En el Chile del regreso a la democracia vivían poco más de 13 millones de habitantes. Y si la población subió a 19 millones y medio en 2021, un aumento de casi un 50%, la cifra de matriculados en la educación superior se quintuplicó durante ese mismo periodo. El cambio de paradigma en el transcurso de 30 años es total.
Así lo revela el proyecto “Chile en 30 años: desde el regreso a la democracia al estallido en datos” –iniciativa lanzada por Unholster en alianza con La Tercera–, que busca exponer estadísticas para generar un relato basado en datos del Chile de las últimas tres décadas, reforzando el debate público a través de información dura y objetiva en diversas materias como educación.
Según la plataforma, en base a información del Ministerio de Educación, 1990 inició con 249.482 alumnos terciarios y, diez años después, la cifra casi se duplicó, alcanzado 452.325 en el 2000. El rápido crecimiento continuó y, en 2010, las matrículas rozaban un millón (985.618). Fue al año siguiente, en 2011, cuando los estudiantes superaron esa barrera (1,1 millones); pero luego la tendencia fue más leve y en 2021, se cifraron en 1.294.739.
El director de Data Science de Unholster, Cristóbal Huneeus, lo califica como un “aumento explosivo” ya que, entre 1990 y 2021, el incremento ha sido de 419% matriculados.
El exsubsecretario de Educación Superior y vicerrector académico de la Universidad Finis Terrae (UFT), Juan Eduardo Vargas, indica que varios factores influyeron en este cambio: “El primero dice relación con el aumento en la oferta. En la medida que hubo más instituciones que ofrecían alternativas académicas, eso permitió que más gente pudiera acceder. En segundo lugar, está el increíble aumento de ayudas del Estado para el financiamiento. El año siguiente a la creación del CAE se produce una explosión enorme (en los matriculados). Y, por último, el crecimiento económico, que permite acceder de mejor manera a la educación superior”.
Pero Vargas enfatiza que en los últimos años –después del 2014– hubo un “estancamiento” en las matrículas que podría deberse, entre otras razones, al envejecimiento de la población y a la “amplia” cobertura actual de la educación superior.
Composición
Por otra parte, los datos dan cuenta que los estudiantes universitarios predominan –con más del 60% del total– frente a los de institutos profesionales (IP) y centros de formación técnica (CFT).
Si bien el porcentaje de universitarios aumentó sostenidamente desde 1990 a 2006 –año en que se implementó el Crédito con Aval del Estado (CAE)–, pasando de un 53% a un 72%, la tendencia ha ido a la baja desde entonces y, entre 2011 y 2021, se cifra alrededor del 60%, similar a 1993. También han decrecido las matrículas de CFT: en 1990, 3 de cada 10 alumnos asistían a estos establecimientos, hoy sólo es uno de cada 10.
Sin embargo, los matriculados IP han ido lentamente al alza: en 1990 correspondían al 16% y en 2016 alcanzaron un 31%. En los cincos años siguientes, se mantuvo alrededor del 30%.
Huneeus cree que esto responde a que “los jóvenes saben más sobre las carreras que imparten los institutos profesionales, que son un camino posible, con desarrollo importante”. Pero también, dice, hay un esfuerzo de la demanda de profesionales técnicos, como en áreas de la salud y la minería. “Hay explicaciones de la demanda que han ayudado, sin duda, a la política pública. Quizás ha sido más lento de lo que habría gustado, pero sí ha tenido efecto”.
Por su parte, Vargas añade que “se ha hecho más visible estudiar carreras más cortas, que permiten insertarse más rápidamente en el mercado laboral”.
Financiamiento
Uno de los puntos que influyeron en el aumento de las matrículas, indican ambos, son los beneficios de financiamiento. Huneeus afirma que “el CAE estaba llegando a un segmento específico de la población y el gobierno de Bachelet le da muy fuerte a las becas. Ahí lo que pasó es que, con la subida del precio del cobre y el superávit estructural, hubo muchos más recursos disponibles que ayudaron a este crecimiento vertiginoso”.
“Así como el CAE, otras alternativas financieras, como las becas que se desarrollaron fuertemente en ese periodo, hicieron posible que gente que antes no tenía cómo estudiar, pudiese financiar parcial o totalmente su estudio”, añade el vicerrector académico de la UFT.
En cuanto a aumentar la cantidad de beneficios en este sector, Vargas afirma que “Chile alcanzó un nivel de cobertura de educación superior que, a toda vista, se puede decir que llegó a nivel de los países más desarrollados. Si uno es racional respecto del análisis de la política pública, no puede sostener que es necesario seguir invirtiendo en educación superior o nuevas ayudas. ¿Pero hay hacer ajustes o cambios? Por supuesto”.
Huneeus concluye que los beneficios han crecido de “manera vertiginosa” y que “los recursos de la educación, aunque siempre se esperan que fueran más, están bien. Hoy hay que poner el foco en la edad donde uno puede tener un impacto mayor que es la primera infancia”.