Por Alicia Lissidini, profesora Universidad de San Martín e integrante de Red de Politólogas
Por primera vez en 40 años de democracia ininterrumpida, una fórmula electoral de ultraderecha tiene la posibilidad de ganar las elecciones en Argentina. Javier Milei y Victoria Villarruel de La Libertad Avanza se presentaron con consignas muy similares a otras ultraderechas en América y en otras partes del mundo. Su prédica antipolítica, el rechazo a los partidos tradicionales y a la “casta política”; la denostación del periodismo independiente, de las organizaciones de defensa del ambiente, de los derechos humanos y de las feministas, entre otros aspectos.
Una ultraderecha emparentada con Donald Trump de Estados Unidos, con Jair Bolsonaro de Brasil, con Rodrigo Chaves de Costa Rica y con Nayib Bukele de El Salvador, entre otras. Como todas estas versiones, la argentina también pone en riesgo a la democracia y los derechos de las mujeres, de las minorías y de los sectores más vulnerables. Por primera vez desde la redemocratización, pretenden instalar el fantasma de un fraude sin ningún fundamento, socavando un pilar central del régimen democrático: la confianza en la voluntad popular expresada en las urnas.
Amenazan con quitar derechos ganados por las organizaciones sociales apeando a mentiras, como eliminar la interrupción voluntaria del embarazo afirmando que las mujeres abortan a término; y la educación sexual integral, basándose en teoría conspiratorias que afirman que el objetivo es “exterminar la población”.
Pero dan pasos más temerarios, banalizando la tortura, la desaparición y la muerte que provocó la última dictadura militar, provocando o intentando provocar, la ruptura de las bases de consenso democrático de la Argentina que surge del Juicio a la Junta Militar, que es un orgullo para el país y para la región.
La otra fórmula electoral -Sergio Massa y Agustín Rossi- no convence a muchas personas, pero está lejos de ser antidemocrática. Promete una salida a la crisis desde la unidad nacional, cada vez más alejada del kirchnerismo y de sus bases.
Con la irrupción de la ultraderecha y el apoyo de un sector de la derecha, la grieta ya no es más kirchnerismo /antikirchnerismo, es la democracia lo que está en juego. ¿Está la ciudadanía dispuesta a ponerla en riesgo con tal de penalizar a la “casta política” y perseguir la promesa de estabilidad económica?