto establecía, entre muchos otros asuntos, que tanto el Estado de Israel como la OLP debían reconocerse formalmente y que públicamente se comprometieran a negociar una solución al conflicto.
Además, aunque no se estipulaba, implicaba en los hechos la creación de un Estado palestino junto al Estado de Israel. En este contexto, Arafat vio en el pacto un punto de apoyo para el anhelado Estado palestino.
Una “calamidad”
A tres décadas de Oslo, sin embargo, el Acuerdo está en punto muerto: tanto la paz como un Estado palestino parecen algo lejano.
“Rabin, el guerrero convertido en pacificador, fue asesinado por un extremista judío dos años después de la ceremonia en la Casa Blanca. A partir de ahí, todo fue cuesta abajo para el incipiente proceso de paz. Peres perdió las cruciales elecciones de 1996 ante una estrella de derecha en ascenso en la política israelí, Benjamin Netanyahu. Fue entonces cuando terminó Oslo. Pero la mayoría lo negaba”, escribió el periodista político Osama Al Sharif, en el portal Arab News.
Aunque los Acuerdos de Oslo proporcionaron un autogobierno parcial a la Autoridad Palestina en algunas zonas de Cisjordania y Gaza, no pusieron fin a la ocupación israelí, estiman los expertos. Tampoco detuvieron la construcción de asentamientos israelíes, tanto en Cisjordania comoen JerusalénOriental. De hecho, el número de colonos ha aumentado de 250.000 en 1993 a más de 700 mil en la actualidad, según cifras de Naciones Unidas.
Varios analistas israelíes han descrito los acuerdos como un “error” o incluso una “calamidad” que permitió a “una organización terrorista” controlar partes de Cisjordania, socavando la seguridad de Israel y la de su pueblo.
Según The New York Times, el aumento de los ataques terroristas después de la firma de Oslo, seguido de la mortífera Segunda Intifada que estalló en 2000, disgustó a muchos israelíes en cuanto al establecimiento de la paz y, finalmente, llevó a Israel a dejar de lado el proceso.
“Oslo no fue un error. Los acuerdos abrieron la puerta al tratado de paz entre Jordania e Israel, estableciendo la paz en la frontera más larga de Israel, que ha sobrevivido a la agitación de casi tres décadas. Llevó a Israel a reconocer al pueblo palestino. El fracaso fue no implementar los acuerdos. Israel no siguió retirándose de Cisjordania y la Autoridad Palestina no detuvo el terrorismo. Lo peor es que Estados Unidos no fue un intermediario honesto, sino el abogado de Israel. Estados Unidos permitió que el gobierno de Benjamin Netanyahu saboteara los acuerdos para mantener la tierra en Cisjordania”, dijo a La Tercera, Bruce Riedel, experto en Medio Oriente y exanalista de la CIA. Para la firma del acuerdo Riedel se encontraba en Jordania trabajando para el Consejo de Seguridad Nacional.
En la misma línea, la abogada experta en derechos humanos y académica de la Universidad de Rutgers, Noura Erekat, indicó que los acuerdos no fueron un error. “Lo que pretendían era establecer un marco de autonomía palestina, y no había ninguna promesa de un Estado. Entonces hay una incongruencia entre las aspiraciones nacionales palestinas y lo que el documento realmente encarna como marco de autonomía. La OLP entendió la debilidad de su influencia negociadora y, de hecho, nunca examinó realmente sus términos. Por ejemplo, un día antes de la firma hicieron que un abogado examinara los términos del acuerdo de Oslo, pero no en profundidad, y no puso ninguna objeción”, dijo en conversación conLa Tercera.
“Este acuerdo fue anunciado como una paz, pero nunca lo fue. Y la OLP entró en ello con fe, entre comillas, literalmente con sus palabras, con fe en que Estados Unidos les entregaría el Estado. No lo hicieron. Pensaron que la política de Estados Unidos y específicamente la administración Clinton más tarde les proporcionaría el Estado que querían. Y simplemente no era cierto. Después del colapso total del proceso de paz en 2000, lo que no es perdonable es la adhesión constante a Oslo de parte del liderazgo palestino décadas después”, añadió.
En diálogo conLa Tercera, Samuel Feldberg, analista experto en política de Medio Oriente e investigador en el Moshe Dayan Center de la Universidad de Tel Aviv, consideró que “una de las premisas principales de los Acuerdos de Oslo fue que el período de implementación de la autonomía, a lo largo de cinco años, conduciría a una consolidación de las ideas fundamentales que antecedía a una amplia cooperación. Pero la destrucción de la esperanza condujo al fortalecimiento del radicalismo, con la eliminación de la izquierda israelí, históricamente comprometida con el proceso de la paz y la creación, en el lado palestino, de dos entidades autónomas que gobiernen de forma autocrática”.
“Territorios de los que regularmente parten terroristas y cometen ataques contra civiles israelíes. Así, en lugar de un Estado palestino democrático, la OLP dio paso a gobiernos “de hecho” totalmente corruptos y opresivos”, añadió.
Perspectivas del conflicto
En las últimas dos décadas, los palestinos han visto cómo sus perspectivas lucen cada vez más sombrías. Por un lado, indicó The New YorkTimes, “el cuerpo político está dividido, quizás irrevocablemente”, entre el gobierno palestino, encabezado por el Presidente Mahmoud Abbas y su facción Fatah, en Cisjordania, y el grupo militante islámico Hamas, que se opuso a Oslo y busca la erradicación de Israel en la Franja de Gaza. Los esfuerzos de reconciliación siguen fracasando.
Abbas, de 87 años, se encuentra delicado de salud y no tiene un sucesor claro. Fue elegido sólo una vez, en 2005, y desde entonces se ha mantenido en el poder en un mandato que debía durar cuatro años.
En Israel, en tanto, el campo pacifista que respaldó a Oslo se ha debilitado y el gobierno liderado por Netanyahu declaró en la parte superior de sus directrices fundacionales que el “pueblo judío tiene un derecho exclusivo e inalienable sobre todas las áreas de la Tierra de Israel”. En los acuerdos de coalición, el premier se comprometió a liderar “una política para aplicar la soberanía en Judea y Samaira” y ha estado trabajando para lograr ese objetivo, escribió el periodista israelí, Aluf Benn en el diario Haaretz.
Eso sí, en estos últimos años Israel ha disfrutado de un progreso sin precedentes en sus relaciones con el mundo árabe a raíz de los Acuerdos de Abraham, firmados en septiembre de 2020. Además, negocia un posible acuerdo con Arabia Saudita.
“La lección es que los acuerdos deben implementarse con rigor. Irán y Al Qaeda intentarán bombardear hasta matar la paz, mientras que Israel se dirige a una tercera Intifada, la Intifada de las armas. Necesitamos un esfuerzo sólido para lograr una solución de dos Estados, no centrarse en la normalización saudita-israelí, que no está en las cartas bajo la dirección del Presidente de Estados Unidos, Joe Biden”, indicó Riedel.
Para Feldberg, “las relaciones entre Israel y los palestinos se encuentran en uno de los puntos más bajo de su historia. El gobierno israelí y la Autoridad Palestina se enfrentan a través de numerosos instrumentos diplomáticos, incluida la Corte Penal Internacional y la Asamblea General de la ONU”.
“Las relaciones con Hamas y la Jihad Islámica se dan a través de una mezcla de enfrentamientos armados, ataques directos, lanzamientos de cohetes y eliminación de líderes terroristas mientras, paradójicamente, entre bastidores Israel ha legitimado a Hamas, hoy considerado el “adulto responsable” frente a elementos más radicales. La realidad internacional y el juego de poder en Medio Oriente también han cambiado radicalmente. Israel hoy se beneficia de los resultados de los Acuerdos de Abraham, que permitieron acuerdos de paz y la acercamiento al mundo musulmán, sin que haya una solución a la cuestión palestina”, indicó.
“Oslo dio un salvavidas a Israel y también le proporcionó una cobertura. El comercio económico de Israel aumentó después de Oslo, la normalización con países que ya no lo reconocían como un paria, sino que ahora lo veían como un pacificador, que no era un apartheid, pero ahora lo entendían como un socio en la paz. Lo que Oslo hizo fue promover la causa de Israel y permitir más legitimidad y un salvavidas en la escena internacional. Pero si llegamos al punto de no reconocer nuestro propio poder, esa sería la lección más grande”, concluyó Erekat.
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