Por Carlos Meléndez, analista político peruano y académico UDP y COES
La elección de Pedro Castillo como Presidente del Perú parece un cuento de hadas. Un profesor de escuela rural de una las regiones más pobres de ese país, es tocado por la varita mágica del anti-establishment para gobernar desde la Casa de Pizarro, 200 años después de la independencia. Es una imagen simbólicamente poderosa: no en todos los países latinoamericanos un ciudadano sin privilegios puede ser elegido mandatario. Es, sin dudas, un aire fresco.
Pero la política peruana ha estado enturbiada por una crisis institucional sistémica, por altos niveles de personalismo (actores políticos no necesariamente leales al juego democrático), por una polarización cada vez más creciente, por identidades negativas (“anti-fujimorismo” / “anti-comunismo”) más importantes que las identidades partidarias para ordenar las preferencias. Hay razones, lamentablemente, para que la distopía política peruana siga vigente.
Castillo no llega solo. Es un outsider afiliado a última hora a un partido marxista leninista (Perú Libre), en el que Vladimir Cerrón, su líder, ostenta más poder que el previsto por quienes llamaban a la moderación. Castillo aporta un estilo e ideas-fuerza populistas y asambleístas (la “ideología delgada”) y Cerrón contribuye con el socialismo castrista en el que fue socializado (la “ideología gruesa”). Esta combinación –explosiva para los guardianes del modelo económico- ya asoma en lo que sería el primer elenco de ministros del gobierno más “radical” que hemos tenido los peruanos en las últimas décadas.
El primer gabinete de Castillo será muy distinto a los anteriores: predominarán los políticos (de izquierda) a los tecnócratas; las carteras se distribuirá en base al “cuoteo” de partidos aliados y sindicatos, con pocos “independientes”; solo tendrán un espacio quien estén a favor de la agenda maximalista del cambio constitucional. En el vecindario, los outsiders, novatos y populistas en el poder han tendido a procrear regímenes autoritarios en base a nuevas cartas fundamentales. ¿Será Castillo excepción o regla?