Por Carlos Toranzo, analista político boliviano
Evo Morales gobernó 14 años, de 2005 a 2019, con una mayoría de dos tercios en el Parlamento y un boom de los precios de las materias primas exportadas. El Ejecutivo dominó al Poder Legislativo, Judicial y Electoral. La única institución que existió en esos años fue la del poder del caudillo. Para la aprobación de la Constitución de 2009 él dio su palabra que no sería candidato en 2014. Pero Violó su palabra y la Constitución, y fue candidato. En 2016 promovió un referéndum para repostularse en 2019, lo perdió, ya que ganó el No. Violó los resultados del referéndum, su Tribunal Constitucional le reconoció su “derecho humano” a repostular; fue candidato ese año e hizo un fraude monumental. Las movilizaciones de jóvenes y mujeres lo empujaron a renunciar. Lo hizo y huyó del país. Las elecciones de ese año se anularon. Morales extraña con fuerza el poder que tuvo.
Para las elecciones de 2020 Evo nombró candidato del MAS a Luis Arce, que creía era el más leal y manipulable. El nuevo Presidente poco a poco se fue separando de Morales, cooptó prebendalmente a los movimientos sociales que son parte del MAS.
Por más de 20 años Evo fue presidente de su partido, pero días atrás Arce logró, con ayuda de movimientos sociales, la realización del congreso del partido que eligió al nuevo presidente del MAS. Morales quedó fuera.
En solo tres años de gobierno Arce entendió que el poder no hay que perderlo, hay que usarlo y gozarlo, por ello busca ser candidato en 2025. Para eso hace todos los esfuerzos por cerrarle las puertas a Evo.
Ambos, sin embargo, están cegados por la búsqueda del poder, tienen una guerra abierta, se acusan mutuamente de corrupción y de proteger al narcotráfico. El MAS está irremediablemente dividido. Morales sufre ahora los atropellos que él hacía durante 14 años a sus adversarios. Uno y otro no pelean por la defensa de una ideología, lo hacen simplemente por tener en sus manos el poder.