Por Carmen Andrade, socióloga, feminista, exministra de la Mujer
Diversas reacciones, a favor y en contra, ha suscitado la decisión del Presidente electo de mantener el cargo de Primera Dama y nominar a su pareja, Irina Karamano para ejercerlo.
Este debate nos retrotrae a antiguas discusiones en las que desde organizaciones de mujeres y feministas cuestionamos esta institución y propusimos terminarla. En primer lugar, por su carácter anacrónico y antidemocrático, ya que se trata de un rol de poder que se asume no por elección popular, - la ciudadanía eligió a Gabriel Boric no a los integrantes de su familia-, ni por trayectoria y méritos profesionales, sino por el hecho de ser “la pareja de”. Ello implica que por tener esta relación con el Presidente una persona dirige instituciones que cumplen funciones públicas, maneja cuantiosos recursos públicos y toma decisiones que afectan a miles de trabajadoras/es de las instituciones bajo su cargo. En segundo lugar, porque se refuerza el estereotipo de los “voluntariados femeninos”, es decir de mujeres que desempeñan labores gratuitas de cuidado y al servicio de otros, como mandato cultural de un “deber social” que tiene fuerte carga simbólica. Y además porque se asume que las mujeres construyen sus proyectos de vida, no desde su autonomía, sino dependiendo de los hombres con los que tienen relaciones afectivas y/o familiares. Vale recordar, a modo de ejemplo el esfuerzo desplegado para terminar con la norma que impedía a las esposas de embajadores trabajar remuneradamente y las relegaba a labores protocolares mientras “acompañaban” a sus maridos en misiones diplomáticas.
Por todo ello celebramos la creación de la Dirección Socio Cultural en 2005, que se consolidó en el primer gobierno de Bachelet, contratándose para dirigirla a personas remuneradas y de perfil profesional. Y por lo mismo, lamentamos el restablecimiento del rol de Primera Dama en el gobierno de Sebastián Piñera, aunque no nos sorprendió la decisión ya que era coherente con las concepciones conservadoras sobre el rol de las mujeres.
Pero sí nos ha sorprendido, y no compartimos, que se haya mantenido ese criterio en el gobierno entrante que mantiene una definición y una agenda feminista que suscribimos plenamente. Esta no es una discusión sobre personas, no dudamos de los méritos de Irina Karamanos para desarrollar su camino profesional autónomo, lo que criticamos es una forma de construir institucionalidad pública a partir de privilegios y reforzando los roles tradicionales que subordinan a las mujeres.