Primero, la pregunta, porque sin preguntas no hay ciencia. “¿Fue Borges el que dijo eso?”, dice Andrés Gomberoff, en una de las ventanas del Zoom que reúne a estos dos físicos con este periodista. Gomberoff recuerda la frase: “La amistad no necesita frecuencia; el amor sí”. La fue a rescatar desde algún cajón de su memoria para aportar en el relato de la amistad con José Edelstein, que está en la otra ventana del Zoom.
Borges, dicho sea de paso, lo decía a propósito de su amistad con Adolfo Bioy Casares. Y aunque en otra escala, Gomberoff y Edelstein tienen más en común con aquellos artistas que simplemente ser amigos. Cuando escriben, ambos físicos no son simplemente científicos que buscan contar historias de ciencia. Ellos buscan crear algo parecido a una obra, contribuir a un género, crear valor y, sobre todo, dar placer.
Estamos conversando los tres en la pantalla y aunque los conozco hace varios años, porque alguna vez tuve el desafiante placer de editar sus textos cuando escribían en la revista Qué Pasa, no puedo evitar sentirme como un extraño asomándose por la ventana a la vida doméstica de una familia moderna. Como cualquier dupla que ya lleva sus años junta, Gomberoff y Edelstein tienen sus modos, sus dinámicas. Por ejemplo, Edelstein, que es argentino y es académico en la Universidad de Santiago de Compostela, en España, es el que más habla y el que recuerda más detalles. En una pareja, sería el que se acordaría de los aniversarios.
Gomberoff, físico chileno, autor de varios libros, investigador del Centro de Estudios Científicos (CECs) y que actualmente pasa sus días entre Santiago y Valdivia, tiene una memoria “más impresionista”, en sus palabras. Él dice “somos amigos de hace tiempo”, por ejemplo. Edelstein dice: “Fue en junio de 1992, en Huerta Grande, Córdoba. Una conferencia trianual sobre la Relatividad General donde vino todo el mundo”.
Ambos eran estudiantes de doctorado, Gomberoff en la Universidad de Chile, Edelstein en la Universidad Nacional de La Plata”. Engancharon enseguida, descubrieron intereses comunes, referencias compartidas, matrices y códigos similares, donde la identidad judía jugaba un rol importante (los abuelos paternos de Gomberoff, además, eran argentinos). Por usar un término físico de uso general, tuvieron onda. Luego se siguieron encontrando en el timing que daba la ciencia: conferencias en Chile, en 1994, la visita de Stephen Hawking a Santiago en 1997, y así. Como en todas las buenas historias, una cosa llevó a la otra.
Ahora recuerdan todo, uno con más detalles que el otro, a propósito de la edición en Chile de Antimateria, Magia y Poesía (editado originalmente en 2014 en España por la Universidad de Santiago de Compostela y ahora por Debate), que reúne 23 textos escritos a cuatro manos y que de alguna manera para ellos opera como una suerte de bitácora de una dupla creativa.
Gomberoff siempre dice que Edelstein es el escritor. Edelstein dice que él es discípulo de Gomberoff. Y ambos tienen razón: no se trata ni de un intercambio zalamero ni de una exageración.
Son textos que para ellos evocan momentos, recuerdos de su paso por universos paralelos. Como cuando estaban en un entorno paradisíaco, en una isla griega donde se desarrollaba una conferencia científica, pegados a la pantalla analizando el precario video en blanco y negro de una jugada del Mundial de Chile 1962.
Eso fue en 2009, cuando estaban escribiendo Leonel o la ciencia del tiro libre, valiéndose del gol de Leonel Sánchez a la Unión Soviética en Arica para explicar los principios del top spin. El chanfle. “Fue una discusión técnica muy entretenida”, recuerda Edelstein. Es uno de los pocos textos que han escrito en persona: la distancia transformó a esta dupla en una suerte de pioneros del teletrabajo. De alguna manera el escribir los obligó a verse más, porque como amigos podían pasar mucho más tiempo, años, sin verse. Porque la amistad, a diferencia del amor, no requiere frecuencia.
Cuando el big conoció al bang
Gomberoff siempre dice que Edelstein es el escritor. Edelstein dice que él es discípulo de Gomberoff. Y ambos tienen razón, no se trata ni de un intercambio zalamero ni de una exageración.
Hay que entender que José Edelstein era un joven estudiante de Ingeniería Electrónica que estaba harto de su carrera cuando evaluó dar el gran salto. Quizás, pensó, es momento de perseguir el sueño de ser escritor. Pero la vida académica tiene otras leyes de atracción: la física, que era su otra opción, le permitía no tener que partir de cero, y ganarse una beca en el prestigioso Instituto Balseiro, en Bariloche, fue decisivo. La literatura tendría que esperar.
Gomberoff, por su parte, no pensaba mayormente en escribir, algo que no fuera un artículo académico cuando desde la revista Qué Pasa le pidieron en 2008 una colaboración: una reseña de un libro sobre ciencia y cocina. Fue el inicio de una carrera alternativa y algo tortuosa, al menos en el inicio. “Siempre hubo para mí un tremendo peso en esto de saber que hay colegas que estaban leyendo y podían ver en el texto una trivialización o una falta de rigurosidad, de precisión”, explica hoy. Eso fue antes de su gran descubrimiento. “Uno comienza pensando que está enseñando ciencia, y probablemente ese es el error más grande que comete cualquier divulgador, que es una palabra que no me gusta Y finalmente uno se da cuenta de que está haciendo otra cosa, que no es solo un relato sobre un área disciplinaria, sino que es en sí mismo un objeto de valor. Es algo distinto”.
Mientras Gomberoff soltaba sus amarras y aprendía a construir su autoestima literaria, Edelstein decía que no.
“Cuando empecé a ver que Andy escribía, cuando lo leía en Qué Pasa, me encantaba, y sentía cierta envidia”, recuerda. “Y él me empezó a invitar a escribir algo con él, pero mi primera respuesta fue no, no tengo tiempo. Creo que sabía perfectamente que si probaba de eso era el inicio de algo demasiado grande. Y dije que no un par de veces”, comenta Edelstein. Tenía que llegar un genio a cambiar esa dinámica.
La visita de Stephen Hawking a Santiago de Compostela puso a Edelstein a conversar con una periodista que buscaba a un físico que explicara la importancia del físico inglés. Solícito, Edelstein se largó a hablar. Empezó a contar una historia; un poco larga eso sí, para pesar de la comunicadora, atribulada con una entrevista distinta a la que había ido a buscar. “No me di cuenta y de repente llevaba una hora y media hablando”, recuerda el argentino. “Ahí le hablé a Andy y le dije, ok, tengo el tema. Así fue como, en principio, lo hicimos por vez única”.
Sería la primera de muchas veces únicas. En parte, porque pasó lo que Edelstein temía: su joven yo había llegado a cobrar la cuenta.
Pero cuando Edelstein decidió tirarse a la piscina, Gomberoff ya había empezado a juntar el agua. O, usando una analogía más agraria, “llegué a sembrar a un terreno ya arado. Y en eso Andy fue mi maestro”.
El texto que escribieron ganó el Premio Nacional de Divulgación Universitaria en España, y fue reproducido en diferentes partes. Se llamaba Antimateria, Magia y Poesía.
Un género propio
Gomberoff no se ve a sí mismo como un escritor, pero sí reconoce en él una ambición literaria. Por eso objeta la etiqueta de “divulgador científico”. “Me niego a llamarlo así, porque implica que es la proyección de una cosa, que no puede existir por sí sola”, explica. “La escritura de no ficción científica es algo en sí mismo, y por lo mismo puede interactuar con la ciencia y no sólo venir de la ciencia”. Gomberoff confía en que trabajos como el suyo y el de Edelstein pueden contribuir al crecimiento del género de la no ficción científica, que aunque en el mundo anglosajón está mucho más desarrollado, aún no alcanza la altura que, a su juicio, podría o debería.
“Hace unos años, Richard Dawkins (el biólogo evolucionario y celebrado autor) estaba pidiendo el premio Nobel para Steven Pinker”, recuerda Edelstein para subrayar el punto, en referencia al lingüista y best seller. “Así como se lo dieron a Bob Dylan o antes a Winston Churchill, planteaba que debía reconocerse este nuevo género literario. Que era hora de que un comunicador de la ciencia fuera reconocido”.
Que no se mal entienda: no es reconocimiento público a lo que añora esta dupla, sino consolidación de un campo de trabajo que para ellos mismos ha pasado de ser alternativo a ser primordial en sus objetivos.
Quizás es un asunto de escalas. Un físico piensa en escalas de manera distinta al resto de los mortales. Edelstein explica, por ejemplo, que la maravilla de las ondas gravitacionales es que permiten asomarse a un universo imposible de observar: ese que va más allá de los 300 mil años de antigüedad. Y al mismo tiempo, Gomberoff y Edelstein han escrito mucho sobre pequeñas partículas cuya existencia sólo es posible inferir, pero que tienen consecuencias trascendentales en su entorno. Es posible que se vean así: como elementos pequeños, pero con potencial de generar algo más grande.
Hace unos años, cuando el célebre astrofísico estadounidense Neil DeGrasse Tyson revivió la serie de televisión Cosmos, que hizo famoso a Carl Sagan, contó la historia de cuando siendo un adolescente pudo conocer a Sagan, su ídolo. De cómo esa había sido la chispa definitiva de su carrera no sólo científica, sino también de comunicación de la ciencia. Gomberoff, que identifica su Big Bang en la serie de Carl Sagan, conoce bien esa historia. De modo que es natural preguntarle si aspira a ser el catalizador de la carrera de otros comunicadores, o escritores de no ficción científica.
“Sí”, responde sin dudar. “Para mí es muy importante y, de hecho, estoy pensando en proyectos para ponerlo en práctica. Sé que no soy yo el Truman Capote que va a conquistar o fundar el género, pero ojalá pueda decir que ayudé a que ese personaje naciera alguna vez”.
“Para mí también es una aspiración”, secunda Edelstein. “Y sé que son decenas los chicos que quieren estudiar física por nuestros textos, charlas, cursos”, agrega. “En el inicio mi motivación fue escribir, saldar esa deuda con el joven que optó por física, pero luego cuando empezó a surgir esto me encantó. De repente puedes ver que puedes llegar a mucha gente”, dice, y menciona su proyecto: una plataforma de charlas, cursos y encuentro de comunicación científica bautizada con el nombre que los quechuas les daban a sus maestros. “Amautas tiene aspiraciones monumentales: cambiar el mundo”.
-Ja.
-Y que se ría la gente cuando lo digo, por supuesto. Es un intento quijotesco por hacer la diferencia. Seguro que el mundo va a quedar igual, pero cuando uno es más viejo quiere cambiar el mundo para algunas personas. Y eso sí que podemos hacerlo seguro. b