Por Amaro Gómez-Pablos, periodista
Seis aspirantes a La Moneda se convierten en los gladiadores que lanzamos al ruedo de la televisión. La pantalla en casa convertida en nuestro Coliseo. Se anuncia como un debate pero sabemos que lo que se viene es una piñata política. Palos van y vienen, con ocasionales treguas, pequeños descansos que obedecen a conciliaciones tácticas. Boric no le pega a Provoste porque puede que se necesiten en segunda vuelta. Pero el golpe es la tónica y el lunes la concurrencia es masiva. Treinta y dos puntos de rating en su momento más álgido y desde las tribunas la masa vocifera. Twitter explota. No importa que el formato del debate sea malo. Dos horas y 37 minutos de, en su mayoría, un cruce de dimes y diretes. ¿Qué contenido recuerda Ud? ¿Un par de cositas sueltas? ¿Algo trascendente o casi todo anecdótico?
Ya me lo decía un amigo historiador. Hemos reemplazado el pulgar de los romanos por una versión emoji de lo mismo, pero seguimos igual de brutos. Dos mil años y sólo nos ha cambiado la ropa. El pulgar arriba o abajo es ahora digital. Si antes eran graderías, hoy son nuestras redes sociales, y desde allí se escupen las descalificaciones más burdas. El intercambio cívico es la excepción. Lo que prima es el todo o nada de un borracho en lo ideológico que te abraza o arremete. Si piensas como yo, ¡bienvenido!, de lo contrario eres facho o comunacho. No hay matices. Prima la lógica de la barra brava. Hasta los que se jactan de ser demócratas con frecuencia sólo toleran a quienes los espejan. Y a cinco semanas de la elección, casi el 50% no tiene una decisión tomada. ¿Ayuda el debate? Sí, pero con matices.
Ya no son lo definitorios que fueron. “¡Dios mío!, lo han embalsamado antes de morir!”, se llegó a decir de Richard Nixon en pleno debate en 1960 con John F. Kennedy. El candidato republicano estaba pálido, casi fantasmal, sudando profusamente. Esa imagen, dicen, le costó la Casa Blanca, pero fue hace 60 años y la primera vez que se televisaba un encuentro así. Desde 1976 se hizo rutina y un rito democrático de exportación a otras democracias con tele, pero su impacto se ha erosionado con el tiempo.
Lo que ocurre es que al calor del momento los debates se suelen sobrevalorar y son inflados por los medios porque la pirotecnia es parte del negocio. Sirven, eso si, como una primera aproximación a los candidatos. A menudo es más una rueda de prensa que un debate en propiedad. Pero el consenso siempre es que faltan temas y definiciones más profundas. El tiempo es limitado y lo admirable es la avidez del público por informarse… pero hay abuso.
¿Cómo es posible que los debates terminen pasadas la una de la madrugada? ¿En qué otro país se ha visto? ¿Y además con tandas comerciales? Es una falta de respeto y además una desconsideración mayor a la luz del momento histórico que vivimos. La mayoría de los votantes trabajan, se levantan a eso de las 6:30. “Ando con una caña política mal”, bromea Jorge Canals de la Puente, un tuitero bostezando entre muchos. Yo me pregunto si la caña es por la mucha ingesta, porque los licores son demasiado variados o porque la calidad no es la mejor.