Por Denisse Malebrán, cantante de Saiko
Como herencia de una dictadura que silenció el arte, acallando a nuestros mejores exponentes, a partir de los 90 desapareció casi por completo el contenido político de la música popular. Los 80 habían dejado huella con agrupaciones emblemáticas que criticaban directamente al régimen, estímulo que pareció perderse con la llegada de la democracia.
Sin embargo, con el regreso de las campañas políticas fue posible identificar a quienes estaban dispuestos a mostrar su posición, a riesgo de perder trabajo y seguidores. Y uno creería que, con la recuperación de la libre expresión, existiría la madurez necesaria para entender que artistas, como cualquier ciudadano, tenían derecho a participar sin ser estigmatizados, algo que lamentablemente estaba lejos de ser cierto.
El más evidente acto de intolerancia es la censura y un ejemplo era el alcalde Labbé, que restringía la presencia de artistas de izquierda en el mítico festival de Jazz de su comuna, aun cuando no existiese mensaje político. Pero la ciudadanía tampoco se mostró diferente, separándonos a unos de otros, despreciando a quien no compartiera su preferencia.
Con la llegada de las RRSS la cosa se puso peor. Se hizo habitual que cualquier espacio que albergue comentarios esté plagado de mensajes despectivos, centrados en la posición que se te asocia. Y es curioso, porque la intransigencia de algunos asume que quienes no han dicho nada en determinado momento ocultan una militancia en el bando contrario. Y me pregunto ¿por qué aún debe existir ese juicio de corte?
Los últimos días asistimos a un debate mayor, que es cuestionar el título del recién fallecido músico Benjamín Mackenna, quien no sólo manifestó apoyo al golpe de Estado, también participó de un gobierno que instaló la anulación cultural. Y es cierto que el margen se estrecha, pero ¿no parece razonable que, siendo contrarios a esa política de restricción del ejercicio artístico, actuemos nosotros del mismo modo quitándole el derecho a un artista de reconocer su oficio? Yo al menos no puedo, siento que más allá de su opción personal está su figura y legado como intérprete. Y lo defiendo del mismo modo que espero que se cumpla con el resto.
Porque no veo diferencias en el derecho de opinión que tienen Natalia Valdebenito o Alberto Plaza; Claudio Narea u Óscar Andrade, porque es la única vía de instalar tolerancia, respetando por igual a estos “dobles opuestos” que más allá de su pensar, siguen siendo artistas admirados y defendidos por un público que no quiere dividirse en una historia que le es ajena.
Lo contrario sería volver al oscurantismo de la prohibición de decir lo que creemos. Y esos tiempos ya pasaron.