Columna de Eduardo Herrera Velarde: Esa “huevá” es delito en todas partes
Por Eduardo Herrera Velarde, ex abogado, consultor y autor de “El cerebro corrupto”
“No soy más un corruptor, pero antes fui el mejor”. En eso podría resumir mi vida pasada cuando antes me dedicaba -como abogado litigante- a entregar dinero en el sistema de justicia peruano para asegurar ganar juicios. Sí, como abogado, ocupación que actualmente resulta ser, en muchos casos, el vehículo perfecto para que muchas personas puedan lograr sus resultados “a como de lugar”.
La frase, extraída de mi libro El cerebro corrupto, describe el nivel de alguien que sabe, que tiene consciencia, de que esta “huevá” que ejecutó es un delito. Lo es en todas partes por más que se quiera disfrazar de múltiples maneras.
Luego de 18 años de haberme convertido en un adicto al poder que generaba la compra de voluntades -la compra de la justicia- tomé consciencia y salté al vacío retirándome de la profesión. Bien decía mi padre: “Solo Dios y los imbéciles no cambian” y yo, desde luego, no seré Dios. Le hice caso y dejé de actuar como un imbécil cegado por el afán de esa forma de “éxito”.
¿Por qué una persona se corrompe? Podría ponerme a filosofar y dar muchas teorías sobre los incentivos. Seguramente habrá gente más experta que yo para decirlo. Mi conclusión personal es que te corrompes porque supeditas el fin a los medios, acogiendo el sentido cínico de esa frase atribuida a Maquiavelo. Eso, por ejemplo, extrapolado a la política genera la real politik o para un empresario justifica la necesidad de seguir con el negocio y, perversamente, darle “sostenibilidad” en un entorno propicio para la corrupción; ¿cómo sobrevivir en una fauna en donde todo, discretamente, se vende y se compra? Pues toca alinearse, aceptar levantando los hombros porque esto no lo arregla nadie.
Y hoy el espectáculo bochornoso del abogado Hermosilla termina siendo caldo propicio para el comedido comentario a baja voz señalando al inquirido del momento. Muy cortesanamente, vilipendiaremos todos desde nuestros balcones. Ya nadie se le acercará y desde luego, como corresponde, será expectorado de varios círculos. La maquinaria judicial, obviamente, también actuará en una investigación que se perderá en el tiempo.
Pero después de la vorágine y ya con el ánimo de la resaca tendremos que moralmente preguntarnos ¿será que con este escándalo se detiene la corrupción? ¿o es que las mismas personas encargadas de combatirla están también comprometidas? ¿a nuestros países les interesa? Antes de mirar al costado, le recomiendo algo sobre la base de la experiencia: mírese al espejo.