Columna de Claudio Vergara: Deja de odiar a Bad Bunny
Por Claudio Vergara, editor de Culto
Hace no mucho, en 2017, la prensa chilena informaba tímidamente de la primera vez en el país de un artista en plena ebullición llamado Bad Bunny. Eso sí, se trataba de una gira en recintos estrechos, ocho fechas en seis regiones repartidas en discotecas, gimnasios y medialunas, en su mayoría desarrolladas con normalidad, aunque dos de ellas -Ritoque y Espacio Broadway- naufragaron entre botellazos al escenario, la precariedad de la organización, una eventual balacera y dos víctimas fatales por atropello.
Apenas cinco años después, los medios nacionales tienen otros titulares para describir al boricua. Bad Bunny ya cuenta dos temporadas consecutivas como el artista más escuchado en Spotify, en 2020 y 2021. Bad Bunny es el responsable de que hoy el español domine el conteo de las canciones más oídas en el planeta. Bad Bunny es uno de los favoritos de Barack Obama, según publicó el exmandatario en su listado de canciones del verano. Y Bad Bunny es el astro que este fin de semana repletará el Estadio Nacional por partida doble, igualando las marcas de Los Prisioneros, Roger Waters y Madonna.
Lo que antes fue crónica roja y sitios olvidados, hoy es un fenómeno que supera lo musical. ¿Qué sucedió en el camino?
Benito Antonio Martínez Ocasio aprovechó el furor mundial por los sonidos urbanos para ensamblar con más astucia que nadie una suerte de renovación del género, una segunda fase, una fórmula propia que no necesitó de grandes sellos discográficos y que ha leído con destreza el momento de su generación. En lo musical, sus composiciones desafían la uniformidad rígida del reggaetón y el trap para atrapar otros lenguajes, como electrónica, rock, merengue, bossa nova o bachata, lo que le ha valido la reverencia casi unánime de la crítica: no siempre un artista conjuga popularidad con excelentes reseñas.
En sus letras, hay lascivia impúdica y carnal (“no sería honesto si yo cantara ‘todas las veces que hicimos el amor’”, dijo en una entrevista), pero esa misma cáscara la usa para retratar el mundo vulnerable de las redes sociales y el empoderamiento femenino, salpicando sus temas de historias de mujeres que no necesitan de compañía para “perrear”. Ese contenido le ha valido el abrazo del público tradicional del reggaetón -si es que aún cabe encasillarlo ahí-, pero también su marcha hacia otras audiencias, conquistando a los menores de 20 años: no siempre un artista hermana un léxico visceral con multiplicidad de oyentes.
Pareciera que Bad Bunny, con su manera de cantar perezosa y abombada, que le otorga cierta fragilidad y que es parte de su indiscutida personalidad creativa, tiene respuestas para todos aquellos que han caído bajo su embrujo. Incluso para toda esa masa que aún no lo soporta. Aunque, ¿no es momento de escucharlo con más atención y apartar los prejuicios? Más de 100 mil personas que compraron entradas para verlo no pueden estar tan equivocadas.