Por David Doucet, periodista francés, experto en extrema derecha.
En Francia, nos disponíamos a disfrutar de un verano sin preocupaciones. Las vacaciones, la vuelta del sol tras una primavera lluviosa, los JJ.OO. de París... Pero bastó un discurso televisado para que el panorama se oscureciera.
La disolución de la Asamblea Nacional decidida por el Presidente el 9 de junio, cambió el tiempo y la época. De repente, la posibilidad de que la extrema derecha gobernara Francia se convirtió en una realidad palpable. Por supuesto, el ascenso del partido de Marine Le Pen parecía irresistible, especialmente tras su victoria en las elecciones europeas (31% de los votos, relegando al partido de Emmanuel Macron al 14%), aunque no esperábamos que este punto de inflexión histórico llegara tan pronto.
La extrema derecha podría gobernar Francia por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. Esto no ha surgido de la nada. La RN se ha visto alimentada por una crisis social y económica: aumento de la inflación, aumento del déficit, caída del poder adquisitivo, sentimiento de inseguridad, crisis de los servicios públicos...
Pero también es una profunda crisis política. Macron quería gobernar desde el centro, ir más allá de los partidos de derecha y de los partidos de izquierda. Y lo ha conseguido con creces. Lo único que parece quedar hoy es un paisaje político radicalizado con dos polos poderosos: la extrema izquierda y la extrema derecha.
En vísperas de la segunda vuelta del domingo, más de 200 candidatos que quedaron terceros en la primera ronda han retirado sus candidaturas para interponerse en el camino de la extrema derecha. Según los últimos sondeos, este “frente republicano” podría impedir a la ultraderecha obtener la mayoría en la Asamblea Nacional y, por tanto, gobernar.
Queda una pregunta. ¿Qué pensarán los 10,6 millones que votaron para la Asamblea Nacional y la convirtieron en el primer partido de Francia si su voto no influye en absoluto en las políticas que se llevan a cabo? ¿Una alianza circunstancial que va de la derecha a la izquierda no corre el riesgo de reforzar aún más la posición de Le Pen como única alternativa? La historia nos ha demostrado que, al intentar escapar de nuestro destino, a veces acabamos abrazándolo.