Por Andrés Gomberoff, vicerrector de Vinculación con el Medio, Extensión y Comunicaciones Universidad Mayor
En abril de 1972, un artículo firmado por Stuart J. Freedman y John F Clauser, conmocionó a la comunidad física. Hoy, 50 años después, el segundo recibió el premio Nobel. Freedman murió en 2012. El trabajo es un punto de inflexión tanto para la física como para disciplinas tan dispares como la filosofía y la computación: mostró que el extraño comportamiento del mundo atómico que describe la mecánica cuántica es una realidad insoslayable. Fue además la prueba de que era posible manipular con precisión fotones individuales, dando el puntapié inicial a una carrera que hoy permite la construcción de “computadores cuánticos”.
El año pasado, investigadores chinos reportaron que Jiuzhang 2, computador cuántico basado en fotones, realizó en un milisegundo un cálculo que a un computador normal le habría llevado unas 3 mil veces la edad del universo.
La propiedad más insólita de la mecánica cuántica es su indeterminismo. Los resultados de las mediciones que realizamos no dependen, como en el mundo clásico, solo de las condiciones iniciales y su subsecuente evolución. Tienen además un inherente componente probabilístico, algo que inquietaba a Albert Einstein y que expresó en la famosa carta a Max Born en la que decía irónicamente que “Dios no juega a los dados”. En conjunto con Boris Podolsky y Nathan Rosen imaginaron un experimento que ilustraba nítidamente estos problemas.
Podemos simplificarlo de este modo: ponemos una partícula en una caja, partimos la caja en dos y una de las mitades es llevada a una galaxia lejana. Si abrimos una y encontramos la partícula, instantáneamente sabremos que la otra esta vacía. Esto parece imposible, ya que bajo la mirada cuántica la partícula no está en ninguna de las dos cajas hasta el instante de la medición. Al encontrarla en una, la información debería transmitirse instantáneamente de una galaxia a otra para informar a la segunda que debe estar vacía. Pero la mecánica cuántica es así. Freedman y Clauser y luego Alain Aspect y Anton Zeilinger lo pudieron mostrar en sus laboratorios, comprendiendo que el “entrelazamiento cuántico” de objetos lejanos es una realidad. La incomodidad de los físicos y filósofos no es problema del universo. Su extrañeza es su belleza. Y su poder.