Por Claudio Vergara, editor de Culto
Sin buscarlo, Lollapalooza Chile se ha convertido en el lugar donde conviven -y a veces se enfrentan- dos almas.
Por un lado está la audiencia histórica que aún lo anhela como un baúl de los recuerdos que refugia el cancionero de matrícula clásica, el evento vinculado a sus orígenes alternativos que en su despegue en el país priorizó al soundtrack del siglo XX con Foo Fighters, Björk, Pearl Jam, Nine Inch Nails, Duran Duran o Red Hot Chili Peppers. En el otro bando asoma una fanaticada más joven y adscrita a la fiesta en años recientes, cuando casi desaparecieron del cartel las figuras nacidas artísticamente antes de los 2000 y la atención la capturaron astros de recorrido más conciso, sobre todo aquellos de efervescente estallido en el género urbano.
Si el cara a cara fuera un gallito, para 2024 ganaron los primeros. La próxima entrega del espectáculo -15, 16 y 17 de marzo en el Parque Cerrillos- giró hacia un público más adulto y que aún suspira con el rock acelerado, adolescente e irascible que abrió los 2000. Para ellos, Blink-182, Limp Bizkit y The Offspring simbolizan la venida de divinidades de indiscutido suceso e impacto generacional. Juventud sin fecha de caducidad.
En términos creativos están muy lejos de encarnar un minuto excepcional del cancionero popular -estridencia y melodía en el mismo paquete-, pero son bandas que remiten a uno de los últimos momentos donde el rock despachaba millones y seguía reinando con comodidad en la radio y los rankings.
El foco sobre las guitarras -donde también se apuntan desde otras expresiones nombres como Arcade Fire, Thirty Seconds to Mars o King Gizzard & the Lizard Wizard- desangró al género urbano y lo remitió a un nivel más flojo que en entregas anteriores. Dos de sus comensales principales, el puertorriqueño Chencho Corleone y el colombiano Feid, son figuras solventes, pero carecen de novedad (este último en febrero ya repletó dos Movistar Arena).
La curaduría chilena también se conjuga mayormente en pasado -Ana Tijoux, Congreso, Nicole, Saiko-, mientras que el apartado urbano local está muy lejos de la pléyade que alguna vez significó ese 2022 donde desfilaron ante una devoción multitudinaria Drefquila, Marcianeke, Harry Nach o Polimá Westcoast. Parte del universo sub 30 que sigue el festival puede que mastique cierta desilusión.
En la carrera por conciliar sus dos almas, Lollapalooza 2024 se decantó por un camino. Un cartel que está lejos de brillar y que no reluce entre los mejores de su exitosa vida chilena. Pero al menos ha dejado satisfecho a un público que en las últimas ediciones declaraba abandono y que esta vez podrá asistir para volver a sacarle espuma a esa rabiosa pubertad rockera que parecía sepultada.