Columna de Cristóbal Joannon: Todo por delante
Por Cristóbal Joannon, profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad Adolfo Ibáñez. Director del Magíster en Artes Liberales.
Tengo mis dudas si al ocio inquieto, cruzado por las preocupaciones y la culpa, se le pueda llamar ocio. Mientras esté referenciado al trabajo, a la fiebre productiva, sería más apropiado hablar de pausa. En tal estado hay una clausura, cuando de lo que se trata es de vivir una apertura, de contar con un tiempo auténticamente disponible para hacer lo que deseamos. El adjetivo “alegre” le viene bien. Cuentan que Marcel Duchamp hacía a toda velocidad los encargos, no para estar en condiciones de recibir otros, sino para alejarlos y volver a la nada en la que le gustaba estar: mente clara, horizonte despejado, sin apuro. Es cierto que podía pagarse un departamento en Nueva York donde podía estar solo si así lo quería, pero se deduce que no aspiraba a más.
Las tentaciones digitales amenazan este ocio pleno. Su infinita capacidad para sacarnos del presente produce un efecto de “continuidad entretenida” que impide el libre juego del espíritu. Afortunadamente existe el modo avión y la posibilidad de no participar de las redes sociales y sus perturbadores algoritmos.
Quien puso a circular la idea de que el ocio es el origen del vicio no vio la película completa. Es cierto que un niño ocioso puede devorar refrigeradores y maquinar situaciones estresantes, como desinflar neumáticos o esconder las llaves de la casa, pero el aburrimiento es más fuerte y termina por demandar ocurrencias sostenibles. Esta optimista visión de las cosas entiendo que está en línea con los hallazgos recientes de la neurociencia.
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