Por Agustín Squella, Convencional constituyente y Premio Nacional de Humanidades
En Chile nos estamos volviendo intolerantes, sobre todo desde el punto de vista de la tolerancia activa. En cuanto a la pasiva, se trata de la tolerancia de la resignación, en nombre de la cual aceptamos vivir en paz con quienes tienen ideas y modos de vida que reprobamos, pero manteniéndonos alejados de ellos.
La tolerancia activa nos hace entrar en diálogo con quienes piensan o viven de maneras diferentes a las nuestras, en darles razones a nuestro favor, en escuchar las que ellos puedan darnos a su vez, y en la disposición a rectificar nuestros puntos de vista originarios como consecuencia de ese encuentro y diálogo. Exigente la tolerancia, especialmente la activa, que es propia de quienes se saben falibles y que, teniendo ideas firmes, admiten la posibilidad de estar equivocados, y es por esa razón que buscan a los diferentes en ideas y modos de vida.
Con Carolina Goic se ha sido no solo intolerante, sino que se ha objetado su derecho a formarse sus propias opiniones y a pensar y actuar de manera diferente a la que pudo exigirle la manada que es su partido. Manada, digo, pero la verdad es que se trata de un rebaño cada vez más pequeño, como ocurre con todos los partidos que en nombre del trabajo colectivo que dicen hacer no vacilan en pasar por encima de la conciencia de sus militantes individuales. Así es como están, todos a la baja, desprestigiados, causando con ello daño a una forma de gobierno -la democracia- que supone la existencia de partidos.
Derecho a pensar y a decidir por uno mismo: en eso consiste la autonomía intelectual, política y también moral. Derecho a formar y conservar la propia individualidad –que no individualismo- y actuar de acuerdo a ella. El gran liberal que fue John Stuart Mill sostuvo que la humanidad sería tan injusta impidiendo que uno cualquiera de sus miembros pensara distinto a todos los demás, como si este, teniendo poder suficiente para ello, pretendiera acallar a toda la humanidad.