Por Claudia Ramírez Hein, Periodista y Crítica de Opera, Música y Danza
Dieciocho meses estuvo el Municipal de Santiago con sus puertas cerradas por pandemia. Pero ya en fase 4, era inminente su reapertura. Y esta semana la icónica sala capitalina, tras una marcha blanca, levantó con prestancia el telón y albergó, tomando en cuenta el aforo permitido y bajo estrictas medidas de protocolo, a un sensibilizado público.
Las cinco coreografías de Trilogía +1 marcaron, por una parte, el debut de Luis Ortigoza como director del Ballet de Santiago y la despedida de los escenarios de la primera bailarina estrella, Andreza Randizek (antes, por streaming, lo hicieron Natalia Berríos y José Manuel Ghiso); y por otra, permitió ver en el terreno meramente artístico a la directora del teatro Carmen Gloria Larenas, quien a poco andar de su nombramiento tuvo que afrontar el movimiento social del 18 de octubre y la arrasadora crisis pandémica.
Pero un factor fundamental fue el reencuentro con el público y de éste con la sala, que de alguna manera sintetizó el pesar en que se habían sumido el arte y sus consumidores. La emocionada audiencia dio cuenta del hambre cultural que los embargaba.
Decir que el Municipal de Santiago hoy es un emblema nacional podría parecer un pensamiento decimonónico a la luz de la descentralización que el país ha tenido en materia artística. Sin embargo, su clausura fue un nítido indicio del panorama mundial. Al descender su telón, bajó el del resto. Porque guste o no, es un paradigma cultural, como lo son el MET de Nueva York, la Scala de Milán o el Covent Garden para sus respectivos países.
Ahora habrá que comenzar a trazar líneas claras. Entre ellas, cómo reencantar al público. Si durante este período apostó por programas digitales, como Municipal delivery, y sumó la alianza con La Red, para enriquecerse y completarse necesita de la experiencia en vivo y de sagaces planteamientos. Difícil tarea. Pues Larenas deberá conjugar sus directrices con los de la alcaldesa Irací Hassler, quien considera necesario borrar “las fronteras entre lo popular y lo docto”, haciendo convivir a “Vivaldi con Víctor Jara”. Es verdad que deben desprenderse de esa errónea etiqueta de elite que le han adjudicado, pero no significa diluir su esencia. A nivel mundial se tiene claro a qué objetivo responde cada teatro (el Bolshoi, el Real de Madrid o la Opera de Viena lo saben). Quizás habrá algún indicio cuando anuncien esta semana el resto de los espectáculos del año.
Y en un aspecto práctico, queda convencer al público de ir pese a su ubicación. El movimiento del 2019 hizo difícil su acceso. En la actualidad, los viernes son de sendas protestas en el sector por lo que no programarán funciones ese día.
Suman y siguen los lineamientos a pensar. Pero por ahora, solo aplaudir que por fin abrió sus puertas.