Por Carlos Meléndez, analista político peruano y académico UDP y COES

Cuando se apagó la cámara que grabó su último mensaje a la nación, a Pedro Castillo le embargó la sensación de haber labrado su propia derrota. A pocas horas de la votación congresal que evaluaría la destitución presidencial, el aún Presidente había hecho las negociaciones necesarias para mantenerse en el poder. Su gobierno -enfrentado a la oposición de derecha- estaba encaminado a una suerte de tanda de penales. Pero, a pocos minutos de la definición de los 12 pasos, Castillo metió un autogol, tan fulminante como irremediable.

La necropsia política de Pedro Castillo tiene que ser clara y contundente: intentó un cierre del Congreso de manera inconstitucional, buscó reorganizar el sistema de justicia que lo investiga por corrupción y convocó arbitrariamente a una asamblea constituyente. Cruzó la frontera que lo ubicó en el equipo de los golpistas latinoamericanos. Ni su adscripción ideológica ni el sombrero campesino deberían emplearse para victimizar a un dictatorzuelo wanna-be, aunque haya fracasado en el intento.

Pero la izquierda latinoamericana ha salido a articular un relato que justifica tamaña afrenta a la democracia y a sus instituciones. Y es por ello mismo que la actual crisis peruana es distinta a las anteriores, porque se ha internacionalizado.

Y no solo porque Castillo fue apresado -por su propia seguridad- camino a la embajada de México en Lima, sino porque, luego de ello, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha salido a la defensa, ofreciendo el salvavidas de un asilo.

Evo Morales llama la atención a la Presidenta Dina Boluarte, a tener solidaridad con su antecesor. Gustavo Petro ensaya una narrativa antiimperialista que coloca a Castillo a la misma altura moral que a Allende. Así, la izquierda continental reedita uno de sus mayores defectos: la relativización de los valores democráticos, subordinándolos a la protección ideológica. Lo que no se dan cuenta sus líderes es que, de esta manera, también cometen otro autogol, el que la perpetúa como cínica.