Por Cristóbal Huneeus, director DataScience Unholster
Uno de los hechos más llamativos durante la campaña del plebiscito de salida fue que, con la excepción del Servel, ningún ministro, ni siquiera el Presidente de la República, se refirió a que el voto era obligatorio. La propaganda del gobierno sobre el “voto informado” no mencionó esto. Tampoco lo hicieron las campañas del Apruebo y el Rechazo. En la campaña del Apruebo estaban convencidos de que, mientras más gente votara, mejores eran las posibilidades electorales para el Rechazo. Por su parte, en la campaña del Rechazo jamás consideraron que una mayor votación les beneficiaría.
Durante los últimos 10 años, el mundo político vivió en torno a un Chile del voto voluntario. Los votantes se encontraban en un sector de la población, aquella que tiene mayor educación, mejores condiciones económicas y que habita en los grandes centros urbanos. Los sectores populares no estaban en esa parte del país. Los partidos se preocuparon cada vez más por las minorías y no de las grandes mayorías y, peor aún, del interés nacional. Es en un Chile del voto voluntario donde se gestó, nació, creció y triunfó el Frente Amplio, al llegar a La Moneda con Gabriel Boric. Sus dirigentes interpretaron bien el momento político y sabían cómo incentivar a este universo a concurrir a las urnas. El discurso y la acción lo habían ensayado muy bien en las universidades. La culminación del “Chile voluntario” fue la elección de los convencionales, en la que participó solo el 43% de la población, aunque fueron dos días de votaciones. ¡En comparación con el plebiscito de entrada de noviembre de 2020, más de un millón de personas se quedó en sus casas durante esos días!
Este país terminó el domingo 4 de septiembre, con el plebiscito de salida. La derecha, que en 2009 decía que el voto voluntario les beneficiaría porque les permitiría movilizar a sus electores y la izquierda sería perjudicada, jamás imaginó que había cometido el error estratégico más grande de su historia. La derecha estaba tan convencida que el voto obligatorio le perjudicaba que se negó a incluirlo en el plebiscito de entrada. La izquierda tradicional, que apoyó el cambio el 2009, jamás pensó que estaría permitiendo que un grupo de jóvenes emergiera a su izquierda y los pusiera en jaque menos de una década después. El único sector que leyó bien las consecuencias de adoptar el voto voluntario fue el centro político, porque advirtió que la población que más participaría sería aquella con mayor educación, más interesada en la política y más susceptible de movilizarse en una competencia electoral que polarizaría al país, que fue lo que en verdad ocurrió.
La década del 2012-2022 será recordada por muchas factores, entre ellos la alta polarización y fragmentación del sistema de partidos, con la proliferación sin precedentes de partidos. Muchos culpan a las redes sociales y al sistema electoral de este resultado. Sin embargo, el gran elemento detonante de la polarización fue el voto voluntario. Cuando los nichos son los que votan, las personas tienen incentivos a formar partidos. Por eso estos proliferaron en el “Chile voluntario”. En 2013 había ocho partidos con representación en la Cámara de Diputados; ocho años después eran 21. Lo que importaba era tener grupos leales y no proyectos colectivos que representaran a las grandes mayorías.
El voto obligatorio puede tener consecuencias muy favorables para nuestro país. La movilización del electorado obligará a los partidos a preocuparse de la sociedad en su conjunto y no solo de pequeños sectores de esta, que fue lo que condujo a la proliferación de partidos de nichos y, como argumenta la derecha, de “las mayorías circunstanciales”. Parte de la polarización seguirá existiendo, pero tendrá un lugar marginal, representado por un grupo pequeño del electorado.
La pregunta pertinente ahora es qué se hace con el “Chile obligatorio”, si sus autoridades fueron elegidas por un país que es más pequeño que el país real y donde, además, no se sabe con certeza cuáles son los sueños y anhelos de ese Chile más grande. Y todo esto ad portas de que se escriba de nuevo un proyecto de Constitución. Tardaremos mucho en entender bien a este país más grande, pero entretanto deberíamos avanzar dando pequeños pasos que permitan a todos sentirse ganadores, y no solo a los supieron llevar a unos chilenos a votar en las últimas elecciones presidenciales.