El 11 de septiembre de 2001, la vida en el mundo cambió para siempre. Y, en especial, para Estados Unidos. Ese día, 19 terroristas de Al Qaeda secuestraron cuatro aviones comerciales. A las 8:46 de esa mañana, el vuelo 11 de American Airlines chocó contra la Torre Norte del World Trade Center, en Nueva York, ante la atónita mirada de la gente. El desconcierto se transformó en horror cuando minutos después del primer impacto un segundo Boeing 767, el vuelo 175 de United Airlines, se estrelló en la Torre Sur, desatando el pánico entre los trabajadores que intentaban evacuar los 110 pisos.
Seis chilenos que se encontraban ese día entre Nueva York y Washington DC relatan en conversación con La Tercera cómo el 11/S afectó sus vidas.
“De la que nos salvamos”
A las 5:30 del 11 de septiembre, los hermanos Herdan y René Nilo, salieron de su casa para llegar al edificio número 7 del World Trade Center. A las 9.00 debían estar en el techo realizando tareas de mantención a los sistemas de sellado, por lo que habían dejado instalada la maquinaria una semana antes. Pero al no encontrar gran congestión vehicular se desviaron por un café.
Después del ataque del 26 de febrero de 1993, en el que estalló un camión con explosivos en los subterráneos de las Torres Gemelas dejando seis fallecidos, los protocolos de seguridad permitían a los chilenos provenientes de San Antonio, realizar sus labores solo dos días a la semana por seguridad.
“Cerca de las 6:30 mi jefe, Mike, me llama para decirnos que habían cancelado el trabajo en el World Trade Center. Le pregunté el motivo y me respondió ‘No sé por qué, no tengo idea’. Nos fuimos enojados a trabajar a Nueva Jersey. Hasta que nos avisan sobre un atentado terrorista. Al apagar la máquina escuchamos todas las sirenas de emergencia y a la distancia la humareda de las torres que ya no estaban. Nos abrazamos con mi hermano y nos dijimos: ‘De la que nos salvamos’. Después revisé mi teléfono y tenía más de 20 llamadas perdidas de mi señora, Lucy. Estaba muy asustada, con mis hijos pensaron lo peor. Horas más tarde, el edificio al que íbamos a trabajar se derrumbó por el peso de los escombros”, recuerda Herdan Nilo, de 60 años.
El impacto de las escenas que se vivían en las calles era lejano a la realidad del céntrico Manhattan. “En las carreteras solo avanzaban las ambulancias y bomberos, los demás autos quedaron en las orillas esperando. A mi jefe Mike le dio cáncer a la piel y murió en 2015. Una amiga de mi esposa perdió a su hijo en los atentados. Hay historias horrorosas. Muchos autos quedaron tirados en las cercanías, eran de gente que falleció ese día. Nos cambió la vida. Todavía hay edificios en construcción cerca del lugar. Con mi hermano recordamos el aniversario, cómo fue ese día y se nos pone la piel de gallina”, agrega.
Un cumpleaños diferente
“Nací un 12 de septiembre. Estaba por cumplir los 18 años. Era un martes y había quedado de celebrar con mi mejor amigo en la noche, así que antes de las 9.00 estaba entre la calle 125 y la Quinta Avenida, en un negocio de árabes cuando entra una señora gritando: ‘Habibi, prendan la televisión. Se estrelló un avión en el World Trade Center’. Me asomé por encima del mesón y vi la nube de humo del primer avión. Pensé que era algo apocalíptico”, recuerda Michael Francis Tapia, de padre iquiqueño y madre dominicana, que a los cinco años llegó a vivir a Nueva York.
El joven se fue directamente a su casa en Manhattan. En ese momento, su prima asistía en el centro de Manhattan al colegio. “Ella me cuenta que los profesores no sabían qué hacer. Se tuvo que ir caminando y llegó llena de polvo. Ese polvillo estuvo por mucho tiempo con los restos del edificio, todo estaba en el aire”.
Horas después se cortaron las señales quedando por algunas horas incomunicado. Dos días después Michael vio al Presidente George W. Bush acusando a Al Qaeda de perpetrar los ataques.
“Había escuchado sobre los terroristas porque para el atentado de 1993, mis tías y primas ayudaron limpiando los escombros. Después del 11/S nunca la ciudad volvió a ser la misma. Cambiaron los protocolos de seguridad en todos lados”, advirtió el chileno.
“Hay que salir de Manhattan”
Ivy Altamirano tenía 30 años, y trabajaba en el Psychiatric Institute, al norte de Manhattan. “Ya estaba trabajando y noté que mis compañeras no llegaban. Fui al lobby del edificio y uno de los guardias estaba mirando la televisión y junto a otra persona nos quedamos congelados mirando lo que estaba pasando. Ahí nos dimos cuenta, realmente, porque nadie estaba llegando”, señala la chilena.
Cuando vio que se habían caído las torres, Ivy fue a su oficina a buscar sus cosas personales para tratar de irse. “Todos decíamos: ‘Tenemos que salir de aquí, de Manhattan, nos tenemos que ir’. Las lágrimas me salían. Cuando llegué a la calle, vi la desesperación de la gente que iba al norte. Caminé hacia el puente George Washington, y los soldados me dijeron que estaba cerrado, que no podíamos pasar ni caminando ni en vehículo. Del puente pude mirar de nuevo hacia Manhattan, cómo se veía el humo de las torres. Habían personas que ya estaban cubiertas de tierra, heridos y gente llorando desesperada”.
Desde esa noche nada fue igual, dice Ivy. “Me temblaban las manos, no quise comer, ni tenía apetito. Eso me duró por muchos días. Y de ahí empezaron las pesadillas, y tuve que ir a terapia porque no estaba durmiendo bien. Después de los ataques cada vez que iba al trabajo, usaba una cartera más grande para llevar zapatillas porque decía que si tengo que volver a arrancar o correr, por lo menos me puedo sacar los zapatos antes. Y no fui la única que se sintió así. Todas en mi trabajo estábamos preparadas para arrancar”, explica Altamirano.
La odisea de volver a casa
El carpintero santiaguino experto en terminaciones, Isaac Montecinos, estaba trabajando en Queens para el 11 de septiembre de 2001. “Empezamos a ver que las autopistas colapsaban de autos. Salí a mirar y una de las torres estaba incendiándose. El jefe nos hizo entrar para seguir trabajando y cuando volvimos a afuera oímos gritos de la gente, había caído la primera torre. Pensamos que era un accidente. Nos quedamos todos afuera mirando y vimos a la distancia cuando chocó el segundo avión y el desplomé parecía como cuando empieza a caer un castillo de naipes”, rememora Montecinos, de 68 años.
El viaje desde su casa en Harrison, Nueva Jersey, a su trabajo demoraba normalmente entre 20 y 40 minutos. “Pasadas las 10.00 nos mandaron para la casa. Fue una odisea volver porque pararon todo, no había locomoción y todos se pusieron a caminar. En aquellos años los celulares estaban recién, entonces algunos llamaban a sus familiares. Afortunadamente andábamos en vehículo, llegamos pasadas las 19.00, pero tras el atentado el acordonamiento de algunas zonas, hicieron que el tiempo de viaje se extendiera entre una hora y una hora y media.”, indica el carpintero.
Después de tres meses Montecinos comenzó a evidenciar las secuelas de ser testigo del ataque, que le costó la vida a 2.753 personas, entre ellos dos chilenos: Roy Michael Wallace, de 42 años, que se desempeñaba como agente bancario en el piso 105 en la torre 1, y Juan Armando Ceballos, que tras asentarse en Estados Unidos distribuía correo. Ese 11/S debía entregar un paquete en el piso 83 de la torre 2.
“Pasé a un local a comprar, cuando salí estaba cargando las cosas en el maletero cuando miré hacia atrás y veo que las torres con toda su iluminación ya no están. Es como si en Chile alguien que ve la Torre Entel todos los días iluminada y de repente ya no está. Las Torres Gemelas eran un punto de referencia en Manhattan y después solo quedó un agujero. Todavía tengo en mi mente los gritos de las personas”, puntualiza Isaac.
Un socavón enorme en el Pentágono
Hoy en día, Juan Pablo Colque tiene un restaurante llamado La Roja de Todos en el barrio de Queens, pero para el 2001 era mesero de un local texmex en Tysons Corner, un mall en Virginia, cerca del Pentágono. En las horas siguientes a las explosiones en Nueva York, todo Estados Unidos quedó paralizado, especialmente porque a las 9:37 el vuelo 77 de American Airlines chocó contra la sede del Departamento de Defensa norteamericano, en Washington DC, y a las 10:03 el último avión, el vuelo 93 de United Airlines, cae en las afueras de Shanksville, Pennsylvania.
“Cuando llegué había pasado recién el atentado. Mis jefes, que eran dos iraníes, estaban frente al televisor como consternados. Yo no entendía absolutamente nada, simplemente llegué, saludé, y pasé a donde uno se cambia ropa. Me cambié, regresé a la sala donde estaban. Veía el choque del avión, el primero, lo pasaban constantemente, y al rato nos fuimos dando cuenta con el segundo avión, que se trataba de algo premeditado”, sostiene Colque.
Tras quedar libre del horario laboral, el entonces camarero acordó con una compañera ir al Pentágono, que estaba entre 15 y 10 minutos de distancia. “Fuimos en auto, llegamos tan rápido que aún no había control. La policía estaba vuelta loca, pero no estaba controlando el acceso al lugar, no tenían la capacidad todavía. Entonces nosotros pudimos llegar muy cerca, a cincuenta metros del Pentágono. Había un socavón gigante, con fuego y humo”, apunta el chileno.
Como migrante, Colque notó en los meses siguientes al ataque un cambio en el sistema migratorio y policial. “Se puso muchísimo más severo, de un día para otro. Empezaron a hacer controles exhaustivos, muy pesados, a detener personas y deportar gente. Fueron varios meses así. Tengo cerca un supermercado, en ese tiempo lo cerraban con mil personas adentro, y empezaban a controlar con migración la gente indocumentada, que de mil serán 900, por no decir 950. Había un temor gigante a nivel nacional. Los indocumentados, en ese tiempo, evitaban salir porque tenían miedo”, finaliza Colque.
Temor a nuevos atentados
Alejandro Deschamps, tiene 69 años. En el año 2001, trabajaba en una compañía de inversiones, ubicada cerca de la Grand Central, la estación más grande de Nueva York.
“Estábamos a 60 bloques de las torres, pero nosotros veíamos desde la terraza de nuestro edificio en el piso 42. Vimos el tremendo impacto que eso estaba causando, y cómo las torres después se empezaron a desmoronar. A uno le daban ganas hasta de llorar, al ver toda esa situación. Y después por televisión veíamos las noticias, como se tiraba la gente de los pisos 80 y 90, porque no aguantaban el calor. Era impactante”, asegura el chileno.
Según la cadena CNN, entre el primer ataque y el colapso de las dos torres del World Trade Center pasaron 102 minutos, que posteriormente generaron un pánico colectivo.
“No funcionaba nada, pararon todos los trenes, el tráfico para salir de Manhattan, porque nadie sabía lo que estaba pasando. La gente tenía la cara empolvada por las cenizas de ahí abajo, como no había movilización, veíamos cómo la gente venía empolvada, blanca. Uno veía a lo lejos una nube de polvo, que eran cenizas o polvo. Después de eso, en mi trabajo hacían protocolos de seguridad, porque como estábamos al lado de la Grand Central, se pensó y siempre se ha pensado que podrían intentar algo ahí, ya que ahí llegan entre 25 mil y 30 mil personas que vienen de fuera de Nueva York, de Long Island, de Nueva Jersey, mucha gente que trabaja en Manhattan”, explica el ejecutivo.
Esta semana, la Oficina Médico Forense de Nueva York anunció que después de dos años sin nuevos resultados lograron identificar a otras dos víctimas fatales de los atentados al World Trade Center: Dorothy Morgan y un hombre del cual se mantiene reserva de la identidad. Sin embargo, aún hay más de 1.100 personas, o un 40% del total de decesos, que no han logrado ser reconocidas pese a la presión de sus familias.