Ziba, Rabia Safi y Freshta Sediqi son parte de la generación que supo de la existencia y la historia de los talibanes solo por lo que les contaban sus padres. Estas jóvenes afganas apenas tenían algunas nociones de la represión que vivió el país bajo el primer régimen de los talibanes (1996-2001) y hasta hace poco vivían sin mayores contratiempos y con más libertades.
Estas tres jóvenes aún recuerdan cuando todo cambió. Fue el 15 de agosto de 2021, el día en que los talibanes volvieron a tomar el control de Kabul, la capital, tras la retirada de las fuerzas de la OTAN. En cuestión de horas, el gobierno del Presidente Ashraf Ghani fue derrocado.
“Ese día no solo cambió mi vida, sino que la de todo Afganistán. Siempre pensé que se trataba de una escena de una película de Hollywood, por lo que era muy difícil creer que los talibanes habían tomado el control del país. Nunca había visto a los talibanes de cerca, pero después del comienzo de su gobierno, durante los primeros días, esperábamos detrás de la ventana de la habitación para ver cómo eran”, relata Ziba, de 21 años, en conversación con La Tercera vía mensajes de texto.
“Después de que el gobierno talibán llegó al poder, la situación cambió por completo: todo lo que habíamos ganado se perdió, nuestros esfuerzos, nuestras esperanzas e ideales. Recuerdo claramente el día en que los talibanes entraron en Kabul, nos aterrorizaron con sus rostros duros y su comportamiento inapropiado”, complementa Freshta Sediqi, de 21 años, también en diálogo con este diario.
Los talibanes, o “estudiantes” en lengua pastún, surgieron a principios de los 90 en el norte de Pakistán, tras la retirada de Afganistán de las tropas de la Unión Soviética. Para 1996 ya habían establecido un régimen en el territorio afgano. En un comienzo, en general la población afgana recibió con buenos ojos a los talibanes, ya que pusieron freno a la anarquía y trabajaron para que las carreteras y las áreas bajo su control fueran seguras, impulsando así el comercio.
No obstante, a poco andar introdujeron y apoyaron castigos acordes a su estricta interpretación de la ley islámica, ejecutando públicamente a asesinos y adúlteros que habían sido condenados y amputando a los culpables de robo. También, los hombres debían dejarse crecer la barba y las mujeres tenían que llevar un burka que les cubría todo el cuerpo.
Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas, Estados Unidos invadió Afganistán con el argumento de que los talibanes le daban refugio a Al Qaeda y a su máximo líder, Osama bin Laden, el autor de los ataques. En diciembre de ese año, el régimen fundamentalista fue derrocado. Posteriormente, las fuerzas de la OTAN permanecieron en el país, realizando operaciones de combate que terminaron en diciembre de 2014, ocasión en la que Washington retiró a miles de soldados, aunque otros se quedaron para entrenar y apoyar a las fuerzas de seguridad afganas.
Pese a las críticas, el gobierno afgano -respaldados por Estados Unidos- consiguió notables progresos. Bajo los mandatos de Hamid Karzai y Ashraf Ghani florecieron medios independientes, el respeto a los derechos humanos mejoró sustancialmente, un número creciente de mujeres empezó a ir al colegio y a también a las universidades, y la clase media afgana vivió una relativa prosperidad. Una situación que ha cambiado radicalmente desde la nueva irrupción de los talibanes el año pasado.
“Nuestra vida antes de que los talibanes se apoderaran del país, por segunda vez, era normal. Esto, pese a las explosiones. Mi vida transcurría sin ningún problema, podíamos salir, ir a la universidad, tenía vida social”, comenta Ziba.
Casi los mismos recuerdos tiene Freshta Sediqi, quien afirma que “la situación en Afganistán nunca ha sido adecuada para las mujeres, ya que siempre ha habido muchos problemas que bloquean nuestro camino”. “Antes teníamos derecho a estudiar, trabajar y salir de casa, el derecho a elegir nuestra ropa, y el derecho a vivir en general”, dice.
“La vida en la capital había mejorado gradualmente y las niñas habían podido hacer frente a las dificultades y encontrar su lugar en la sociedad. En mi caso, yo podía salir de casa para estudiar. De hecho, estudio Ingeniería en la Universidad de Kabul, fui a escuelas para aprender idiomas, también fui a clubes por un tiempo y nunca tuve ningún problema serio”, agrega.
Rabia Safi, de 20 años, tampoco olvida cuando regresaron los talibanes. “Yo tenía una vida normal, tenía amigas, iba a la universidad, salía con tranquilidad, pero ahora no se puede. Mi padre tampoco me deja salir por la mala situación”, explica a La Tercera.
Anuncios de moderación
Hasta ahora, los talibanes no han cumplido las promesas que hicieron en 2020, en el marco del Acuerdo de Doha: no formaron un gobierno inclusivo y clausuraron el Ministerio de la Mujer, sustituyéndolo por el de la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio. Desde entonces, el uso del burka se ha hecho casi obligatorio.
Apenas recuperaron el poder, el nuevo régimen prohibió a las adolescentes que estudiaran y cerraron sus centros educacionales. En los primeros meses de su retorno al gobierno los insurgentes dijeron que la prohibición a las niñas de estudiar sería temporal y justificaron la medida adaptando los centros educativos para garantizar una estricta separación de sexos. Sin embargo, organizaciones internacionales y afganas aseguraron que aquello era un mero pretexto, debido a que los institutos en Afganistán ya estaban segregados por género. Desde el cierre de los colegios femeninos, en muchas zonas del país han surgido escuelas clandestinas para niñas.
Otra de las medidas más controvertidas las anunciaron el pasado 10 de noviembre, día en que el régimen talibán prohibió que las mujeres accedieran a los parques y jardines de Kabul. También, hasta el día de hoy, se encuentran impedidas de trabajar o incluso visitar parques sin la compañía de un hombre. Un mes más tarde anunciaron que las mujeres tampoco podrían estudiar en la universidad. Esto último significó el repudio de algunos estudiantes universitarios varones.
“Después de que el gobierno talibán llegó al poder, me llené de miedo. Una de las primeras medidas de los talibanes fue prohibir que las niñas afganas fueran a sus escuelas y las actividades brutales de los talibanes comenzaron lentamente. Nos prohibieron ir a los parques, nos negaron el derecho a elegir nuestra ropa, nos negaron trabajar, incluso cuando salimos de casa nos enfrentamos con sus caras groseras y su comportamiento inapropiado. Los talibanes no han cambiado, sino que han empeorado. Están violando los derechos de las mujeres en mi país”, dice Freshta Sediqi.
“Los talibanes nos prohibieron ir al gimnasio, los talibanes nos prohibieron estudiar, ir a restaurantes, viajar sin acompañante, incluso comprar tarjetas telefónicas SIM. Si no seguimos la orden de los talibanes, nos amenazan y también a nuestras familias; luego comenzarán a golpearnos y después nos encarcelarán. Desafortunadamente, los hombres no han mostrado una reacción seria a las restricciones. Aunque si lo hacen, serán castigados de la forma más severa posible”, añade.
El régimen talibán asegura que defiende los derechos de las mujeres “definidos por el islam”. Es decir, que prohíben todo lo que no se permita de forma explícita según su interpretación rigurosa de la sharia, la ley islámica. Este martes, el ministro para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio, Mohamad Jalid Hanafi, indicó que la aplicación de la sharia es uno de los principales objetivos de la antigua milicia. “Trabajamos para aplicar la sharia y guiar a la sociedad por el camino correcto”, dijo Hanafi.
Durante los últimos 20 años, las mujeres afganas tuvieron importantes oportunidades para mejorar sus vidas en muchas áreas, incluida la educación. Para 2018, las niñas constituían casi el 38% (3,8 millones) de estudiantes en el país; en 2001, solo cinco mil estaban matriculadas en las escuelas.
“Cuando ahora veo que han impuesto todas estas restricciones es algo así como un sueño. Porque yo, como una joven afgana que ha pasado toda su vida en la guerra, ahora veo estas escenas y limitaciones y es todo cada vez más triste”, se lamenta Ziba. “Cuando llegaron por primera vez, todos dijeron que no eran los talibanes de hace 20 años y que habían cambiado. Pero apenas vi que cerraron las escuelas para niñas, me dije que no han cambiado en nada. Hasta ese minuto estaba feliz, porque permitían que las mujeres fueran a la universidad. Sin embargo, desde ese día estuve esperando que cerraran el portón de la universidad para nosotras. Hasta el último día de mi tercer año de estudio estaba muy feliz, porque me decía a mí misma que me iba a graduar después de un año. Ahora estoy decepcionada”.
Castigos severos
A diferencia de Ziba, Rabia Safi pudo estudiar apenas un año en la universidad: “Yo no creo que hayan cambiado, han quemado y puesto bombas en las escuelas y cuando no aceptas lo que ellos estipulan, recibes un castigo. Los hombres también tienen miedo”.
Pese a los castigos y amenazas, la decisión de prohibir a las mujeres de asistir a la universidad ha provocado indignación. Por lo mismo, han estallado algunas manifestaciones. “¡La educación es nuestro derecho, las universidades deben abrirse!”, es el lema más coreado.
Ziba cuenta que “desafortunadamente, los talibanes no han permitido continuar con las manifestaciones y todo Kabul ahora está militarizado. Los talibanes hicieron esto porque quieren evitar este tipo de protestas”, dice.
Freshta Sediqi explica que pese al despliegue del régimen, junto con varias de sus amigas han protestado a través de distintas formas: “La primera vez fue en un seminario científico en el que acusaron a las mujeres y niñas de tener un comportamiento antiislámico. Yo alcé mi voz y les hice ver sus acciones injustas e inapropiadas. No podía quedarme callada. Pero luego me amenazaron, incluso de muerte”.
La joven dice que también tras la llegada de los insurgentes la situación económica se ha deteriorado mucho. “Al igual que más del 90% de la gente, yo y mi familia vivimos bajo la línea de la pobreza. Con la llegada de los talibanes se detuvo el trabajo y colapsó la mayoría de las instituciones, al grado que es difícil encontrar un pedazo de pan”, concluye.