Por Arshin Adib-Moghaddam, académico de la Universidad de Londres
Todo el mundo tiene que estar preocupado. Una guerra entre Irán e Israel tendría consecuencias mundiales. Para la mayoría de quienes hemos estudiado la región durante décadas, era casi inevitable que la guerra entre Hamás e Israel desembocara en un conflicto regional más amplio. En muchos sentidos, la cuestión palestina nunca se circunscribió realmente a su ámbito geográfico. Desde el principio, en las guerras árabe-israelíes de 1948, 1956, 1967, 1973, 1982 y 2006, la cuestión no resuelta de Palestina abarcó la región y el mundo.
Irán -que no es árabe- se ha hecho cargo de Palestina desde la revolución de 1979, cuando le “entregó simbólicamente” el enorme complejo israelí en Teherán al entonces líder de la OLP, Yaser Arafat. Los ataques con misiles y aviones no tripulados contra Israel el 13 de abril de 2024, pueden haber sido consecuencia directa del bombardeo israelí de un consulado iraní en Damasco e impulsados por la brutal campaña en Gaza que llevó a Israel ante la Corte Internacional de Justicia para responder a la acusación de genocidio, un punto bajo para la imagen de cualquier país del mundo. Pero este primer enfrentamiento directo entre Irán e Israel en la historia, es también una consecuencia de la obsesión de los revolucionarios iraníes con la causa palestina, ya que ha sido increíblemente útil para forjar alianzas en el mundo árabe bajo la doctrina de profundidad estratégica de Irán. Esto explica por qué Irán marcó sus misiles balísticos lanzados hacia Israel con una bandera palestina y por qué se sienta a la cabeza de un llamado “Eje de Resistencia” que abarca poderosos movimientos árabes en Irak, Siria, los Houthis en Yemen, Hezbolá en Líbano y Hamas y la Yihad Islámica en Palestina.
La combinación de políticas de línea dura tanto en Israel como en Irán agravó la marcha hacia la guerra. Según todos los criterios disponibles, el gobierno de Netanyahu es extremista. Lo mismo puede decirse del actual gobierno de Irán, con la importante diferencia de que ha destruido sistemáticamente cualquier aspiración de democracia entre los millones de iraníes que ya no quieren ver a su país envuelto en utopías revolucionarias.
De hecho, la confrontación es fomentada y explotada por estos partidarios de la línea dura en ambos bandos. No se trata, pues, de un conflicto de religiones, de civilizaciones ni de nada cultural. De hecho, al menos desde que el antiguo rey persa Ciro liberó a los esclavos judíos de la esclavitud babilónica en el siglo VI a.C., persas y judíos han estado íntimamente ligados por esa historia antigua, los ritos religiosos y la afinidad cultural. El conflicto es una competencia por el futuro de la región librada por las facciones más reaccionarias de ambos países. Se trata de una guerra por la hegemonía y la soberanía regional que no beneficia a nadie, salvo a las alas militaristas de ambos bandos.
Arshin Adib-Moghaddam ha publicado varios estudios importantes sobre la región. El más reciente es “¿Qué es Irán?”, publicado por Cambridge University Press en 2021. Es catedrático de Pensamiento Global y Filosofías Comparadas en la Universidad SOAS de Londres, donde codirige el Centre for AI Futures y el SOAS Centre for Iranian Studies.