Por Cristián Valdivieso, director de Criteria
Si el primer proceso constituyente tuvo una clara huella ciudadana, este segundo ha sido uno de impronta político partidista. Visto así, el resultado del plebiscito del 17D habrá que leerlo tanto en clave constitucional como política.
Lo primero, y más profundo, es la falla de toda la elite política que prometió lo que, una vez más, no fue capaz de cumplir: un acuerdo amplio y no partisano. No será ni una que nos una, ni una de todos.
Lo segundo, es la derrota que tendrán las izquierdas en diciembre. Un oficialismo que buscó, no una sino dos veces, terminar con la Constitución del 80 y que saldrá trasquilado cualquiera sea el resultado.
La molestia del Presidente al ser consultado sobre el tema por la prensa es elocuente sobre el desánimo que reina en Palacio, donde evalúan como mejor horizonte un triunfo de la Constitución del 80. Ganar perdiendo o no sufrir en dos años una tercera derrota electoral. No hay más para las izquierdas que ilusionarse con que un holgado triunfo del “En contra” le asestaría un duro golpe a Republicanos y dejaría entreabierto el tema constitucional.
Por el lado de las derechas, contra todo lo pronosticado hace cuatro años, ya ganaron constitucionalmente. El 17D la Constitución que triunfe los representará ideológicamente. Si se rechaza la propuesta del Consejo, la legitimidad del mandato constituyente terminará y, para reabrirlo, se requeriría de un nuevo plebiscito cuyo resultado más probable sería un NO rotundo a otro proceso.
Pero esa tranquilidad constitucional de las derechas de seguro estará acompañada por una tensa calma en materia política. Por una parte, por no haber logrado los consensos necesarios para cerrar definitivamente la trama constitucional y, por otra, por cómo se leerá el resultado de cara a la disputa que tienen Chile Vamos y Republicanos por la hegemonía del sector y de sus figuras presidenciales.
En fin, luego de cuatro años, quienes más han ganado han sido las agendas identitarias y con ello la polarización.