Por Andrés Benítez, economista

Es curioso lo que sucede con Serena Williams. Pese a ser la figura más dominante del tenis durante las últimas tres décadas, nunca batió un récord del juego. Ganó menos torneos que Martina Navratilova, Chris Evert o Steffi Graf. Sus impresionantes 23 victorias de Grand Slam tampoco superaron las 24 de Margaret Court. Ni siquiera las 319 semanas que estuvo como número uno del mundo pudieron con las 377 que estuvo Graf.

Pese a ello, nadie duda que Serena Williams es la mujer más importante que ha tenido el tenis en su historia. Por ello, su partida, anunciada esta semana, provocó un impacto enorme, configurando una suerte de antes y después en la historia de este deporte. Genio y figura en la cancha, Williams deja una huella imborrable. Su fuerza y carácter quedarán como una marca imborrable. Su físico exuberante y ágil a la vez, nunca dejó de sorprender. Sin duda, ella cambió la forma cómo se juega al tenis.

La otra clave de Serena fue que su figura siempre trascendió al tenis. Fanática de la moda, desfiló en el varios shows para los mejores diseñadores, fue fotografiada y portada de varias revistas. Muy cercana a la poderosa editora de Vogue, Anna Wintour, no es raro que su retiro lo anuncie en la mítica edición de septiembre de la revista.

Por otra parte, desde hace años que se dedica al capital de riesgo con su empresa “Serena Venture”, que levantó US$ 110 millones y ha participado de la creación de 16 compañías que hoy son unicornios. Y el 75% de sus inversiones son en empresarias mujeres o afroamericanos. Dice que dejar el tenis es terrible y doloroso. En gran medida tiene que ver con la edad (41 años), pero sobre todo la maternidad. Serena ganó su último Grand Slam en Australia en 2017, con dos meses de embarazo. A su vuelta, estuvo en cuatro finales, algo sin duda increíble.

Su último torneo será en el próximo US Open. Pero quiere evitar las despedidas: “Nunca me gustó la palabra retiro. Prefiero pensar que estoy evolucionando”, dice.