Por Claudio Vergara, editor de Culto de La Tercera

Chris Martin lo sabía desde un comienzo. En un viejo video que de vez en cuando circula por la web, fechado un 26 de junio de 1998, se ve al cantante con frenillos y aspecto veinteañero tras un show de Coldplay en un campus universitario inglés, profetizando que en cuatro años más su banda -en esos momentos llamada The Coldplay y aún poco conocidos- sería famosa. “No nos olviden, ¿de acuerdo? Seremos gigantes. Absolutamente enormes”, cierra el intérprete desafiante mientras se aleja de la cámara.

Chris Martin no se equivocó: justo cuatro años después, su conjunto ya rebautizado como Coldplay era célebre en todo el planeta gracias a hits como Yellow o In my place, y cerraba festivales colosales como Glastonbury. Pero más allá de los hitos inmediatos, el cantante tuvo claro desde su cuna artística que no estaba para pequeñeces.

Su actual paso por Chile, con cuatro fechas repletas en el Estadio Nacional que partieron el martes 20 y que culminan esta noche, son el ejemplo pleno: Coldplay es hoy el mayor grupo de estadios del planeta. No tiene grandes rivales en esa carrera por montar un espectáculo completo y envolvente que apunta a toda clase de público y donde cada elemento es parte de una experiencia, desde los tres escenarios repartidos por la cancha, hasta las pulseras de colores que iluminan todo el lugar como un santuario de luciérnagas.

Hoy la agrupación se sabe consolidada en ese estatus, fluye sin problemas ejercitando un guion donde casi nunca extravía el ritmo, entiende el universo sobreestimulante que nos rodea ofertando un show ideal para disparar fotos y subir reels, es propietario de un cancionero elástico que alcanza desde niños hasta cuarentones que los descubrieron cuando recién asomaban dentro de la resaca del britpop a principios de los 2000. Y un extra circunstancial: el sentido de comunión que transmiten sus recitales resulta ideal para un mundo post pandemia que intenta volver a abrazarse.

The Rolling Stones, Guns N’ Roses o Pearl Jam poseen una relevancia mucho mayor, y aún son fieras de estadios, pero con universos más restringidos a sus respectivas audiencias y menos capacidad camaleónica para readaptar sus espectáculos a los tiempos actuales. Hasta hace no mucho, U2 era la única banda que le hacía sombra a Coldplay, pero los irlandeses han cedido el trono para refugiarse en el cuasi retiro.

Eso sí: a Coldplay le falta muchísimo aún para ser incluso comparados con U2. El costo de optar por espectáculos vibrantes y familiares ha sido descuidar un cancionero cada vez más genérico y anodino.

Por eso, el gran desafío de los británicos es intentar mantenerse como un colectivo trascendente y no ser sólo un flashazo de la vida post confinamiento. ¿Qué dirá Chris Martin al respecto? Ya demostró tener talento profético. Veamos si también lo tiene para dirigir a Coldplay en su adultez.