Por Antoni Guitérrez-Rubí, asesor de comunicación
A propósito de la Convención Constitucional y de los resultados de las últimas encuestas es interesante observar la evolución de las emociones de los chilenos y chilenas respecto del proceso. Un ejercicio que permite recalibrar, repensar y ordenar las estrategias.
En psicología social existe un término denominado razonamiento motivado. Un sesgo cognitivo estudiado por primera vez por la psicóloga Ziva Kunda (1955-2004) y que, a diferencia del razonamiento crítico, nos lleva a darle mayor importancia y veracidad a informaciones que validen nuestras creencias, mientras que omitimos aquellas que nos contradicen, haciendo muy difícil que una persona cambie de opinión.
Y la política, como el individuo, no escapa a este sesgo que conduce a la conformación de cámaras de eco para reafirmar posiciones. Como afirmaba Michel de Montaigne, «media palabra es de quien habla y media de quien escucha». El problema es cuando solo hablamos de nosotros y solo escuchamos a los nuestros. Convertimos las ventanas en espejos.
Tal y como ocurre en nuestras casas, cuando en un espacio político las ventanas están cerradas se acaba consumiendo el propio oxígeno, las propias ideas, nuestros sesgos, nuestros apriorismos. Con las ventanas cerradas, la política se rodea de espejos reverberantes y autorreferenciales, convirtiéndose en una habitación donde se pierde de vista el clima social y, por lo tanto, donde se diluye la empatía hacia los demás.
Con las ventanas cerradas, corremos el riesgo de apuntalar una habitación en la que se construye una realidad paralela que determina comportamientos, que se refugia de la crítica, al mismo tiempo que impide que el debate pausado y contrastado pueda liderar la agenda pública.
Creemos que vemos lo de fuera y que nos ven desde fuera, pero no escuchamos los matices del sonido, ni somos capaces de atender a los beneficios de airear el ambiente.
Parece ser, que hoy, el coraje político e intelectual reside en la capacidad de abrir esas ventanas para reventar las paredes de nuestras cámaras de eco. El papa Francisco escribía hace poco para la 56ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, la siguiente reflexión: «Deseo centrar la atención sobre el verbo, escuchar, decisivo en la gramática de la comunicación y condición para un diálogo auténtico». Escuchar como actitud, como método, como postura política: «Todos tenemos oídos, pero muchas veces incluso quien tiene un oído perfecto no consigue escuchar a los demás. Existe realmente una sordera interior peor que la sordera física». Una sordera, la política, que aumenta la desconfianza en los procesos deliberativos, si la ciudadanía percibe que no solo no se le escucha, sino que cuando se hace nada cambia. Escuchar nos permite evaluar, recalcular, cambiar si es necesario. Y eso también es coraje político.
Lo político ya no puede encerrarse en un espacio hermético con la excusa de proteger el interés público. Hay que abrir las ventanas para poder apreciar las tonalidades, las gamas de color, los matices y las mezclas. Abrir las ventanas para renovar el aire. Un aire nuevo, fresco, que nos permita incorporar en la deliberación política el interés general y el bien común.