Por Claudio Vergara, editor de Culto

Los primeros minutos del debut de Daddy Yankee en el Festival de Viña del Mar en 2006 resultan letales. Están en YouTube, busque y dele clic: descendiendo desde los cielos en un trono dorado, mirando con rictus provocador al público como una divinidad que no se intimida ante tamaño número de fieles, salta a escena como una bestia que dispara un martilleo de ritmos y percusiones, destilando histrionismo y vértigo en partes iguales, hip hop e improvisación, baile y reggaetón.

Los primeros minutos de Daddy Yankee en su debut en Viña sintetizan a un artista único y explican por qué casi dos décadas más tarde agotó en un chasquido de dedos tres shows en el Estadio Nacional. El puertorriqueño es la figura más completa y hábil que ha dado la música urbana latina y no hay nadie que incluso hoy pueda rivalizarle. Ni siquiera Bad Bunny con esos récords hinchados en cifras que lo han consagrado como la estrella más popular del planeta.

Lo del Big Boss es distinto. Su apuesta creativa lo distinguió desde un principio. Olfateando que la cuna pendenciera del reggaetón difícilmente llevaría al género a conquistar los medios masivos, limpió su contenido, diversificó su sonido e ideó conceptos menos subversivos, simples de corear, como Gasolina, El Príncipe o Lo que pasó, pasó. Produjo temas donde latía un hambre libidinosa y hormonal, pero casi siempre a raya, matizada con cierto romanticismo de discoteca. Despachó canciones de fraseo rapero, pero sin estar intrínsecamente abrazadas al hip hop, compartiendo también espacio con un acento bailable y caribeño.

Hizo del reggaetón un batido de géneros más reconocible y transversal. Y todo cantando desde el barrio, ese espacio habitado por la mayoría de los latinoamericanos, a lo que sumó un seductor sentido del estrellato: aunque crecieras en la calle, igual podías terminar envuelto en joyas, collares, medallones de diamantes y cadenas de oro. A esa fábula convidó a sus amigos, invitando a sus discos a casi todo el tándem de contemporáneos que han dado vida y fulgor al cancionero urbano. La era de los featurings también es parte de su rúbrica.

Nada fue igual en la música en nuestro idioma tras la irrupción de Daddy Yankee. De hecho, el actual dominio de la música en español se debe a su aventura pionera. Su receta se asoma en casi todos los artistas de éxito que suenan en la actualidad. Por eso bien vale despedirlo en tres estadios repletos. Es la fiesta merecida para un astro irremplazable.