Por Claudio Vergara, editor de Culto.
He visto una veintena de veces en vivo a Paul McCartney. En la mitad de un desierto y en una ciudad brasileña que no sabía que existía. Aquí, recuerdos breves de un culto infinito.
1993. La primera vez en Chile. McCartney se atreve con el sur del mundo, pero a pocas horas del concierto, el Estadio Nacional no luce lleno. ¿Cómo demonios puede pasar algo así? En días sin redes sociales, cunden los rumores de que habría enviado a un doble para su debut chileno, lo que se encarga de desmentir en una entrevista de última hora y en camarines que escuchamos en radio Rock and Pop, la más sintonizada de esa época. Al final, los organizadores activan una promoción en que por cinco mil pesos y tres tapitas de cerveza podías ingresar al show. Los que pagaron más, refunfuñan. El lugar termina por repletarse. Paul desata la fiesta en la que sin saberlo sería su última presentación con el amor de su vida, Linda Eastman, antes de su muerte en 1998. Muchos años después, recordaría en un libro que fue un acto de exorcismo tocar en el mismo sitio donde Pinochet encerró y torturó prisioneros.
2009. Macca canta en el célebre festival Coachella de California, en pleno desierto de Indio. No es fácil llegar desde Los Ángeles en un largo trayecto digno de Breaking Bad. Tampoco es habitual que se presente en festivales, prefiere los espectáculos en solitario. Pero ha llegado el minuto de acercarse a otras generaciones. Aquí toca para veinteañeros que acampan en el evento y que empinan cervezas como si a la mañana siguiente se dictara ley seca. Aturdidos por el calor del día, algunos dormitan en el piso mientras Sir Paul desenfunda himno tras himno. Desde ahí, participará en casi todos los grandes eventos del planeta, incluyendo una negociación frustrada de hace unos años con el Lollapalooza chileno.
2013. El show más extraño de su carrera. Esa noche, en la recóndita ciudad brasileña de Goiania, McCartney fue atacado: un enjambre de grillos tomó por asalto el escenario, trepándose en su cabeza, sus hombros, e incluso husmeando su micrófono y su piano. La imagen recorrió el mundo. Por un momento, no aguantó la risa ante la embestida de insectos que lograron lo imposible: estar codo a codo con el artista más relevante de nuestra era. Ventajas de ser un saltamontes.
2016. El músico vuelve a Indio, el mismo lugar de Coachella. Esta vez integra el festival Desert Trip, consagrado a las leyendas mayores de la historia del rock, un festín boomer. Sobre el final, invita al escenario a un viejo camarada, Neil Young, con el que termina interpretando dos temas. Young, indómito cascarrabias anti industria, y Macca, el hombre más cándido de la escena, se funden en un abrazo inolvidable.
2019. El Beatle vuelve a Chile. Hay una entrevista con La Tercera una semana antes de su recital. El mismo Paul llama directamente a mi celular para iniciar el diálogo. Está manejando por Londres y pide disculpas por si en algún momento se corta, está la posibilidad de que cruce algún túnel. De suceder, tranquilo, él llama de vuelta. 20 minutos después, ha llegado a su sala de ensayo y admite que debe cortar. Antes, le envía saludos a todo Chile y a la familia de quien escribe.
2023. La última. El cantante llega hasta el Estadio Maracaná de Río de Janeiro bajo el fantasma de que esa será su última vez en vivo. Rumores afiebrados deliran con que Ringo incluso aparecerá en escena para despedirlo. Nada de eso. McCartney finaliza el show prometiendo que habrá una próxima vez. Y así será. Nos vemos en octubre en el Monumental.