Por Ana María Stuven, Historiadora y profesora titular PUC/UDP

La acusación constitucional contra el Presidente Piñera, aprobada por la Cámara de Diputados, confirma la degradación del ejercicio de la política por algunos parlamentarios. En lugar de dañar aún más a la autoridad cuestionada -asunto que penalmente investiga la Fiscalía- actúa con efecto boomerang sobre los congresistas devenidos en inquisidores. Nos preguntamos, entonces, ¿quien se beneficia o cree beneficiarse con este tinglado ajeno a toda nuestra tradición republicana?

La popularidad del Presidente ya está por los suelos; la institucionalidad del Estado cuestionada y violentada; los políticos y los partidos desprestigiados y, todo ello, con el país ad portas de una elección presidencial decisiva, con un gobierno al que le quedan pocos meses para retirarse.

El contexto es el peor posible para que un puñado de parlamentarios montaran un espectáculo que solo agrava la situación y ojalá no les rinda los éxitos electorales que buscaron al precio del mayor deterioro de las instituciones y de la credibilidad de los poderes del Estado.

Cabe al Congreso representar adecuadamente a una ciudadanía que clama por recuperar su tradición republicana de respeto a las instituciones, confiada -a ratos no tanto- en un proceso constituyente que deberá dar el marco para que el país pueda realizar los cambios que requiere y garantizar la gobernabilidad que la democracia exige. Un Parlamento que no tome con altura de miras el ejercicio de sus funciones solo confirma su incapacidad, y no debiera obtenerle réditos electorales.

Las acusaciones constitucionales son recursos muy serios y pasan a la historia con letra mayúscula. Cuando el Presidente Piñera deba someter su actuar al tribunal de la historia, este montaje en nada ayudará a que comparezca debidamente ante él.

Una vez más asoma la urgencia de recuperar el ejercicio de lo político, aquello que Pierre Rosanvallon define como “del poder y de la ley, del Estado y la nación… de la ciudadanía y de la civilidad, en suma, de todo aquello que constituye la polis, más allá del campo inmediato de la competencia partidaria por el ejercicio del poder…”. La situación actual recuerda la frase del humanitarista del XIX, Edgar Quinet en La Revolution: “La democracia francesa ha perdido su equipaje. Es necesario que rehaga todo su bagaje de ideas”. Vale también para Chile.