Jueves 7 de octubre. En Chile, el reloj marca las 23 horas y la decepción es absoluta. En el vestuario visitante del estadio Nacional de Lima la sensación es aún más fuerte. El silencio, si vale la contradicción, se escucha más fuerte que nunca. El vestuario de Chile, que acaba de caer frente a Perú por 2-0, se parece más a un cementerio que a un camarín de fútbol. Nadie habla. En los rostros de los jugadores del equipo de Martín Lasarte hay ojos vidriosos. Y rabia. Mucha rabia. Las escasas ganas que quedan alcanzan apenas para subirse al bus y desplazarse al aeropuerto para retornar a Chile. Qatar se ve más lejos que nunca.
El retorno es inmediato. En la aeronave, que tres horas después dejó al equipo nuevamente en Santiago, nadie quiso hablar con nadie. Había que vivir el duelo y, en alguna medida, buscar en el ámbito interno las explicaciones para el magro rendimiento que la Roja seguía mostrando en las Eliminatorias, sobre todo para la falta de gol. Y por consiguiente, la forma de mantener viva la ilusión de clasificar a un Mundial que aparecía cada vez más lejos. Virtualmente, una misión imposible.
Martín Lasarte asumió la iniciativa. Al día siguiente, en el hotel de concentración, convocó a una reunión a todo el plantel. En la cita participó, naturalmente, todo su cuerpo técnico. También estuvo el director deportivo, Francis Cagigao. La junta se realizó después de almuerzo. Había que renovar el compromiso, pero, sobre todo las ganas de mantenerse en la lucha. Fue, según testigos que consultó El Deportivo, una charla abierta y franca. “A calzón quitado”, grafican desde la convivencia interna de la Roja. Hubo espacio para asumir culpas. Machete, por ejemplo, admitió las que les cabían como encargados de conducir al equipo hacia el evento planetario que se disputará en Asia. Pero el entrenador instó a sus jugadores aceptar, también, su parte. El mensaje era contundente. No era Lasarte ni eran los jugadores quienes se quedaban fuera del Mundial. De Qatar se quedaban fuera todos.
Las palabras del uruguayo remecieron al plantel. Como respuesta, los jugadores realizaron un juramento. El compromiso parece obvio, pero no lo es tanto, considerando la crítica situación en la que estaban en la tabla de las Eliminatorias: ganar como sea los partidos que queden o, al menos, la mayor parte de ellos. Paralelamente, se cerró otro pacto: se acababan las individualidades. Chile y el Mundial estaban por sobre cualquier interés particular. El DT fue claro, como no lo había sido hasta ese momento. Los egos deben dejarse de lado para pelear en serio por ir a la Copa del Mundo del próximo año.
La reunión generó un cambio fundamental, incluso a nivel de relaciones. Pequeños gestos y cambios de rutina. Los máximos referentes de la Generación Dorada, que habitualmente ocupaban dos mesas en las comidas, ahora pasaron a distribuirse en el resto de las ubicaciones, para compartir más con el resto de sus compañeros. La unión grupal se fortaleció. El ambiente mejoró.
Los vikingos
Hay señales más recientes. En el entretiempo del partido frente a Paraguay en San Carlos de Apoquindo, al que la Roja se fue igualada sin goles, en un resultado que constituía, probablemente, un mazazo definitivo para las aspiraciones de ir al Mundial, afloró el nuevo espíritu. Incluso con matices más parecidos a lo tribal. Antes de salir a disputar la segunda fracción, los jugadores se gritaron a la cara, se arengaron y se golpearon el pecho. “Parecían vikingos”, relata un colaborador. A la cancha salieron con todo. Brereton e Isla terminaron anotando los goles que revitalizaron la opción de clasificar.
Los sobrevivientes de la Generación Dorada no están dispuestos a entregarse tan fácilmente. Asumen que el de Qatar es el último Mundial al que pueden asistir en sus carreras. La excepción a la regla es Vidal. El Rey cree que por sus condiciones futbolísticas y físicas alcanzaría a jugar uno más. Sin embargo, en sintonía con sus compañeros, transmite que dejará todo para llegar al del próximo año e incentiva al resto a seguirle los pasos. A sus más cercanos les ha dicho que si tiene que jugar cojo por Chile, no vacilará.
Desde una personalidad distinta, Sánchez también transmite lo suyo. Claramente más introvertido que su compañero en el Inter, el Niño Maravilla se refugia en el balón. Es raro verlo sin él. Lo domina con maestría, pero también con genuino cariño, como si se tratara de un vínculo indisoluble. Lasarte, quien en una entrevista con La Tercera a comienzos de su gestión, estableció la sonrisa del delantero como un parámetro de su bienestar, y, por ende, como una buena noticia para la Roja, se preocupa especialmente de estar cerca suyo. Le palmotea la espalda, le da confianza. Le alaba públicamente. Y también, en ese plano cercano, le plantea correcciones: le pide, por ejemplo, que en los partidos sea menos individualista. Sánchez, por cierto, pone de su parte. “Está menos divo”, definen en la Roja. Quizás por efecto de la reunión o porque su rol en el Inter es menos estelar que el de otros momentos y en otros clubes. Pero, fundamentalmente, porque depende de sus compañeros, del equipo. Y porque no tolera la idea de perderse otro Mundial. En su caso, por las dificultades físicas que suele experimentar, probablemente el último.
Alexis, incluso, ha dejado atrás los celos que le produjo la irrupción de Ben Brereton como el nuevo referente para los hinchas. También, desde su experiencia y, fundamentalmente, desde su dominio del inglés, ha contribuido para la mayor integración del ariete del Blackburn Rovers al plantel y al sistema de juego. Entre ambos han coordinado señas para mostrarse los movimientos que realizarán en el campo de juego, con los que esperan descolocar a las defensas rivales. Ante los guaraníes y frente a Venezuela, alternaron incluso las posiciones de ataque. Frente a los llaneros, cuando se sintió incómodo por la izquierda, principalmente por la desconexión con Sebastián Vegas, Sánchez le pidió a Ben que se cambiaran de punta para reeditar el tándem histórico con Mauricio Isla. La fórmula dio resultados. Como en los viejos tiempos.
Molestia y cábalas
Hay otro factor para explicar la reacción: el deseo de revancha. En el plantel nacional están molestos. El periodismo es el foco de los reproches. No entienden que un día se les dé por eliminados y al siguiente, no. En ese contexto, el grupo ha reforzado la idea de no escuchar ni leer comentarios. Y también la de desacreditar los comentarios desde una perspectiva habitual entre los jugadores: “Nunca han jugado fútbol”. Igualmente, los reportes les llegan a través de sus afectos. Mediante sus familiares, amigos o por sus cuentas en las redes sociales, se terminan enterando igual de lo que se dice de ellos.
Lasarte también confía en la suerte. Después del triunfo sobre Paraguay, decidió que nunca más se sacará el buzo. Asocia la ropa formal que ha utilizado al mal comienzo de su gestión.
Hasta el cambio de escenario para la localía es visto como una señal de compromiso, en ese caso de la dirigencia. Hay otra, clave: la cancha del Monumental fue considerada dura. En San Carlos de Apoquindo encontraron todas las condiciones para resurgir. Para revivir.