Según el estudio “2010-2019, la década más cálida y seca”, elaborado por el grupo científico @AntarcticaCL de la U. de Santiago, la última década fue la más cálida registrada en la zona centro y centro-sur del país. En buena parte de Chile, el promedio de la temperatura en este período fue mucho más alto que el de la segunda mitad del siglo XX.
La investigación señala que el alza experimentada en algunos puntos fue cercana a 1 °C. Según la Dirección Meteorológica de Chile (DMC), la temperatura más alta medida en Chile desde que hay registros fiables precisamente data de esta década, en 2017, cuando en Los Ángeles los termómetros anotaron 42,2 °C.
Si bien Santiago aún no ha superado los 40 °C, parece que pronto se romperá esta barrera sicológica. Según mediciones de la Estación Quinta Normal, en diciembre de 2016 el termómetro marcó 37,3 °C; luego, en 2017, subió a 37,4 °C, mientras que en enero de 2019, alcanzó 38,3 °C. Incluso, durante esa misma jornada, Pudahuel registró 39,3 °C. Según el informe de @AntarcticaCL, en el top 6 de temperaturas máximas en Santiago, cinco fueron en los últimos diez años. “En pocas décadas podríamos observar en Santiago 40 °C, situación hasta hace poco inimaginable”, dice Raúl Cordero, climatólogo de la U. de Santiago, director de @AntarcticaCL y líder del estudio.
Justo antes de esa década, en 2008, Santiago registró 350,8 mm de lluvias, un valor hasta ese entonces normal para el registro pluviométrico de la capital. Sería el último invierno lluvioso que recuerden los capitalinos. De hecho, el verano siguiente sería el más caluroso en casi 100 años y para muchos climatólogos, el inicio de la megasequía. Desde entonces, los pluviometros juntan más polvo que agua.
Confirmando esta desoladora escenografía, el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC, su sigla en inglés), el brazo científico de la ONU, publicó este lunes un nuevo informe concluyendo que el calentamiento global ya es irreversible y cuya responsabilidad es enteramente humana.
El reporte describió cinco posibles escenarios futuros en función de cuánto se reduzcan las emisiones de dióxido de carbono, pero todos superan el más estricto de los umbrales fijados por el Acuerdo de París, destinado a detener el fenómeno. En todos los escenarios, según el reporte, el mundo cruzará la línea de los 1,5 ° C en la década de 2030. Eso implica, por ejemplo, que la megasequía de la zona central pase a ser una condición climática estable y no una excepción meteorológica. “Es altamente probable -y ya lo estamos viendo- que las sequías sean mucho más persistentes y Santiago y toda la zona central tengan una transición hacia un clima mucho más árido”, dice Eugenia Gayó, directora del Núcleo Milenio Upwell, investigadora del (CR)2 y una de las científicas que revisó el reporte IPCC.
Cordero señala que aunque no se puede saber cuándo terminará esta sequía, aun cuando terminara pronto, “es muy poco probable que la zona central recupere el nivel de precipitaciones de los años 80”.
Una de las proyecciones más sombrías del cambio climático para Chile, por ejemplo, estima que Santiago dejará de tener un clima mediterráneo. Cordero dice que en la zona central (entre las latitudes 32-36) el promedio de las precipitaciones cayó bajo la barrera de los 500 mm en la última década. Tomando solo ese indicador, asegura, “el clima de la zona central ya puede considerarse semiárido, mas que mediterráneo”.
Roberto Rondanelli, investigador del (CR)2 dice que aunque no necesariamente Santiago pasará a tener un clima semidesértico, el límite entre este clima y el mediterráneo “se moverá más al sur”.
Habrá un avance violento del desierto, vaticina Luis Carrasco, académico de la Escuela de Prevención de Riesgos y Medioambiente de la U. Tecnológica Metropolitana (Utem). “La región de Coquimbo va a tener un aspecto muy parecido a Copiapó. El desierto avanzará drásticamente hasta la Séptima u Octava Región”, asegura.
El norte grande, por ejemplo, dice Gayó, será aún más cálido y las pocas lluvias que caen, disminuirán.
Costa bajo el agua
Zonas costeras con topografías muy planas, eventualmente pueden desaparecer, advierte Gayó. Las marejadas también serán más recurrentes y las tormentas más agresivas. “No tan solo estará en riesgo infraestructura crítica, sino también otras estructuras, como departamentos muy cercanos a las playas. Y Chile es un país costero, por eso somos muy vulnerables a estos impactos”.
Carrasco explica que islas de Chiloé y sectores bajos debieran desaparecer por el aumento del nivel del mar, “así como franjas costeras a orilla de playa”.
Entre otros hitos geográficos que pueden desaparecer, advierte Cordero, están la laguna de Aculeo y el lago Peñuelas. Señala que aún dándose una recuperación puntual de años lluviosos, “es poco probable que sin infraestructura que permita canalizar nuevos afluentes, estos cuerpos de agua se recuperen”.
Juan Pablo Pavissich, investigador del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad (Capes) y académico de la U. Adolfo Ibáñez, asegura que bajo un escenario catastrófico, “el embalse El Yeso, principal fuente de agua potable de Santiago, podría reducir significativamente su volumen”.
Todo se mezcla, dice Gayó. Por ejemplo, se proyecta que el Fenómeno de El Niño cambié sus características, y aunque no es una certeza, se espera que el Norte Grande sea más seco y caluroso.
El panorama de la cordillera de los Andes, “será de sector montañoso sin nieve”, añade Carrasco.
Respecto a los efectos en la biodiversidad, el informe Impactos del cambio climático en la biodiversidad y las funciones ecosistémicas en Chile, del Ministerio de Ciencia, apunta a que más que animales puntuales amenazados por el fenómeno, hay algunas especies invasoras que podrían verse favorecidas, como el visón (Neovison vison), la rana africana (Xenopus laevi), que se espera que se adapte a las nuevas condiciones más cálidas de Chile Central manteniendo su carácter invasor y el geko mediterráneo (Tarentola mauritanica), cuya población en Santiago ha ido en aumento desde los 2000.
¿Qué tan irreversibles pueden ser estos casos? “Se puede ir frenando o desacelerando, pero revertirlo, si es que fuera posible, solo se verá será en los próximos siglos o milenios”, dice Paulina Aldunce, investigadora del CR(2), “algo que nuestra generación no verá”.