Chile a escala. Ésa era la premisa de un ejercicio inédito por su alcance y momento, impulsado por el proyecto Tenemos que Hablar de Chile, una plataforma de participación y diálogo ciudadano impulsada por la Universidad Católica y la Universidad de Chile. La propuesta sonaba arriesgada: manteniendo la representatividad en la muestra -territorial, de género, educacional y socioeconómica-, se invitaba a la gente a ser parte de conversaciones sobre el país. El momento, además, era crítico. Entre junio y noviembre de 2020, en plena pandemia, la iniciativa proponía un diálogo a través de pequeños grupos que confluían en una videollamada, para compartir durante una hora y media su visión del escenario actual del país y sus proyecciones del futuro.
8.815 personas terminaron participando de este ejercicio, cuya síntesis difiere de los modelos más típicos. Más que porcentajes, hay conceptos; más que listas, hay frases. Puntos que se repiten, que aparecen y reaparecen de forma persistente más allá de las temáticas específicas que se abordan.
“Es una invitación a repensar cómo construimos espacios de participación ciudadana que sean incidentes, diversos e inclusivos. Espacios que releven la voz de quienes habitualmente han sido marginados de la discusión pública y que respondan al anhelo de miles de ciudadanos: ser escuchados y reconocidos”, dice María José Lincovil, coordinadora de participación ciudadana del proyecto.
Fragilidad
“Incertidumbre. Es lo único que puedo sentir. Me genera esto el panorama de Chile en general, y ahora la pandemia”.
Es la frase textual de uno de los participantes, en uno de los conversatorios, pero refleja uno de los elementos más transversales que recoge el ejercicio. Lo refleja además una estadística: de los 8.815 participantes, 1.250 expresaron ideas sobre su ánimo en la semana previa que tenía características vinculadas con la inseguridad, 945 con la ansiedad y 799 con la preocupación, las tres emociones más predominantes de todo el cuadro.
“Una inseguridad respecto al funcionamiento de la vida. Es una inseguridad en la convivencia social y en lo institucional”, dice el informe final del trabajo de Chile a Escala. La fragilidad aparece en el temor no sólo por el momento actual de la persona, sino por la falta de certezas sobre los escenarios futuros, algo que, según la síntesis de los autores del informe, se ve exacerbado por la pandemia del Covid-19, pero va más allá también de la situación sanitaria. “El estado de incertidumbre reportado con insistencia por las personas parece reflejar la profunda fragilidad con la que perciben también la educación, las pensiones, la institucionalidad, la salud y el medioambiente”, es otra frase del documento.
“Es especialmente la inseguridad, el concepto madre. El hilo conductor. Pero no es inseguridad reducida a orden público. Ni tampoco a la pandemia. Es la inseguridad de los proyectos de vida. Una inseguridad extendida. Las personas tienen algo que perder, es su proyecto de vida el frágil”, apunta Hernán Hochschild, director ejecutivo de Tenemos que Hablar de Chile.
Diversidad
“Creo que me gustaría que se acepte a la gente diferente, para poder tener una sociedad mas justa y equitativa”
Uno de los consensos que emerge de las conversaciones, como una realidad cada vez más patente y también como un deseo hacia delante, es el de un país diverso, de un coro polifónico antes que de solistas. “En los diálogos, Chile no emerge como una identidad única ni una realidad reproducible en una única voz. Emerge sobre todo la diversidad del país: territorios, generaciones, orígenes y proyectos de vidas diversos, que construyen experiencias desde donde se habla y escucha. La conversación y los temas que de ella emergen, entre diferencias y convergencias, muestran la diversidad de esas experiencias de vida, lo que a su vez se traduce en una multiplicidad de opiniones y posturas”, señala el reporte.
“En Chile llevamos generalizando mucho tiempo. Los estudiantes, el pueblo, los trabajadores, las mujeres, los empresarios, los políticos. Esas generalizaciones están obsoletas. En cada uno de esos términos hay diversidad que no vemos”, plantea Valentina Rosas, subdirectora de Tenemos que Hablar de Chile.
Quizás es en este punto donde emerge uno de los elementos más esperanzadores del informe: de acuerdo a los investigadores, en el ejercicio de los diálogos aparece una población mucho más dispuesta al entendimiento que al conflicto.
“No vemos una diversidad polarizada que imposibilite el entendimiento o la escucha mutua. En los diálogos se ven más diferencias de priorización, de estrategia o de focalización, que diferencias de concepto en relación a un tema. Además, se observa una alta disposición a los acuerdos”, plantea el documento. “Así, el relato común que surge es que no somos —a ojos de la propia ciudadanía participante— un país inviable por sus quiebres y disputas, sino uno que valora inmensamente su diversidad, el entendimiento y la convivencia”.
Hay otro elemento de interés en el ejercicio. Los investigadores consideraron que en este punto podía haber un sesgo, dado que las personas que participaron en las conversaciones podían estar más dispuestas al diálogo que la población en general. Para ello, se contrastaron los hallazgos con una encuesta realizada por la empresa Criteria para la plataforma en octubre del año pasado. Sin embargo, las tendencias son coincidentes: el 91% está de acuerdo en que “es importante llegar a acuerdos en los grandes temas del país”.
Resiliencia
“Mantener el espíritu guerrero y la resiliencia que tenemos para levantarnos de las catástrofes”
Aparece como uno de los conceptos más puramente chilenos. Algo que está en nuestro ADN de país y que, pase lo que pase en el futuro, no queremos perder. Cimentada en hechos como los constantes desafíos que nos ponen los terremotos y en instancias como la Teletón, la resiliencia y la solidaridad son mencionados en las conversaciones como valores positivos y deseados que nos identifican.
“Un país que se levanta frente a la adversidad. La idea de país de esfuerzo, que siempre vuelve a intentarlo. Aunque se derrumbe la casa, se vuelve a levantar. Es convivir con los terremotos, pero también con el rito de la reconstrucción, como algo propio de quienes son parte de esta tierra”, apunta el reporte, que además destaca que nos vemos como una sociedad que no es insensible con el sufrimiento de otros. “No es una solidaridad que se predique de las instituciones, sino de las personas. Es la idea de que si la vida enfrenta dificultades, la disposición de las personas en Chile es ayudar”, se plantea.
Eso sí, Hernán Hochschild señala que en las conversaciones aparece también el deseo de que estos conceptos estén más presentes también a nivel del Estado. “Es la identidad telúrica dirían algunos. Esta sensación que cada cierto tiempo al país se le mueven las bases, pero respondemos con encuentro y reconstrucción. Que el país se une por los que más lo necesitan. Es una identidad que está, pero que no está lograda del todo. Y quizás se asocia a este reseteo de la política y a esta ética pública que se anhela”, es su análisis.
Desconfianza
“La misma educación nos dice que tenemos que competir con el otro. No caminamos de la mano con las ideas para construir el desarrollo social”
Entre los conceptos que resaltan, la desconfianza es uno de los que genera mayor alerta. Porque no sólo es a un nivel del Estado, un “que se vayan todos”, sino también en las actitudes y relaciones con los otros miembros de la sociedad. Esto es tan transversal que incluso impacta en la relación con los actores políticos. “Pareciera haber una base de desconfianza lo suficientemente fuerte, que no espera a un héroe que tenga una misión salvadora. Pero en este reseteo, hay espacio para líderes articuladores de soluciones y también para rupturistas del funcionamiento actual de la política”, es una de las descripciones que hace el informe de Chile a Escala.
“La desconfianza es institucional y social. Y no significa que no queremos instituciones, o no queremos vivir en sociedad. Es justo lo contrario. Es un dilema de la desconfianza. Es quizás un juicio. Se espera mucho más de las instituciones, de nuestro vivir en sociedad, del trato. Por eso se enjuicia tan mal a las instituciones. No es que no deberían existir. Es lo contrario. Son importantes. La política es muy importante. Tiene que conducir el camino. Pero no lo hace. Discute de sus temas, hace de todo un problema insalvable. Pero la política no es para eso, en la mirada de los diálogos. Es justo lo contrario”, afirma Valentina Rosas sobre este aspecto.
Empatía
“Como ciudadano es fundamental conversar y ponerse en el lugar del otro”
En numerosas partes de las conversaciones se asoma como un punto pendiente, un concepto a conseguir desde múltiples dimensiones: una mayor empatía es uno de los anhelos de cara a la nueva sociedad que se espera construir. Algo que se le pide no solo a la política, sino que a otras dimensiones. Así, uno de los temas que aparece con frecuencia es la brecha entre lo público y lo privado.
“Es una brecha que se vive. Porque no es siempre que sean mundo separados. A veces puedo pagar el examen en la clínica, a veces voy al hospital. Es un transitar, muy claro a veces dentro de un mismo grupo familiar. El juicio es del funcionamiento de las cosas y a esa brecha de cuando puedes pagar y cuando no puedes pagar. Por eso la necesidad de mejorar los servicios del Estado”, apunta Valentina Rosas.
Acá es donde la empatía aparece como un factor fundamental. “Hay un espacio grande de colaboración y complementariedad. No hay una discusión antagónica entre sociedad, individuo, mundo privado y Estado. La ciudadanía ve complemento entre ellos, no disputa”, añade la investigadora.
Esto también guía las expectativas, por ejemplo, respecto a una nueva Constitución. “La novedad es que las cosas funcionen para todas las personas, incluidos los desprotegidos y los que se encuentran en mayor inseguridad. Esta nueva institucionalidad es aquella que hace parte, que integra a las personas, que atiende a la realidad en la que viven y que funciona para todas las personas. Esa institucionalidad tiene también una cierta personalidad y ética, que está en las expectativas de los participantes y no necesariamente se refleja en estructuras específicas, sino que se espera de cualquier institucionalidad posible”, se plantea en el reporte.
Cambio
“Para hacer los cambios, tenemos que unirnos y dialogar”
De acuerdo con el informe de Chile a Escala, el cambio es uno de los conceptos que se repite más veces y con más insistencia. Va asociado a otras ideas destacadas: cambiar la Constitución, la educación, el sistema de salud y de pensiones y el sistema político. Por la profundidad del alcance y de las materias, hay un elemento llamativo: de acuerdo al análisis, lo que se anhela en la mayoría de los casos es un cambio que lleve a una mayor estabilidad en la vida.
Esto, por ejemplo, aparece cuando se habla de las modificaciones que se buscan al modelo del actual Estado. “Las personas aspiran a que los derechos aseguren un piso mínimo sobre el cual puedan construir sus proyectos de vida, según sus distintas alternativas. No es un Estado que asiste en nuestras decisiones de vida, ni que las determina, sino que facilita y protege las bases para realizarla. Es por tanto una expectativa de un Estado que no les obliga en su proyecto de vida, pero que sí les garantiza una base para conseguirlo”, señala el informe de Tenemos que Hablar de Chile.
Algo parecido ocurre en el apartado de la educación. “Las personas participantes creen que se estudia para ser libre en el desarrollo de su vida, pero también para ser consciente del otro y del entorno, y se espera un espacio de participación de todos los actores de la comunidad educativa en ello. Se trata de lo emocional, de la educación para la vida, para la construcción de proyectos personales; con espacio de alternativas y con base en el convivir y el respeto por el otro”, se indica en el reporte.
“‘Las cosas tienen que cambiar’ para que la vida no cambie tanto. Es un cambio estabilizador. No un cambio desestabilizador. Es un cambio contra la inseguridad de la vida. Es un cambio en las instituciones. Radical en cómo funciona y opera la política, pero incremental en la forma del cambio. En salud, educación, y en los temas que analizamos con profundidad, el cambio no es una transformación total. Se habla desde lo que se conoce. No se habla de instituciones totalmente nuevas. La novedad es que funcionen para todos”, es la mirada de Hernán Hochschild sobre este concepto.
Esperanza
“Han sido semanas con nerviosismo, pero con esperanza porque vienen grandes cosas y días mejores”
Quizás, pese a su significado textual, la esperanza es un concepto que en el marco de los diálogos queda sumamente arraigado a la realidad. Porque en las conversaciones hay una expectativa de que puede haber un mejor mañana, pero también se sabe desde qué punto se está partiendo en el proceso. La sensación es que hay una oportunidad de construir modificaciones relevantes hacia el futuro.
“Existen expectativas vinculadas a un cambio en la política, en el Estado y en su relación con los ciudadanos; en una nueva Constitución y también en lo social, pensando en una nueva educación que impulse los proyectos propios, que una en la diferencia y facilite la convivencia. De esta forma, vemos un rol activo del ciudadano como supervisor de las instituciones, participativo en ser escuchado y entendido, y consciente del papel que cumple la política”, plantea el informe.
“La esperanza surge en la conversación. Es el fruto de proyectarnos. No es una expectativa concreta. Las personas no tienen una seguridad de que Chile va a ser mejor. Pero sí creen que podría serlo. Es una esperanza en el límite, posiblemente asociada a esta resiliencia. Esta idea de que en Chile nos volvemos a levantar”, dice Valentina Rosas.
Eso sí, el reporte tiene una alerta sobre lo que implica este sentimiento: “Es una esperanza precaria, porque la incertidumbre puede devenir en desesperanza. El optimismo se debilita en las conversaciones frente a la magnitud de los problemas que oprimen a las personas. Es la pandemia, pero también la política, la economía, el medioambiente, lo social, y todo entrelazado, además, con la vida cotidiana. Pareciera verse que esa precaria esperanza es una oportunidad, pero también una exigencia”.