Antonio Caño vivió el periodismo en primera línea. Cubrió la guerra de las Malvinas en 1982 y como enviado del diario español El País –del cual llegó a ser director entre 2014 y 2018- estuvo también en otra, la del Golfo Pérsico, nueve años después. Entrevistó, además, a figuras claves de la historia del siglo XX, como Yasser Arafat, y fue testigo de los conflictos en Centroamérica en los años 80. Y es precisamente con un episodio ocurrido en esos años -el asesinato del jesuita español Ignacio Ellacuría y otros cinco religiosos en El Salvador- que parte su último libro, Digan la Verdad, un recorrido autobiográfico por más de 40 años de actividad periodística, pero también una reflexión sobre el futuro de la profesión. “No hay razones para ser optimista”, dice Caño, que esta semana estuvo en Santiago, invitado por la Escuela de Periodismo de la Universidad Diego Portales (UDP).
El subtítulo de su libro es justamente “Apuntes sobre un oficio en peligro de extinción”. ¿Por qué cree que el periodismo está en peligro de extinción?
La razón –y no digo que no sea capaz de sobrevivir, digo que en este momento el peligro que tiene la profesión es grande y exige estar muy alerta- viene de una combinación de factores, de un doble ataque. Por un lado, un ataque a las empresas periodísticas por culpa de las transformaciones digitales, porque no han sido capaces de adaptarse y eso ha creado empresas más débiles. Ha hecho que el periodismo esté más débil a las presiones políticas y las presiones económicas. La segunda amenaza es la polarización política, el debilitamiento de las instituciones tradicionales de la sociedad democrática por culpa del populismo, una de las cuales es el periodismo. Las consecuencias que eso puede tener son muy graves. El periodismo independiente ha estado ligado a las democracias liberales desde su nacimiento y es inconcebible que una democracia liberal pueda sobrevivir sin un periodismo independiente. Desde ese punto de vista la sobrevivencia de ambas cosas está estrechamente relacionada, dudo que ninguna de las dos pueda sobrevivir sin la otra.
¿Cree que hoy se observa un periodismo más militante, más comprometido con causas políticas?
Sí, la polarización política ha llevado hoy a los periodistas a tomar posiciones más militantes y hay más periodistas que se han refugiado en el activismo político, en el activismo social, y han trasladado ese activismo a las redacciones de los periódicos, de los canales de televisión, de las radios. Creo que eso es un enorme peligro para el periodismo. Las nuevas tecnologías debilitaron mucho las redacciones periodísticas y todo ese debilitamiento ha acabado degenerando el oficio.
En una entrevista decía que uno no es periodista para cambiar el mundo, sino para contar el mundo, ¿cree que hay muchos periodistas que quieren cambiar el mundo?
Sí, creo que pasa eso. Por un lado, hay una parte de eso que no es preocupante, es la aspiración que tiene todo joven de causar un impacto en el mundo en que vive. Eso me parece saludable. Pero creo que cuando ese joven llega a las universidades, que es el momento en que debe ser educado para poder desarrollarse profesionalmente, una de las cosas que hay que decirle es que para que esa energía sea positiva, el lugar para cambiar el mundo no es el periodismo. Si su objetivo realmente es cambiar el mundo debe dirigirse a las organizaciones o instituciones que producen un efecto, que están orientadas a cambiar el mundo, pero no el periodismo, que no está orientado a eso, sino a contarlo.
Hoy vemos en las encuestas una creciente desconfianza con los medios. ¿Por qué cree que pasa eso y cómo se recupera la confianza?
Muchas de esas críticas en parte son justas y, en parte, están basadas en la realidad. Es verdad que muchos medios tradicionales han sido cómplices del poder establecido durante décadas. Hay medios tradicionales que han ocultado verdades atroces cometidas por el poder establecido y es muy necesario que para salir de donde estamos los medios tradicionales hagan una autocrítica. Los medios tradicionales han sido durante décadas arrogantes, han estado separados de la sociedad y han estado en complicidad con las élites, pero eso no significa que la prensa en su conjunto esté corrompida. Por supuesto que hay episodios conocidos por todos en Chile y en otras partes, donde el comportamiento de la prensa ha sido muy reprobable. Pero si tú miras la función que ha cumplido la prensa libre en su conjunto en las últimas décadas, el saldo es claramente favorable, la prensa, los periodistas, han hecho mucho más por la emancipación de los ciudadanos, por la libertad, que lo que han hecho en su contra. No hay ninguna institución perfecta, todos hemos cometido pecados y el periodismo también, pero el saldo final es definitivamente favorable.
¿Cree que el mundo político y las nuevas generaciones políticas no entienden a veces el rol que juega la prensa en una democracia?
Sí, estoy de acuerdo.
Y ¿por qué cree pasa eso?
En términos generales, los populistas son enemigos de la prensa independiente, sean de derecha o de izquierda. Por un lado, la prensa siempre es un obstáculo en el camino de un político populista y, por otro, la nueva clase política, la clase política más joven, no entiende que deban respetar a los medios de comunicación, porque los medios han perdido tanta fuerza que tampoco sienten que tengan que respetarlos ni se sienten inclinados a hacerlo. Si esas nuevas clases políticas son de izquierda sienten que los medios siempre han estado vinculados a la derecha y, si son populistas de derecha, sienten que los periodistas y las redacciones siempre han sido colectivos inclinados a la izquierda. Tanto sea de un lado o de otro, al final terminan viendo a la prensa como un enemigo y como un obstáculo. Y no es que no estén en lo correcto, los periodistas debemos ser un obstáculo para la clase política, pero la clase política está obligada a aceptar ese obstáculo y rendir cuentas a los periodistas, porque los periodistas son los que informan a los ciudadanos y consiguen que un ciudadano pueda tomar sus decisiones con la información suficiente, por lo tanto, con la libertad suficiente.
Desde las revueltas sociales en Estados Unidos ha venido creciendo la llamada “cultura de la cancelación”. ¿Qué opina de eso?
La cultura de la cancelación es una forma cool, moderna de llamarle a la censura. Cancelación es censura. Impedir el acceso a los medios, impedir que alguien pueda expresar sus ideas simplemente porque tú consideras que esa persona tiene ideas que pueden perjudicar la salud mental o social del público es censura. Ningún periodista debe atribuirse el derecho a decidir que el público no está lo suficientemente maduro para escuchar opiniones que nos pueden parecer objetables, pero que los ciudadanos tienen derecho a conocer. Aunque contradigan nuestros principios, nuestros valores, aun así, si esas expresiones están formuladas en forma respetuosa, en forma bien argumentada, en forma honesta, nuestra obligación es prestarle atención.
¿De dónde cree que surge la cultura de la cancelación?
Creo que la política de cancelación es antiliberal, está en contra de temas elementales del liberalismo. Al contrario, la cultura de la cancelación es autoritaria, es autoritarismo, no importan las razones, todos los autoritarios del mundo dicen actuar en bien de su pueblo, no conozco ninguno que no sea así y todos han actuado evitando cosas que ustedes no saben, pero yo sí sé, pero no quiero que ustedes sepan, quiero privar a sus oídos de esas atrocidades. Eso es una conducta autoritaria que sorprendentemente ha echado raíces en la izquierda. De repente la izquierda en muchos países se ha hecho enemiga de la libertad y considera que la libertad es algo que está en contra de la causa de la izquierda. Yo durante toda mi vida, por lo contrario, siempre he asociado a la izquierda con la idea de la libertad y no entiendo esta nueva izquierda para la que la libertad es sospechosa y es algo a lo que conviene combatir o, al menos, tratar con cuidado.
¿Cómo ha influido eso en la actual crisis de la democracia?
Creo que el problema que vemos en el mundo actual es que hay muchos países gobernados por radicales, es el triunfo del radicalismo, en general en la derecha como en la izquierda. En muchos países los partidos más moderados, más centristas, sean de derecha o izquierda, han sido barridos por los radicalismos…
Y ¿por qué cree que se radicalizó la política en el mundo?
Hay tratados y libros enteros que buscan explicar por qué se polarizó. Está la crisis económica de 2008, las desigualdades sociales, que sin duda es una de las razones, y una cierta frustración por parte de los ciudadanos de que la democracia no acaba de resolver sus problemas. Todo eso tiene que ver con una mala educación democrática. A la gente hay que decirle con tranquilidad que la democracia no va a resolver todos sus problemas, la democracia no está inventada para eso, la democracia lo que sí te garantiza es que si alguien que te promete solucionar los problemas no lo hace, lo puedes cambiar a los cuatro o cinco años y pruebas con otro. Es un proceso a veces frustrante y un poco lento. ¿Resuelve la democracia la desigualdad social? No, no la resuelve, pero te da un marco para discutir posibles soluciones. Muchos ciudadanos han buscado en la democracia opciones rápidas y contundentes que la democracia no puede ofrecer.
¿Cree que esa falta de educación es más profunda en nuevas generaciones acostumbradas a respuestas inmediatas?
Sí, porque las nuevas generaciones no han conocido las dictaduras. No han conocido lo débiles que son las democracias, lo que costó para conseguir la democracia, lo que hubo que sufrir y la enorme compensación que sentimos cuando acabamos con la dictadura. Entonces, los que hemos conocido una dictadura sabemos lo que es vivir en democracia. ¿Se han solucionado nuestros problemas? No, pero somos libres y podemos decir lo que queremos, manifestarnos contra quien queremos, votar por quien queremos, tomamos decisiones como ciudadanos libres. Lo otro, la dictadura, el autoritarismo, aunque consiguiese solucionar los problemas –que tampoco lo hace- pero, aunque lo consiguiese, yo no quiero una sociedad de esclavos, que funciona a costa de la libertad del pueblo. El desarrollo individual del ciudadano libre está por encima de cualquier otro valor.
¿Cree que la democracia tiene que cambiar para sobrevivir?
Creo que la situación es inquietante y que las democracias nunca han estado sometidas a tanta presión como ahora. Vivimos una situación peligrosa, el mundo está en este momento en crisis. ¿Eso significa que vamos a volver a una Europa autoritaria? No lo sé, espero que no, pero tenemos que partir de la consideración de que la democracia no es un sistema imbatible y que si no defendemos la democracia pese a todos sus defectos y frustraciones, va a caer.
Y ¿cómo se defiende?
Cada uno en sus espacios. Los periodistas tenemos que luchar por los espacios de libertad, oponernos a corrientes dominantes, cualquiera sea la corriente dominante; suministrar información independiente a los ciudadanos, empoderarlos en su libertad y cada uno en su papel. Hay pequeñas técnicas, como no difundir informaciones falsas, fortalecer las instituciones, educar a los niños y jóvenes en va.