Por Ángel Parra Orrego, músico chileno.
Las casas son historias, son huellas. A veces son solo ladrillos, cemento, adobe, una dirección que aparece en un sobre o en el recuerdo borroso de alguien que nunca estuvo allí. Pero hay casas que respiran. Carmen 340 respira. No lo digo porque sienta nostalgia –aunque la siento–, ni porque sea algo que uno pueda probar. Lo digo porque lo sé. Porque cada vez que paso por esa calle, aunque no entre, aunque no mire demasiado, la siento respirar. Incluso la siento desde lejos, en mis recuerdos y la memoria de mi padre.
Carmen 340 respira canciones. Canciones de mi padre, Ángel, y de mi tía, Isabel. Canciones de Víctor Jara, de Rolando Alarcón, de Violeta. Mi abuela la pintó con sus manos: murales que no son solo colores, sino mapas de un tiempo que quisiéramos poder doblar y guardar en un bolsillo. Y ahora, esa casa que casi perdimos, esa casa que ya había sido olvidada, ha sido declarada Monumento Histórico Nacional. Suena bonito, ¿no? Monumento Histórico Nacional.
Pero las cosas nunca son tan simples. Declarar un monumento no es suficiente. Carmen 340 no puede ser una foto en un libro o un letrero con una fecha. No puede ser una nostalgia estática. Esa casa tiene que seguir respirando. Tiene que ser un lugar donde pasen cosas.
No fue fácil llegar aquí. La casa casi se vendió, casi se cayó, casi desapareció. Tuvimos que gritar, escribir cartas, movernos rápido porque el tiempo –el tiempo de las casas, el tiempo de las memorias– siempre parece más frágil de lo que es. Pero lo logramos, y ahora tenemos esta casa que respira. La pregunta es: ¿qué hacemos con ella?
Imagino a Carmen 340 como un lugar donde se aprende sin que nadie tenga que enseñar. Un espacio donde los murales de Violeta no solo se miren, sino que se hablen entre ellos, entre nosotros.
Pienso en mi padre, Ángel Parra, en su risa franca y su guitarra siempre lista, y me pregunto cómo vería este momento. Estoy seguro de que diría que no basta con un reconocimiento; diría que cada espacio donde viva la obra de Violeta es un paso más hacia un mundo donde su legado ilumine nuevas mentes. La música, los versos, los murales, las historias, y sobre todo las personas. Porque mientras más lugares existan donde la obra de Violeta cobre vida, más cerca estaremos de honrar su mensaje, de difundir su legado.
Carmen 340 no es solo un monumento. Es un pacto, un recordatorio, una posibilidad. Que siga respirando.